Occitania, IV; y final

 Perpignan/ Perpinyà/ Perpiñán

Amanece y no hay buenas noticias de salud; Maribel y Rafa se quedan para ir al hospital a ver qué tratamiento le pueden ofrecer a ella para combatir una tos que la ahoga. Al pasar por Leucate, las nubes se rasgan y brilla el sol a su través, espejeando el mar. Al fondo los Pirineos se reafirman cada vez con más rotundidad aunque sea a lo lejos. 


La ciudad fue siempre objeto de codicia y lucha entre francos y aragoneses. Y lo que más me sorprende es haber olvidado, si alguna vez lo estudié con el profesor Ubieto en Valencia, que este Rosselló que ahora atravesamos,  tenía a Perpinyà como capital del Regne de Mallorca allá por el s. XII. El autobús nos deja ante una fachada de corte modernista, de líneas ondulantes y motivos vegetales y que en su momento fue un cine, Le Cinéma Castillet, y ahora es sede bancaria.

El nombre del cine se debe a la cercanía del Castillet, conocido así por sus torreones que formaban parte de la muralla defensiva de la ciudad, toda en ladrillo rojo combinado con rocas traídas de fuera para el arco de entrada, ya que aquí no las hay. Se la conoce como Porte de Notre Dame














La visitaremos después. Ahora nos adentramos en una ciudad de 300.000 habs., con aires mediterráneos, y que dejó de pertenecer a la corona española en 1659 con el Tratado de los Pirineos, que puso fin a la Guerra de los Treinta Años. El primer edificio ante el que la guía se detiene es un palacete/lonja del mar que me trae a la cabeza la Llotja valenciana, con sus ventanales ojivales geminados, tan elegantes.


A su lado se encuentra el "Ajuntamiento" y al entrar al patio interior encontramos una delicada escultura del escultor modernista Maillol, con la sobriedad elegante que acostumbra: "La Mediterránée ou la Pensée". En el primer piso se halla la sala donde se celebran bodas civiles, llamada "Salle des Consules", porque allí se los recibía en tiempos. El techo neo morisco es muy hermoso. Creo que es la primera vez en estos días de excursión que tenemos "turistada" (ellos pensarán lo mismo de nosotros). Son catalanes y están encantados de disponer de información en su idioma.













Deambulamos luego por calles con personalidad, fachadas coloreadas, contraventanas de madera en tonos vivos... Los bajos están ocupados por tiendas pequeñas, gestionadas por varones magrebíes de tercera generación, a la vista de cómo se saludan y hablan. 















Nos detenemos ante un edificio que no llama en absoluto la atención por su aspecto, tan sólo sus barandillas de forja son especiales. Es el
Palacio Pams, así llamado en honor del político y ministro Pierre Bardoux que se hizo cargo de la fábrica de papel de fumar, J.O.B, con cuyos beneficios levantó el palacete a finales del XIX, en estilo Art Nouveau

La sorpresa nos espera en su interior, con un vestíbulo al que da luz un enorme lucernario que cubre todo el espacio de la entrada. Enfrente una escalera de ónice, mármol y estuco, señorial, con las paredes afrescadas por Paul Gervais, de temática mitológica, que son muy ilustrativas. Es el espacio perfecto para una foto de grupo.



En la primera planta se suceden las salas en torno a la balconada cuadrangular. Algunas están iluminadas por la tenue luz que filtran los visillos blancos. Otras tienen imponentes chimeneas y cielo decorado. Espacios perfectos para albergar actividades culturales de carácter municipal como conferencias, exposiciones, conciertos, que la hacen un foco vivo en la ciudad, al albergar también una
biblioteca.






 
























Se levantó un ala nueva en la parte posterior de la mansión con un jardín acogedor, que sirve para disimular la parte de la factoría a la que se accede por un pequeño pasillo y que muestra la típica estructura en hierro finisecular. 














Empezamos a estar agobiados por la cantidad de jubilatas que se suman a la visita y la guía la da por concluida. Es el momento de volver al Castillet, con sus 140 escalones de angosta escala helicoidal para llegar a sus almenas. Es verdad que la vista panorámica que se disfruta desde lo alto vale la pena, con el Palacio de los Reyes de Mallorca a lo lejos. 

En las plantas intermedias hay salas dedicadas a museo etnográfico de temas occitanos. Pero desde lo alto hemos divisado las agujas de la catedral y no nos resignamos a no verla, con lo que somos los primeros en acabar la visita y salir a buen paso, guiados por el tom-tom. Está algo más lejos de lo esperado. Y lo primero que encontramos es un claustro inmenso a cielo abierto, del s. XIV, que cumplía función de cementerio, lo que lo hace único en Europa. 

Llama la atención la aguja en un edificio construido con ladrillo rojo y piedra vista, dada la ausencia de canteras en la zona. El interior es de una sola nave, gótica, sobria, totalmente vacía a esta hora y a media luz. Mientras recorremos los altares laterales, con retablos barrocos, se produce de nuevo la magia y comienza a sonar el órgano con una tocata de J. S. Bach. Volvemos a emocionarnos. Son estas cosas inesperadas las que convierten un viaje en algo diferente por insólito. Como descubrir en un lateral, bajo el retablo de S. Pedro, unas figuras en madera, coloreadas al estilo gótico, con aire de austeridad, de una expresividad conmovedora.  










Pero hay que salir deprisa, porque nos esperan en L'Ardoise, lugar donde probaremos por fin el famoso cassoulet. El necesario tom-tom nos advierte de que nuestro objetivo está a 25 mi. a pie. Nos apuramos y apretamos el paso. Nuestras caminatas matinales van a servir por fin de algo. Llegamos a tiempo de un primero hecho con un atadillo de pasta filo, que recuerda al hojaldre y que está rellena de queso de cabra caliente y trocitos de manzana asada. Una delicia. Luego el plato fuerte, el cassoulet, hecho con alubia blanca y muslito de pato, todo regado con un vino de Argelés, más que aceptable, a pesar de sus connotaciones. Terminamos con una torrija que lo acaba de arreglar.




Nuestro último destino es L'Île-sur Têt, "isla" de la que no sabemos nada. Está muy cerca de la frontera, y del que fue tristemente célebre campo de prisioneros a cielo abierto en Argelès-sur-Mer, donde tantos de nuestros compatriotas derrotados sufrieron y murieron escapando de la represión del final de la guerra. Allí nos dicen que vamos a ver Les Orgues, cuya traducción literal ha de ser entendida como "órganos". Recorremos una senda sin más misterios que unas figuras hechas de acero negro que nos resultan divertidas. Como ese pobre mochilero que lleva a Francia a sus espaldas y que advierte que no habrá manera de levantarla sin sostén.


Llegamos a una explanada rodeada de formaciones calcáreas sedimentarias, que han ido adquiriendo formas caprichosas debido a la erosión de agua y viento desde los tiempos glaciares. Se trata de columnas caprichosas que recorren toda la gama de ocres y tierras. Al fondo del paisaje el sol hace de las suyas, jugando a ocultarse entre las nubes y esas figuras  a veces casi humanas. Nos recuerdan a nuestras "médulas" leonesas. 




Aún maravillados, en el viaje de vuelta sólo tenemos la cabeza en las necesarias maletas y el obligatorio madrugón. Rafa y Maribel han sobrevivido y han sido bien atendidos. Pensamos que el viaje ha merecido la pena por todo lo visto y por las personas que hemos conocido. No será el último que hagamos.

José Manuel Mora. 








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