Regreso al clásico
Hay autores a los que soy fiel: me vienen a la cabeza a bote pronto Cortázar y Vargas; a ambos los tuve que estudiar como objeto de tesina y tesis de licenciatura. Más próximos ya, Cercas o Padura. De todos ellos hay en estas páginas alguna que otra reseña. Del autor de Úbeda hay también varios títulos, por eso no estaba yo muy animado a comenzar su último libro. Mi antiguo compañero de bachiller, lector impenitente, me dijo que lo hiciera. Y le he hecho caso. Muñoz Molina, Antonio. El verano de Cervantes. Una escritura desatada. Barcelona: Ed. Planeta, Seix Barral, 2025, 447 págs., las tres últimas de abundante bibliografía manejada por el autor: biografías, ensayos, artículos... El diseño de la cubierta corresponde a Miguel Sánchez Lindo.

La noche de los tiempos (2010), El viento de la luna (2012), Como la sombra que se va (2014) son algunos, de entre los diez que están en mi estantería y que han sido por mí leídos, que he dejado aquí comentados. En ese último hay un resumen de todo ello, razón por la que no voy a repetirme. Mientras tanto, Muñoz (Úbeda, 1956) ha ido recibiendo premios y reconocimientos múltiples hasta ingresar en la RAE en 1996. Hace poco apareció en un programa de televisión con su esposa, la también escritora Elvira Lindo, y en él confesaba algo que yo no sabía y que también aparece en el que acabo de leer: "Escapaba de Madrid y de la oscuridad inhóspita de enero y del desaliento de mí mismo" (pág. 413; la cursiva es mía). Ofrece un paralelismo entre la figura del pobre caballero y la suya: "Yo mismo soy ahora quien se contagia de ese abatimiento" (pág. 345). El autor parece encontrar en la lectura y en la escritura un antídoto contra el padecimiento de su depresión confesa. "Han pasado diez años desde el verano en que empecé a tomar distraídamente estas notas" (pág. 438). Me parece increíble que se puedan consumir diez años de vida tomando apuntes para algo que seguramente no está todavía en proyecto. Puede que la explicación sea el apasionamiento que la novela de Cervantes provocó en él desde niño. Y frente al "otro mundo sombrío que hay a veces dentro de mí mismo [...] respiro la atmósfera serena y protectora que mi mujer ha creado" (pág. 261), auténtica declaración de amor que también aparece en la dedicatoria: Para Elvira, que pertenece al linaje de las mujeres apasionadas y valerosas de Cervantes (pág. 5).

Estamos pues ante un ensayo apasionado sobre una obra de la que uno parecería creer que se ha escrito todo. Yo mismo la leí en versión abreviada siendo adolescente; más tarde, en los tiempos de Filología salmantinos, para no conformarme con lo que en clase se nos explicaba, y ya la edición canónica de Paco Rico en 1998 con todo su aparato crítico. Sin embargo, las reflexiones de Muñoz, quien se siente "poseído por D. Quijote" (pág.136), sobre el libro que reconoce haber leído más veces, son esclarecedoras y vuelven a acercarme a la figura del clásico y a la de su personaje de un modo que es como si lo estuviera volviendo a leer. De hecho el ubetense reconoce que "cada uno hace un Cervantes a su medida" (pág. 224) y muestra que además de escritor es un lector cuidadoso, informado y capaz de la reflexión profunda y el goce divertido que la novela procura en ocasiones. A todo ello se puede añadir que estamos ante un libro memorialístico, con todo lo que la lectura va evocando en él de su pasado provinciano. Y de la misma manera que la aparición de Sancho en el libro "hace posible el salto del monólogo a la conversación" (pág. 34), también el libro quijotesco posibilita el diálogo constante entre Cervantes y Muñoz. Y del mismo modo que el primero confronta los géneros literarios de su época con la vida vivida por él, así el segundo alterna los sesudos comentarios sobre la novela cervantina, con todo lo que eso evoca de su infancia.

Y así, arranca con el recuerdo del mamotreto de cubiertas chamuscadas que encontró en un baúl de su casa labriega, edición de Calleja, de 1881, que se salvó del fuego por la intercesión de su abuelo. El verano de las andanzas de D. Quijote "es idéntico al de mi primera lectura" (pág. 15) nos dice el de Úbeda, en momentos de siestas silenciosas, cuando no se puede despertar a los mayores, como cuando yo leía una y otra vez las aventuras del Capitán Trueno. Dejo aquí este dibujo de Arturo Pérez que me ha gustado por la sencillez y porque se sale de las figuras tópicas a la venta, que el propio Muñoz ve con ojos críticos en su visita a Puerto Lápice. Es bueno señalar la distinción que Muñoz hace constantemente entre El ingenioso hidalgo (1605) y su segunda parte, El ingenioso caballero (1615), tratándolas como lo que son, dos obras distintas, nunca publicadas en un solo volumen en vida del autor. Dejo ahora esta foto "de época", de alguien de quien no tenemos retrato fidedigno.
Y también su relación con los
Essais de su admirado
Montaigne, al ser la creación cervantina un "ensayo" de un género inexistente, la
novella humorística que abarca "experiencia inmediata, recuerdo lejano [...] lo visto, leído, inventado" (pág. 12); dice Muñoz que "era una forma narrativa que no tenía nombre aún porque él mismo acababa de inventarla" (pág. 95). Y más adelante señala que para Cervantes "la novela es desmesura formal, improvisación, brochazo, mescolanza, burla, parodia" (pág. 283). Todo ello va siendo confirmado por las abundantes citas de la novela que está comentando. Por eso he tenido la sensación de estar volviendo a leerla, a redescubrirla en mil detalles en los que no me había fijado, a rememorar precisiones de la biografía cervantina que aparecen ahora contextualizados, además de escuchar la voz del ser humano Cervantes, apasionado lector, incluso de papeles rotos. Hay además referencias a todos los autores que admira,
Flaubert,
Mann,
Twain Melville, Joyce..., quienes también estuvieron en la estela de Cervantes. Y todo ello con la prosa elegante y precisa, inteligible y minuciosa de Muñoz: "en el gran espacio cóncavo del silencio de fondo" (pág. 246); o bien "desde la cima se domina una inmensidad de monotonía marítima" (pág. 402), salpicada de términos hortelanos de su infancia. Está claro que el libro del jienense puede hacer ir al original a quien no lo conozca o lo tenga olvidado. No deja de sorprender que una historia inventada hace más cuatrocientos años siga siendo capaz de provocar reflexiones y entretenimiento sin fin. Ha sido casi un mes de inmersión en la "monotonía marítima" de la Mancha. Gracias, Pascual.
José Manuel Mora.
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