Barman de una época
En la reseña anterior, bajo la etiqueta de "libros recomendados", señalé que los dos últimos títulos venían sugeridos por mis libreras de 80 Mundos. Sara me puso en la mano una rareza, Andanzas del impresor Zollinger, de Pablo d'Ors y Carmen, un tomo con una cubierta muy sugerente, por lo sofisticado de las dos mujeres que en ella aparecían. Tampoco en este caso conocía al autor. Collin, Phillipe. El barman del Ritz. Barcelona: Ed. Galaxia Gutenberg, 2025, en su primera edición. Traducido del francés por Adolfo García Ortega. 391 págs. La presentación del libro es exquisita, como suele serlo en esta editorial, con páginas de respeto en rojo carmesí, elegantes y atrayentes. En Francia se han vendido 320.000 copias en apenas ocho meses y está previsto el rodaje de una película sobre el mismo.
No es de extrañar mi desconocimiento del autor, puesto que ésta es su primera novela. Collin (Brest, Francia, 1975) se mueve en un mundo que no frecuento, el de los podcast, qué rabia no tener traducción para el término. Es historiador, especializado en la depuración de colaboracionistas del estado de Vichy. Trabaja como periodista y productor de radio y televisión. Tampoco frecuento el mundo de las novelas gráficas. Collin ha coescrito La patria de los hermanos Werner junto a Sébastian Goethals, el ilustrador. El ámbito en el que él está especializado me es conocido tan sólo a través del cine de los años 50, en el que se trataba el tema de la ocupación alemana durante la IIª Guerra Mundial, con la icónica Casablanca. Por todo ello adentrarme en su lectura ha sido un progresivo descubrimiento.
El autor señala en la breve introducción que, aunque el personaje existió realmente, ha pretendido adentrarse en ese momento histórico desde la subjetividad, lejos del corsé de historiador que su formación le proporciona. Por ello advierte que los extractos del diario de Frank Meier, que aparecen en cursiva, son imaginados por el escritor y suponen un homenaje a un hombre común, que vivió momentos extraordinarios. Declara que, de alguna manera, el personaje real/inventado es él mismo. Y parece que su fascinación por el famoso hotel, el Ritz, venía de antiguo y se acentuó al entrar en él por primera vez para entrevistar a Yoko Ono. A la abundante documentación que poseía sobre la época, debida a su formación, se fue añadiendo imaginación para dibujar a ese barman que confiesa al inicio: "Soy un proletario. Y un proletario judío, además. Desde crío, siempre he buscado salvarme" (pág. 25). Austriaco de nacimiento, emigra a EE.UU. en 1898, en pos del sueño de tantos, pero "el exilio social se paga con una tristeza eterna" (pág. 31), y es esa una de las características del personaje a lo largo de los cuatro años que dura la ocupación alemana, que lo encuentra tras la barra del Ritz, sujeto a las órdenes de su dueña, la viuda Marie-Louise Ritz, y a los caprichos de gente tan exquisita como Fitzgerald o Hemingway, o a Coco Chanel o Sacha Guitry y Cocteau. Más tarde se verá teniendo que complacer a Göring, a Goebbels y a la plana mayor de los ocupantes. Y en medio de todo ello la fórmula del cóctel que según él lo define, más que aquellos que lo hicieron famoso: "Una mitad de nostalgia, un tercio de tristeza, una lágrima de abandono y dos pizcas de de esperanza, éste es el cóctel de la noche" (pág. 37). La narración en tercera persona se ve alternada por frases en cursiva, que responden a su pensamiento más íntimo. Haber luchado en la Gran Guerra con los alemanes, no impide que se sospeche de su posible judaísmo, lo que le podría costar la deportación y hasta la vida.
A ese lugar mítico se acercan no sólo personajes importantes, sino todo un grupo de especuladores, colaboracionistas, trepas, resistentes ocultos, espías, incluso quienes con la prolongación del conflicto y de los sueños imperiales de Hitler, se proponen acabar con él. Meier escucha con discreción, aparentemente impertérrito, ayuda a Luciano, un joven de origen judío al que protege, y se enamora perdidamente de la esposa del director del hotel, Blanche Auzello. "Su belleza con aroma a desolación actuaba sobre mí " (pág. 67). Hay una contradicción intrínseca entre lo que sucede fuera del hotel, el horror de la guerra, y el ambiente de lujo y refinamiento del interior del bar, "lugar convertido en símbolo de la ocupación" (pág. 338). En realidad son "dos mundos que coexisten y nunca se cruzan" (pág. 107). Quienes disfrutan de los cócteles que Meier prepara se creen a salvo, hasta que comienzan los bombardeos. Las SS van mostrando su cara más cruel y llega la deportación de los 10.000 judíos que fueron a para al Vélo d'Hiver en 1942. Y las contradicciones se acentúan. El protagonista "un día rinde servicio a a los alemanes y al día siguiente ayuda a las familias judías a escapar" (pág. 229), puesto que "fuera se persigue a los judíos, se fusila a chavales en el monte Valérien, la gente se muere de hambre, pero en el gran hotel hay que ser impecables con los bigudíes" (pág. 233).
El personaje ha sido dibujado por el autor como alguien contradictorio, capaz de la generosidad que le puede costar la vida y también de intentar aprovecharse de una doble contabilidad para protegerse las espaldas caso de que vengan mal dadas. Todos los matices que el autor introduce en la personalidad del protagonista y en el personaje de Blanche, "mujer de gran corazón e insumisa" (pág. 355), los convierten en seres tremendamente humanos, cercanos al lector. "El barman quería grandeza pero apuntar demasiado alto sólo ha servido para minarlo por dentro" (pág. 279). Su hijo lo acaba acusando: "Cuando se vive en el lujo, uno se vuelve tan ciego y egoísta como los demás (pág. 311).
Y, como Meier ha vivido en la contradicción permanente, lo que para los parisinos supone la liberación, para él "la llegada de los Aliados suena a fin de un mundo" (pág. 347), ya que es momento de las venganzas: "Acaban de entrar en un periodo en que reinan la delación y la revancha" (pág. 359). Todo pende de un hilo. El lector tendrá que esperar hasta las últimas páginas de la historia para conocer en que paró el personaje. No hay en el libro demasiado adorno retórico. Al autor le interesa el Meier y el mundo en el que se desenvuelve. Resulta agobiante y estremecedor el buceo que el escritor realiza en esos cuatro años de guerra, que parece quedar en sordina tras los muros del Ritz. Y una pregunta flota en el aire al final: "¿Sabremos aprovechar la ocasión para recuperar la dignidad de la vida humana?" (pág. 365). Tras los bombardeos en Gaza y en Ucrania y la reelección de Trump no parece que se pueda contestar afirmativamente. Hélàs.
José Manuel Mora.
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