Kant frente a Kafka
Tenemos de vuelta en Alicante la Muestra de Teatro Español de Autores Contemporáneos. Por una carambola llego a tiempo al Teatro Arniches para ver una obra de una autora de gran presencia en la escena actual, Victoria Szpunberg, con un título que podría ser disuasorio para una pieza de teatro, El imperativo categórico, y que casi parecería más adecuado para un ensayo filosófico. Llego sin referencias y me encuentro la sala abarrotada. Ni una butaca libre. Llega directa desde su estreno en el Teatro de la Abadía de Madrid.
Szpunberg (Buenos Aires, 1973) está afincada en España y además de dramaturga es docente. De familia exiliada (abuelo huyendo de los pogromos judíos y padres, de la dictadura argentina), acabó recalando en el Masnou, Barcelona. Toda esta historia familiar la ha marcado. Esta proximidad a la capital y la calidad de sus propuestas ha permitido que estrenara sus títulos en el Teatro Nacional de Cataluña y en el Teatre Lliure, antes de hacerlo en Madrid, títulos que lleva escribiendo desde 1998. Viene precedida de multitud de premios ganados por un montón de obras para mí desconocidas: el Max de 2013 por El próximo año será mejor; el Premio Ciudad de Barcelona de Artes Escénicas por la que estoy comentando, L'imperatiu categòric en 2024, que escribió primero en catalán; y finalmente el Premio Nacional de Literatura Dramática de 2025, razones suficientes para que la sala estuviera de gom a gom.
Llega la obra dirigida por la propia dramaturga, lo que asegura que lo que vamos a ver responde no sólo a su escritura, sino a la plasmación escénica que ella desea. De los dos intérpretes hablaré después, Àgata Roca (Premio Max a la mejor actriz de este año y también el Margarita Xirgu) y Xavi Sáez. Y como la sala no tiene telón, aparece la protagonista en escena, en medio de un decorado (cortesía de Judit Colomer) de habitación destartalada, dirigiéndose al público para pedir que apaguen móviles y relojes fluorescentes. De inmediato nos damos cuenta de que se está dirigiendo a su alumnado de facultad para advertirles de un cambio en la programación y la propuesta de acercarse a Kant a través de su concepción de su famoso "imperativo categórico" y a otros autores que no están en el programa. Un desmayo la derrumba en tierra y es ayudada a incorporarse por alguien que viene a enseñar un "loft" en el que ella pudiera quedarse, ya que se ha divorciado y su antigua residencia ha sido adquirida por un fondo buitre para pisos turísticos, lo que la deja en la calle.
Todo lo anterior hace que el público conecte con el personaje y por momentos estalle en carcajadas ante los absurdos a los que se enfrenta y a sus respuestas a ese absurdo. Estamos a la escucha de la problemática de esta mujer, que podría ser cualquiera de nosotros, a esa "mediana edad" tan problemática, teñida de precariedad vital. La realidad que vemos reflejada ha pasado por la imaginación de la escritora y la ha convertido en palabra dramática. Todo resulta kafkiano y a la vez muy común, con un toque de protesta en su fondo. El humor es lo que lo hace todo más llevadero, hasta un desenlace que no revelaré y que me ha hecho reír a mandíbula batiente.
José Manuel Mora.
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