Hannover, III

Colores... húmedos

Amanece lloviendo. Salimos con dos paraguas prestados por el hotel. Vamos hacia el Spengler Museum, junto al inmenso lago que ya visitamos, el Maschsee. Se inauguró en tiempos de la RDA (para los improbables jóvenes que lean estas líneas, época en la que la mitad de Alemania estaba bajo dominio de la URSS), en 1979, y se amplió en 1992, ya integrado el territorio en la RFA, la actual Alemania unificada en 1990. El nombre se debe a quien donó su colección personal al museo. Se trata de un edificio de líneas rectas, sin alturas, por lo que la escultura blanca, helicoidal, desmesurada, situada a sus puertas, llama más todavía la atención. Su título, "Otro tornado", de la escultora estadounidense Joao Alice Aycock. No sabemos nada de su contenido. Venimos dispuestos nuevamente a la sorpresa.

Y ésta se vuelve a producir, al encontrarnos con que el museo es más de lo que parece, ya que tiene varias plantas disimuladas. Una de ellas subterránea. En la principal se anuncia una triada: nuestra ya conocida Niki de Saint Phalle, y dos japoneses, Jayoy Kusama, artista precursora del pop y el minimalismo, con vertiente feminista acusada (se internó por voluntad propia en un psiquiátrico donde vive desde 1990); y Takashi Murakami (no confundir con el novelista), el más joven de los tres, conocido por difuminar la separación entre arte elevado y popular y manejarse en la ilustración de publicaciones anime.


Hay gente, pero no aglomeración. La primera sala es efectivamente sorprendente, tanto por las figuras que corresponden a los tres artistas, como por el mural que la ambienta. Los tres se caracterizan por intentar superar el arte exquisito y "culto", burgués, y proponen piezas que se puedan colocar en la calle, elaboradas con materiales inusuales y de tamaños que responden a sus necesidades expresivas, a sus obsesiones, y no a lo esperable. Creo que en los tres hay un intento de épater les bourgéois. Niki se pone trascendente con el papel de la mujer y lo trasmite a través de los ásperos materiales que elige, Murakami sigue rompedor con sus muñecos de colores o con su enorme pene dorado, Kusama es la que menos me ha impactado; a veces sus trabajos se incorporan a la publicidad de marcas importantes.










Y cuando creemos haberlo visto todo, se inicia "La Colección", cuando descendemos a la planta del subsuelo por una escalera helicoidal en la que se observan elementos de Niki colgando del techo, en alusión a un Ícaro suicida. Y ahí encontramos a Arp, Kandinsky, Morandi, Picasso, Calder, Moore, Bacon y los expresionistas alemanes de las décadas de 1910 al 1930. Sin ánimo de aburrir, he de decir que el subsuelo también encierra sorpresas, como una escultura formada por un mimbre que casi quiere ser el símbolo del infinito, retorcido. Y, sobre todo, un impresionante Anselm Kiefer

Seis horas después nuestros héroes logran salir indemnes y gozosos por el disfrute experimentado. Menos mal que se puede comer en el restaurante del museo. Mientras lo hacemos, disfrutamos del tranquilo y quieto see, todo gris por la ventana. Todas las personas que prestan el servicio de comedor son del sureste asiático; sirven con sus acostumbradas inclinaciones de torso. ¿Qué harían aquí sin toda esta mano de obra migrante si fueran expulsados, como pretenden ADF, Vox, La Meloni, Le Pen, Orban y el más peligroso de todos, que ya lo está poniendo en práctica, el oxigenado Trump (léase Trum)? Fuera, la llovizna sigue cayendo mansamente sobre la hojarasca y las bicicletas.

A la salida nos espera una abstracción roja, metálica, imponente, que rompe con el gris del día, del lago, del cielo. Es del estadounidense A. Calder. Y, al fondo, en medio del agua, el chorro incansable que eleva su columna al cielo y que se derrumba vencido por las gotas que siguen cayendo. A nosotros no nos importa, protegidos como vamos con los paraguas del hotel. Y vamos atravesando el parque otoñal al que hacía frente el nuevo Ayuntamiento que visitamos el primer día y que ofrece ahora una perspectiva distinta.










Vamos hacia el centro explorando un recorrido diferente, para no pasar de nuevo por la Altstadt, la ciudad vieja que ya conocemos. Algunos bares están llenos de varones exclusivamente, reproduciendo lo que sucede en sus países de origen, manteniéndose las mujeres en casa. Sin embargo aquí es verdad que vemos muchas parejas en las que es el padre barbado el que carga con la criatura; también mujeres jóvenes, cubiertas, con el cochecito y sin acompañamiento masculino. Algunas de las veladas van acompañadas de jóvenes rubias, tan alemanas como ellas. Puro melting pot que le dicen. Vamos buscando la Kestner Gesellschaft, una galería de exposiciones alternativas. Pero al llegar ya ha cerrado.

Así que decidimos ir volviendo a casa, en lo que va siendo nuestro último paseo del día. Al pasar frente al teatro de la ópera, un cartel anuncia Don Giovanni. Y, aunque ya la conocemos, pensamos que es una oportunidad de visitar el edificio por dentro y disfrutar de nuevo del Mozart más oscuro. Butacas de patio a 55€ nos parece un precio más que razonable. 



Mañana tendremos ocasión de comprobar el supuesto nivelazo del teatro. Ahora toca programar nuestra última jornada en Hannover.

José Manuel Mora.

 





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