Hannover

Ciudad reconstruida

Desayuno tranquilo. La estación está enfrente. Tren puntual. Mucho viajero. Circula rápido por esta zona del país, llana, con granjas, molinos aerogeneradores, paneles solares y otoño. Al llegar a Hannover, una marabunta se apresta a llegar a su andén correspondiente. Hay doce, nada menos. Salimos a una amplia plaza y dejamos el edificio rojo de 1875 a nuestras espaldas. Quedó destruido por las bombas en 1943, salvo la fachada. Siguiendo la pista que sugiere el mapa de gúguel, avanzamos por una avenida, vacía al ser domingo, que combina edificios de corte clásico, como el de la Opernhaus (Ópera, para entendernos), con otros de factura moderna, de acero y cristal. Mientras, los árboles parecen haberse vuelto locos de golpe y se encienden con colores imposibles. 




El Dormero Hotel lo alcanzamos tras veinte minutos de casi paseo. Hay que llevar mucho cuidado con respetar los carriles bici, pues pasan como exhalaciones, ellas y los patinetes eléctricos. En recepción nos cobran 3€ por noche y persona de tasa turística. Hay que dejar las maletas en la "consigna", ya que las habitaciones no estarán disponibles hasta las tres de la tarde. Así pues nos encaminamos hacia el Nuevo Ayuntamiento, o Neues Rathaus, como ellos lo conocen, lo que indica que existe uno más antiguo.  Pasamos junto a una construcción que se levanta como una mole frágil y asimétrica. Se trata del Nord/LB, uno de los mayores bancos comerciales de Alemania, corporación pública con 17 plantas de oficinas, cuyos trabajadores tienen la ciudad a sus pies. 



Y nos adentramos en el Maschpark, en el centro de la ciudad, de diez hectáreas nada menos, ocupadas en parte por un gran lago, creado artificialmente en el XIX. Quien no lo sabe, no  diría nunca que lo es. Hay un cisne que parece escapar de sus aguas grises. No ha sido retocado desde entonces y fue el primero de carácter municipal. No hay nadie en sus orillas. Un lujo para sus habitantes que, hoy domingo y nublado, parece no merecer ser disfrutado. A nosotros, tal vez por esa circunstancia, nos resulta todavía más atractivo.


Y llegamos al imponente edificio construido en 1905 en el estilo neorrománico de la época, con su cúpula centrada y sus dos torres de agujas simétricas, todas en verde. Le damos la vuelta y entramos por su puerta norte, la principal. El hall es inmenso, con una escalera central de mármol negro con espléndidos bajorrelieves en los arranques laterales. En cada uno de los cuatro ángulos del mismo hay una maqueta de la ciudad: la del XVII, todavía amurallada; la de 1939, antes de la catástrofe urbanística que supuso la guerra; la de 1943, que impresiona por el destrozo general, y que dejo aquí, y que hace pensar: si esos fueron los desastres urbanísticos, ¿cuántas personas quedarían bajo tanto derrumbe?; y la última, que se corresponde con la actualidad, y que muestra la extraordinaria transformación que ha experimentado, en cuanto a la restauración de edificios y la construcción nueva llevada a cabo. 


Parece que hay un ascensor que lleva a la cúpula, desde la que se debe de tener una vista casi de pájaro, pero está fuera de servicio. Así que salimos hacia el centro de la parte antigua de la ciudad. Las calles se van llenando de domingueros locales y de turistas. También se van haciendo presentes cafeterías y restaurantes donde, llegado el caso, poder comer. Son todos tan concebidos para los visitantes, que no lo pensamos mucho y entramos en uno que tiene luminosidad y con una carta "comprensible". Comemos a base de pollo. Y salimos dando la vuelta al ábside de la Marktkirche, o "iglesia del mercado", con ánimo de atravesar la puerta de poniente, la principal, con sus torres cubiertas de andamios y lonas mientras la restauran. Entramos. En su interior, desnudo, de ladrillo rojo conformando sus naves góticas, todo rehecho, ya que las bombas la destruyeron por completo; en la nave derecha suena un saxo acompañado de un piano eléctrico. Interpretan música de swing, lo que no he visto nunca en ninguna otra iglesia en la que haya entrado. Y escuchándolos, un grupo numeroso de personas que meriendan tarta con café, sentados en mesas largas. De no ser por el maravilloso retablo del altar mayor, gótico del XIV, se podría pensar que está desacralizada. Pero no. Me dicen que se ofician servicios religiosos, La fiesta es en honor de los homeless del barrio, a quienes la parroquia invita una vez al año. El momento musical es tan fantástico, que se nos olvida todo lo demás. No puedo resistirme y grabo. Me encantan los contrastes.




Tomamos luego un café en un lugar que nos llama la atención por su nombre: Café & Bar Celona. El cortado está rico y a un precio razonable, 3'5€, para hacerse una idea de cómo están las cosas.


Callejeamos entre edificaciones con traviesas de madera en su construcción, muy s. XVI. Fotografiamos, sin saberlo, el Altes Rathaus, el Ayuntamiento antiguo que suponíamos que debía de haber, un bello edificio todo en ladrillo rojo, de perfiles puntiagudos. Y también encontramos casitas modernas, de dos plantas, unifamiliares, con jardín trasero, un lujo en pleno centro. 

Algo más allá, otras más historiadas, pero también hermosas en el barroquismo de sus fachadas, como la supuesta casa de Leibniz, que era natural de aquí y del que se sienten muy orgullosos.



Y llegamos hasta el río Leine, casi un canal urbano. Junto a él llama la atención la Beginentur, o Torre de las Beguinas, unas monjas de la época, que formó parte de la muralla que rodeaba la ciudad en los tiempos en que era regentada desde Gran Bretaña, lo que nos sorprende, porque no sabíamos nada de esta dominación medieval. Fue también prisión. Ahora forma parte del Museo de Historia, que no visitaremos por falta de tiempo y de competencia lingüística. Seguimos paseando sin brújula, reconociendo lugares ya vistos y descubriendo otros, como una plaza peatonal, la Ballhofplatz,  en la que la juvenalia despreocupada se toma un algo en hamacas, cubierta con las típicas mantas. El rincón tiene mucho encanto, sobre todo por la enredadera que cubre toda una fachada. 






En otra de las calles importantes, Burgstrasse, llena de coches aparcados, surge una pequeña joya, adornada con cenefas de madera coloreada. Es muy auténtica, tanto que leemos luego que es la más antigua de la ciudad, de 1566, con su techo de teja inclinado para que agua y nieve resbalen y protejan las buhardillas que se adivinan en lo alto.
 Merece la pena esforzarse en dar con ella.




Y con la luz haciéndose cada vez más pequeña, entre otros edificios sin personalidad, descubrimos una iglesita gótica, con lápidas funerarias tras su ábside en plena calle, la KreuzKirche, luterana, del XIV, con una torre esbelta y sola, suponemos que reconstruida tras los bombardeos. Está ya cerrada. Habrá que volver. Creo que cierro la entrada con esa imagen.


José Manuel Mora.

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