Posible libro para cualquier verano
Las experiencias que la comunidad humana vive como determinantes, suelen ser fuente inagotable para la imaginación. A veces, la única manera de ir asimilando lo vivido es transmutándolo en literatura, de manera que quede inmutable para combatir la desmemoria de los seres humanos. Un ejemplo claro de ello es la obra de S. Zweig, tal vez la manera más acertada de acercarse a la Europa de la primera mitad del s. XX, El mundo de ayer, en Acantilado.
No cabe duda de que, para experiencias traumáticas, la Segunda Guerra Mundial, con su final en forma de catástrofe atómica, es un motivo inagotable. De hecho se han publicado últimamente y con bastante proximidad en el tiempo, dos novelas sobre este momento histórico. Las benévolas, de Jonathan Littell y el libro que nos ocupa, GROSSMAN, Vasily. Vida y destino. Barcelona: Círculo de lectores/Galaxia Gutenberg, 2007; 1.004 páginas, novelas ambas de amplio aliento, para las que hacen falta unas vacaciones o una vocación de lector insobornable. La primera la leí por traer el marchamo del premio Goncourt, uno de los más prestigiosos de Francia. La visión de la guerra se nos proporcionaba desde la óptica de un alto oficial alemán, de gran sensibilidad y formación, testigo mudo y participativo de la barbarie nazi contra los judíos. Las escenas de las matanzas en Ucrania, por poner sólo un ejemplo, son inolvidables para quien tenga el estómago suficiente para acabarlas. Sin embargo, al final, la acumulatio, figura retórica de reconocido prestigio desde los latinos, para lograr la intensio, me produjo la sensación de lo artificial, de lo profundamente investigado con documentación profusa y muchas horas de estudio.
Aunque el grupo humano que más llegamos a conocer es la familia Sháposhnikov, microcosmos que Grossman analiza a conciencia, como en su momento otro autor ruso hizo con la familia Karamazov. Sus historias, sus anhelos, sus luchas por la supervivencia, sus amores y desamores, sus plantos por la muerte de hijos o nietos, sus pequeñas rencillas, sus afanes laborales, sus desconfianzas ante cualquiera que se pueda convertir en un delator...Y planeando sobre todos ellos la larga sombra de Stalin, que puede encumbrar con una sola llamada telefónica o precipitarlos a la desnuda estepa. Y por todos lados la amenaza de la guerra, del hambre, de las bombas, de la muerte.

El libro está además, maravillosamente escrito, sin mucha floritura retórica, con una técnica de alternancia de planos y personajes que suspende el ánimo y que sirve de contraste entre historias y personajes. La traducción de Marta Rebón, del ruso, tiene el mérito de que no se escuche por debajo del texto en castellano, construcciones sintácticas ajenas a nuestra lengua, ni que se eche mano constantemente de términos rusos, con la típica llamada al pie, que pretenden dar "color local".
De los dos elementos del título, el de "destino" no me ha hecho nunca demasiada gracia, tal vez por culpa de Calderón. Sin embargo, "la vida" pesa aquí mucho más, absolutamente, tal vez porque está constantemente contrastada con el dolor y la muerte. No quiero terminar sin incluir una cita del final del libro:
"Fuera lo que fuese lo que les deparara el futuro -la fama por su trabajo o la soledad, la miseria y la desesperación, la muerte y la ejecución-, ellos vivirán como seres humanos y morirán como seres humanos, y lo mismo para aquellos que ya han muerto; y sólo en eso consiste la victoria amarga y eterna del hombre sobre las fuerzas grandiosas e inhumanas que hubo y habrá en el mundo".
A pesar de lo abultado del libro, pienso que es una buena recomendación para este verano. ¡Ánimo! Estoy seguro de que os habrá valido la pena y de que como dice un crítico neoyorquino, no se sale de la lectura de esta hermosa novela siendo la misma persona que uno era cuando comenzó a leerla. Creo que se sitúa a la altura de los clásicos rusos del XIX.
Vuestro coordinador, que no ha olvidado que alguna vez fue profesor de literatura.
José Manuel Mora.
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