Perpignan/ Perpinyà/ Perpiñán
Amanece y no hay buenas noticias de salud; Maribel y Rafa se quedan para ir al hospital a ver qué tratamiento le pueden ofrecer a ella para combatir una tos que la ahoga. Al pasar por Leucate, las nubes se rasgan y brilla el sol a su través, espejeando el mar. Al fondo los Pirineos se reafirman cada vez con más rotundidad aunque sea a lo lejos.
El nombre del cine se debe a la cercanía del Castillet, conocido así por sus torreones que formaban parte de la muralla defensiva de la ciudad, toda en ladrillo rojo combinado con rocas traídas de fuera para el arco de entrada, ya que aquí no las hay. Se la conoce como Porte de Notre Dame.
La visitaremos después. Ahora nos adentramos en una ciudad de 300.000 habs., con aires mediterráneos, y que dejó de pertenecer a la corona española en 1659 con el Tratado de los Pirineos, que puso fin a la Guerra de los Treinta Años. El primer edificio ante el que la guía se detiene es un palacete/lonja del mar que me trae a la cabeza la Llotja valenciana, con sus ventanales ojivales geminados, tan elegantes.
La sorpresa nos espera en su interior, con un vestíbulo al que da luz un enorme lucernario que cubre todo el espacio de la entrada. Enfrente una escalera de ónice, mármol y estuco, señorial, con las paredes afrescadas por Paul Gervais, de temática mitológica, que son muy ilustrativas. Es el espacio perfecto para una foto de grupo.
Se levantó un ala nueva en la parte posterior de la mansión con un jardín acogedor, que sirve para disimular la parte de la factoría a la que se accede por un pequeño pasillo y que muestra la típica estructura en hierro finisecular.
Empezamos a estar agobiados por la cantidad de jubilatas que se suman a la visita y la guía la da por concluida. Es el momento de volver al Castillet, con sus 140 escalones de angosta escala helicoidal para llegar a sus almenas. Es verdad que la vista panorámica que se disfruta desde lo alto vale la pena, con el Palacio de los Reyes de Mallorca a lo lejos.
En las plantas intermedias hay salas dedicadas a museo etnográfico de temas occitanos. Pero desde lo alto hemos divisado las agujas de la catedral y no nos resignamos a no verla, con lo que somos los primeros en acabar la visita y salir a buen paso, guiados por el tom-tom. Está algo más lejos de lo esperado. Y lo primero que encontramos es un claustro inmenso a cielo abierto, del s. XIV, que cumplía función de cementerio, lo que lo hace único en Europa.
Llama la atención la aguja en un edificio construido con ladrillo rojo y piedra vista, dada la ausencia de canteras en la zona. El interior es de una sola nave, gótica, sobria, totalmente vacía a esta hora y a media luz. Mientras recorremos los altares laterales, con retablos barrocos, se produce de nuevo la magia y comienza a sonar el órgano con una tocata de J. S. Bach. Volvemos a emocionarnos. Son estas cosas inesperadas las que convierten un viaje en algo diferente por insólito. Como descubrir en un lateral, bajo el retablo de S. Pedro, unas figuras en madera, coloreadas al estilo gótico, con aire de austeridad, de una expresividad conmovedora.

Nuestro último destino es L'Île-sur Têt, "isla" de la que no sabemos nada. Está muy cerca de la frontera, y del que fue tristemente célebre campo de prisioneros a cielo abierto en Argelès-sur-Mer, donde tantos de nuestros compatriotas derrotados sufrieron y murieron escapando de la represión del final de la guerra. Allí nos dicen que vamos a ver Les Orgues, cuya traducción literal ha de ser entendida como "órganos". Recorremos una senda sin más misterios que unas figuras hechas de acero negro que nos resultan divertidas. Como ese pobre mochilero que lleva a Francia a sus espaldas y que advierte que no habrá manera de levantarla sin sostén.
José Manuel Mora.

































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