Cónclave, de Edward Berger

Heteropatriarcado

En mis tiempos de mitomanía preadolescente acostumbraba a recortar fotos del periódico de mi padre: riadas, actrices de cine, elecciones papales... En aquella época esto último era un acontecimiento. Conocía bien la dinámica: encierro bajo llave (cum clave) y esperar la fumata blanca. La llegada de Juan XXIII en 1958 fue algo que seguí con interés a mis escasos diez años. Se me escapaba el trasfondo de la elección. Luego me fui distanciando, aunque Las sandalias del pescador (1968) me devolvió todo aquello a la mente de la mano de A. Quinn. Y en 2019 disfruté con la serie The Young Pope gracias a la chulería de Jude Law. La que acabo de ver, Conclave (sic, sin tilde) está dirigida por Edward Berger, a partir del libro de Robert Harris. Y aunque vi su peli anterior, Sin novedad en el frente (2022), no llegué a escribir la correspondiente reseña, cosa que me sucede cuando algo no acaba de llenarme.


Volvemos a tener a un papa fallecido y pronto se desatan las luchas por la sucesión, "es una guerra", dice uno de los cardenales, entre progresistas, conservadores, intrigantes llenos de codicia y ambición. Todo se desarrolla casi como un thriller. La iglesia católica es la mas antigua en su fundamentalista heteropatriarcado, mucho antes de la aparición del Islam. Pablo de Tarso dejó dicho: Mulier in ecclesiam, taceat  (la mujer en la iglesia, que se calle). Así pues van llegando varones de todos los puntos del globo. Las monjas están a su servicio, casi invisibles, salvo una excepción de la que luego hablaré. Ya el modo de estar de los cardenales dice mucho de sus motivaciones y de su ideología. Cada uno carga también con su historia personal. El decano (magnífico en su mirada contenida, en su autoridad necesaria, Ralph Fiennes), encargado de organizar la clausura, es el único que parece no sentir deseos de alcanzar el trono de Pedro. La Capilla Sixtina y sus aledaños de pasillos interminables y claustros íntimos, donde permanecen encerrados, forman parte del más portentoso decorado. Y es verdad que el último en llegar, casi invisible, se me antoja el posible vencedor por su oscuridad. Pero queda una última sorpresa, inasumible para algunos espectadores, pero coherente con el mandato del papa fallecido. La monja de la que hablé antes, la Rosellini, un prodigio de expresivas miradas bajo la toca, tiene un papel importante casi al final. Por no hablar de Lithgw Tucci, o de Castellito
 

La fotografía a cargo de Stéphane Fontaine es brillante y sabe sacar partido a los espacios. Por ponerle alguna pega, puedo decir que la banda sonora me llegó a molestar por lo que subrayaba las situaciones. Sin embargo el guión es muy inteligente y juega muy bien con las elipsis, lo que mantiene el interés. El final, sin destripar nada, abre posibilidades que a muchos les parecerán impensables. También lo era el que la liturgia abandonara el latín, o que el papa dejara la silla gestatoria, o que hubiera cardenales en el Vaticano enriqueciéndose de tapadillo, o bien ocultando casos de pederastia. Todos humanos, demasiado humanos.

José Manuel Mora. 











Comentarios

Luz ha dicho que…
Gracias, José Manuel. Me encantan tus comentarios y me fío mucho de ellos.