Nº 24, de John Andreas Andersen

El pasado que no cesa

Me alegra que antiguos alumnos míos, como Ricky, me recomienden películas o libros. Las tornas han cambiado, y eso está bien. En este caso se trata de una novedad, una peli noruega que acaban de subir a Netflix. Si además es "nórdica", estaba claro que iba a hacer por verla. El título, Nº 24, puede resultar extraño así como aparece. Pronto sabremos a qué se refiere al desarrollarse la trama. Su director,  John Andreas Andersen, tiene en su haber otros títulos para mí desconocidos. Diré luego por qué me ha parecido oportuno redactar estas líneas. En principio, porque no es frecuente conocer historias de las que Hollywood no se ha ocupado, a pesar de tener la misma potencia que las de la resistencia francesa o británica, incluso las que se produjeron en el interior de Alemania.


Un octogenario (Erik Hivju) sube a un estrado para dirigirse a un grupo abundante de estudiantes. Lo hace en tanto que superviviente de la resistencia que algunos noruegos presentaron a la ocupación nazi de aquel país. Lo que vemos se presenta en una pantalla más pequeña de lo habitual, como si presenciáramos un reportaje televisivo. Cuando comienza la narración, la pantalla se abre para ocupar todo el espacio del receptor. Gunnar Sonteby (un contenidísimo Sjur Vatne Breanes el protagonista que narra las acciones que un grupo de jóvenes lleva a cabo contra el invasor, lo que incluye bombas en fábricas y ministerios, o ejecuciones directas de los mandos oponentes. Él, como jefe del grupo, no muestra dudas ni decaimiento en ningún momento, incluso sabiendo que la vida de sus padres puede correr peligro si lo asocian con él, que está en busca y captura. El Nº 24 es el que le asignan para ocultar su identidad. Si son apresados deberán aguantar la tortura. Por si flaquean, llevan pastillas de veneno para no tener que traicionar a los compañeros. Más que la acción o la aventura, que las hay, el director parece interesado en el componente humano y en las contradicciones que vivieron quienes en aquellas acciones participaron, las relaciones que establecían con quienes podían ser sospechosos de colaboracionistas, lo que les resulta imperdonable. La ambientación es perfecta, en medio de una producción nada aparatosa. Todo resulta así más cercano, más creíble.


Y así llegamos a lo que me ha parecido más interesante del metraje, que surge de las preguntas de los asistentes a la conferencia: ¿Es lícito hacer cualquier cosa para defender la libertad? ¿El fin justifica los medios? ¿Es lo mismo la pelea en campo abierto con las mismas armas de ambos contendientes, que las ejecuciones silenciosas y anónimas? ¿Ha oído usted hablar de Gandhi?, le preguntan. Y él desvía la respuesta. Hubo un juramento de guardar silencio sobre los sucesos con los compañeros de lucha. El Gunnar anciano parece seguir teniendo claro que Noruega es ahora un país libre gracias a sus acciones. Pero para lo sucedido con la eliminación de algunos compatriotas por sospechas de colaboración, la respuesta es el silencio. Vivir en guerra y con el país ocupado puede hacer que uno adopte decisiones que de otro modo consideraría terribles. Ojalá no tenga uno que pasar por ahí, me decía Ricky en su comentario. Pienso además en lo necesario que podría ser que este tipo de charlas se dieran en nuestro país para hacer saber a la gente joven, que se inclina por negar el peligro del fascismo y que se siente atraída por los gobiernos fuertes que privan de libertad, lo dura que puede ser la realidad vivida, y no lo que uno idealiza desde lo que escupen las redes. 

José Manuel Mora.



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