Tres kilómetros al fin del mundo, de Emanuel Pârvu

Comunidad cerrada

El título es en este caso muy explícito. No llega mucho cine desde Rumanía. A pesar de pertenecer a la Unión Europea, da la impresión de que el país sigue tras el telón de acero, tal es la huella que el dictador Ceaucescu dejó. Apenas llegan noticias, si no es por causa de elecciones amañadas o de corrupción sin cuento. ¿Cuántos saben además que el Danubio desemboca en el Mar Negro formando en su terminación un inmenso delta? Pues en esa zona es donde se ambienta Tres kilómetros al fin del mundo. Por eso decía lo de la explicitud del título. La dirige Emanuel Pârvu, actor y director de teatro y cine;  el guión lo firma también él junto a su mujer, Miruna Berescu. Cuentan que se basaron en un hecho real de hace unos diez años, aunque modificado. Naturalmente me son absolutamente desconocidos. Sin embargo me parece que aquí el desempeño es más que aceptable. Diré por qué.


En una aldea junto al delta, de calles sin asfaltar, con poca iluminación nocturna y casas humildes alegremente coloreadas, una noche se produce un encuentro casual entre un joven del pueblo que estudia en la cercana Tulcea y un turista que está de paso y que representa el mal que viene de fuera. Fruto del mismo, Adri (Ciprian Chiujdea) es atacado por muchachos del pueblo que le dan una enorme paliza al ver que se ha besado con el foráneo. Poco a poco vamos descubriendo que la homofobia no es exclusiva de los jóvenes machotes, sino que en el conservador pueblito esa visión de las cosas es compartida con la autoridad del puesto de policía, con el cura ortodoxo, que cree poder curar la "enfermedad" con un exorcismo, y hasta los mismos padres se avergüenzan y temen que pueda llegar a saberse. Tan sólo una amiga del muchacho parece ser su apoyo emocional. El cacique del pueblo maneja los hilos allí y cree poder comprar voluntades. Las salidas del joven golpeado van viéndose cada vez más cerradas. El ambiente opresivo está perfectamente logrado y se trasmite al espectador. 

Chiujdea, bailarín además de actor, considera que el personaje es representativo de aquellos que sufren abuso por su modo de estar en el mundo. Da la impresión además de que esto les sucede por nacer en el lugar equivocado, aquí muy "cerca del fin del mundo", en esa llanura de agua sin casi horizonte, esa Rumanía donde hasta el año 2000 no se eliminó la legislación represiva y donde el 40% de la población sigue considerando un estigma la homosexualidad. Él mismo creció como gay y sabe de lo que habla. Bogdan Dumitrache es el padre atormentado, contradictorio y preocupado por su hijo, pero también avergonzado por él, incapaz de expresar sus sentimientos, como la madre (Laura Vasiliu) protectora, que sólo sabe recurrir a las imágenes y al cura para que salven a su hijo. Ambos acaban mostrándose como intolerantes ante un hecho que no esperaban y que se les escapa de su comprensión. No hay moralismo barato en la exposición del conflicto, transmitido con planos largos; tan sólo se muestra una realidad que no nos queda tan lejos por otra parte. Dura y creíble, gracias sobre todo al protagonista y al resto del elenco. No dan muchas ganas de recorrer el interior del país.

José Manuel Mora.




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