Narbonne
Quienes han navegado por estas "páginas" con anterioridad, saben que el propósito de estas entradas blogueras es que no caiga del todo en el olvido lo que hemos vivido. Es evidente que cada uno realiza un viaje, y sólo con las fotos que cada quien ha ido disparando se podría confirmar esta afirmación. Así que éste es "mi viaje", que seguramente coincidirá en algunas cosas con el vuestro. Por eso os lo acabaré mandando. El trayecto acaba siendo pesado por la espera en el aeropuerto alicantino, pero el vuelo dura apenas una hora. En Toulouse, un espacio sin demasiada personalidad arquitectónica, nos espera Antonio con su autobús. Será el encargado de todos nuestros desplazamientos. Somos 36; muchos de ellos ya han viajado juntos y se conocen. Para nosotros es el primer viaje que hacemos con la AAUP.

Llegamos a Carcassonne comandados por Marisa con el brío que la caracteriza y toda la información que nos aporta y que nos puede servir. El Mercure es un hotel que está a los pies de la ciudadela. Al llegar a nuestra habitación, miramos por la ventana y la vista que se nos ofrece es casi la de un cuento gótico. Es ya noche cerrada y la iluminación de las murallas aumenta la sensación hanselygreteliana.

Ya por la mañana, por ser lunes, toca cambiar el programa, puesto que muchos de los monumentos que se podrían visitar están cerrados. Así que, con un sol espléndido, nos dirigimos a Narbonne. Allí nos espera Natividad, nuestra guía ovetense. Hace frío pero no lo notamos demasiado, tal vez porque vamos llenos de ilusión. El bus aparca junto al Canal de la Robine, que conecta el cercano río Aude con el Mediterráneo, en realidad un ramal del Canal du Midi. En paralelo al cauce se disponen unas casetas que me han recordado las de nuestros jipis de la Explanada, aquí con motivos del todo navideños. La arboleda otoñal decora sus aguas con su reflejo de óxido dorado. Las exclusas permiten la navegación sorteando diferentes alturas.

Desembocamos en la Place de la Mairie, engalanada con ciervos brillantes, que la desvirtúan. La fachada del consistorio, obra de restauración neogótica de Viollet-le-Duc, aparece completamente cubierta con bolas de colores y un papá Noé que trepa por su puerta principal. Se halla enmarcada por dos torres de aire medieval de cierta altura, 40 metros, y que formaban parte del Palacio de los Arzobispos. Estamos en lo que en tiempos romanos se conocía como el cardus de la Via Domitia, primera calzada romana construida en la Galia, y eje principal de la ciudad, que se cruzaba con el decumanus. El micrófono de la guía permite seguir sus explicaciones. Viene muy preparada, cargada con planos y fotos de lo que nos ha de explicar.



El palacio se remonta a los tiempos de Carlomagno, allá por el s. VIII. Fue una obra que se levantó con el paso de los siglos, razón por la cual transita del Románico al Gótico. El poder de la Iglesia en esa época era inmenso, y controlaba incluso el comercio y la navegación. Ello explica la envergadura de las edificaciones que rodeamos para ir por su parte trasera, donde hay unos jardines que conectan con los restos de una catedral que se evidencia inconclusa. Esos arcos serían el pórtico y el arranque de la nave central de la catedral de los santos Justo y Pastor. La sonoridad allí es extraordinaria. La guía pregunta si hay algún tenor en el grupo, levanto la mano y comienzo a cantar el Canticorum Jubilo de Händel. La reverberación ayuda y no quedo demasiado ridículo. El resto de viajeros se quedan pasmados, supongo que de mi poca vergüenza. Luego es la guía la que entona una pieza occitana, con dulzura y entonación correctas.
Rodeamos por el exterior el ábside gótico con sus arbotantes y sus gárgolas y entramos por una puerta trasera que da al deambulatorio. La altura de la nave con su bóveda de crucería es impactante. Por detrás del altar mayor se suceden esculturas funerarias y una serie de capillas entre las que destaca una de la que hablaré después.
Y paso de largo por una capilla en la que quedan restos de un retablo de piedra que tuvo color y que me parece muy deteriorado. La guía señala que es de los pocos que han mantenido restos de color y en el que todavía se pueden apreciar elementos reconocibles, como el monstruo diablo que engulle a los condenados. Es tardo gótico, de ahí la expresividad de las figuras.
Y en el centro una Madonna tan delicada de expresión y figura, recogiéndose su ropaje, que anuncia ya lo que serán las italianas del Renacimiento. Tras la explicación nos quedamos un rato más contemplando aquello que podríamos haber dejado de lado.
Y, frente a tanta exquisitez, podemos contemplar el enorme baldaquino, ya plenamente barroco, que está situado en el altar mayor, de cara a la sillería del coro. No había espacio entonces para los fieles, que se tenían que conformar con "oír" misa desde fuera. Salgo sin esperar a los demás a un callejón con arco, que da paso al Patio de Honor del Palacio de los Arzobispos, y allí en medio, en cuclillas, con una postura guerrera aunque serena, aparece una escultura de más de dos metros de altura, Walking in Beauty, obra de los valencianos Coderch & Malavia. Parece que quiere conectar con el pueblo Navajo y su celebración de la vida. Es de una belleza impactante.
Con tanta prisa no acierto a saber si hay más piezas en el interior, tan sólo la loba capitolina en bronce, que habíamos visto sobre un arco en el paseo matutino. Por otra puerta, que da al mismo patio, entramos a ver una pequeña exposición de trajes de época. Piensa uno que quienes los lucieran no tendrían que hacerse cargo del cuidado y puesta a punto de los mismos.
Un último paso a la catedral por si me he dejado cosas sin ver. Y así es: una pietà con cristo muerto que resulta conmovedora. Y se hace la hora de dejar el espacio sacro, uno de los más altos de Francia, y salir hacia el lugar reservado para nuestra comida, volviendo por la orilla del canal, del que vemos ahora el ponte vecchio que, como el de Florencia, está cubierto de edificios habitables. A pesar del cambio, todo transcurre bien. Yo apoyo la cabeza en la pared y entro "en alfa", para diversión de quienes me fotografían a traición.
El autobús nos conduce hacia Béziers, apenas a treinta kilómetros. El paseo por la ciudad no es especialmente atractivo. Es verdad que dejamos un edificio de hierro y cristal típico de Les Halles, que nos provoca ganas de haberlo visto abierto y en marcha con todos aquellos que realizan sus compras. Más allá, la iglesia de la Madeleine, con su torre octogonal, testigo de la barbarie de la guerra de religión contra los albigenses en el s. XIII. Una autoridad papal sugirió matarlos a todos, porque Dios ya sabría quienes eran justos y quienes, no. Está cerrada y no se puede visitar.
Seguimos la ascensión hacia la catedral, situada en una colina que controla el valle del río Orb. Su estilo gótico tiene un carácter claramente defensivo por sus muros y sus almenas, sus torres, sus barbacanas, que se ponen de manifiesto en la fachada que da al río. Contrasta el ábside de arbotantes con el interior, que luce un enorme órgano dieciochesco tapando en parte el magnífico rosetón, y un altar mayor claramente barroco en mármol blanco dedicado a S. Nazaire. El claustro ya no lo podemos visitar. Estos horarios franceses...El poniente parece querer rivalizar con tonalidades de postal. Y el Orb transcurre plácido bajo los puentes de la ciudad nueva.
Volviendo hacia el autobús, por calles uniformadas con luces navideñas veinte días antes de que llegue el momento, aún tengo ocasión de entrar en una iglesia pequeña, gótica y con un sorprendente trompe l'oeil en el altar, que hace que me acerque hasta comprobar que es una pintura.
Salgo corriendo hacia donde está el grueso de mis compañeros. Al llegar al paseo central descubrimos lo más cercano a un "mercado navideño" que vamos a poder ver. En las casetas uno puede pedir vino caliente, galletas bretonas, sopa de cebolla... El recorrido da para entablar relaciones con personas a las que no conocíamos: María, Marisa... No llegamos al final, donde parece que está la exposición más brillante y colorista del lugar. Al llegar al hotel vamos revisando fotos y eliminando las repetidas. Yo me peleo con el cansancio y el sueño para poder dejar unas notas en el cuaderno de bitácora. Servirán luego para este post.
José Manuel Mora
José Manuel Mora.
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