Los dos Beune, de Pierre Michon

 Obsesiones

Llegué a 80 Mundos sin una idea clara respecto a la elección de mi siguiente lectura. Carmen, mi librera de confianza, me puso sobre el mostrador un libro de un autor que no me sonaba de nada. Me lo llevé. Michon, Pierre. Los dos Beune. Barcelona: Ed. Anagrama, 2024; traducción de Mª Teresa Gallego; 145 págs. La ilustración de la cubierta es un montaje de lo más sugerente y, como veré con la lectura, de lo más adecuado al contenido también. Mientras preparo la reseña encuentro una cubierta de la edición francesa de 2023, que me resulta aún casi más apropiada. Las dejo las dos.















 

Y al mirar la información biográfica del autor en la solapa, Michon (1945, La Creuse), me aparecen otros títulos suyos. Uno de ellos me resulta familiar, Los Once y, revolviendo en este cajón "desastre" que es el blog, descubro que ya lo había leído en 2019; normal que no lo recordara. Gracias a estas anotaciones pues, reencuentro aquella lectura y lo que me pareció un autor considerado de los más grandes de la literatura francesa contemporánea, aunque empezó a publicar tarde, en 1986. Y hay más sorpresas. Como que este libro es en realidad dos libros: un díptico ambientado en dos ríos del Périgueux, cuna del arte paleolítico francés, El Beune Grande (1996, traducido en 2012 como El origen del mundo) y El Beune Chico, que lo cierra ahora. He titulado la reseña "Obsesiones", porque eso es lo que recorre las dos partes del libro que he leído de forma unitaria. Primero, la de los pescadores que se adentran en la niebla nocturna más espesa en busca de las carpas más brillante, la que "hurtaba a media pierna los árboles, centelleantes, pero envueltos, encapuchados, aparejados como para un sacrificio" (pág. 108); esa "niebla que se apoyaba en el cristal de la ventana" (pág. 93) y que impide así ver nada en medio de la noche. Habitada por "campesinos humildes y bravucones, incluso aunque uno tuviese un barniz de prehistoria" (pág. 101), la cueva con supuestas pinturas rupestres. 

Luego, la del joven profesor recién llegado a Castelnau, fascinado por Yvonne, la estanquera, que despierta en él toda clase de sueños concupiscentes, y que es quien cuenta la historia, con su afán por transmitir su deseo con toda la fuerza que lo posee. "Iban a subirme a bordo de la barca de mala muerte de la vida adulta" (pág. 12), dice. La describe así al inicio: "Una mujer acicalada, desnuda luego, vestida de nuevo en el acto y desnuda, un ritmo de náilones, de oro y de piel, mil sedas golpeando esa carne de seda" (pág. 26). Para él, "Yvonne ante mí era el colmo de la humanidad" (pág. 113). No se puede ser más absoluto. Todo ello se desarrolla en un mundo rural, alejado de la civilización, envuelto en distancia y lluvia y niebla: "Detrás de la lluvia que sólo cubre el mundo para que podamos ver en su lugar nuestros sueños detrás de esa cortina gris donde todo está permitido (pág. 70). 


La prosa de Michon es exuberante, potentísima, tanto que a veces he tenido la sensación de perder la referencia. El lirismo de su juego metafórica se aplica a todos los campos, no sólo al paisajístico, sino al profesional del narrador: "Me aplicaba en pinchar las pinzas de las subordinadas en la carne de la frase, ensartar las desinencias en el anzuelo del verbo" (pág. 136). Yo, que tanta gramática he explicado, no hubiera imaginado nunca semejantes imágenes. Pero lo que acaba arrastrando la narración hacia su desenlace, impresionantemente pautado, es el empuje erótico del deseo del narrador, expuesto con una crudeza muchas veces inesperada. "Las manos de veinte años son trémulas, rabiosas, terribles: quería mis manos, desde luego. Pero me dije que lo que había deseado en mí era la infinitud de mi deseo siempre aplazado que se parecía a su gozo infinito: gozábamos sin cesar con esa espera, ambos. Una inminencia eterna" (pág. 141). Y es esa demora por llegar a la culminación lo que me ha desesperado por momentos. La acción es mínima. Se potencia con miradas y silencios. Parece que no pasa nada, que todo está a punto de suceder en aquel universo arcaico, prehistórico surcado por esos dos ríos de los que no tenía noticia. Requiere una lectura reposada. Me ha superado por momentos.

José Manuel Mora.  








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