Azincourt, de Bernard Cornwell, una novela en imágenes.

Esto se anima. Parece que la sangre nueva (léase Raquel Sánchez Lara, de Lengua Aplicada, et alli) revitaliza incluso un triste blog como éste. Le pasa como a los vampiros de esa saga tan cool,
que no sé ni cómo se titula. Aquí aparece la primera entrada de uno de los alumnos de este año. Que sirva de ejemplo. Ya sabéis la vía para incluir algo que tenga que ver con las etiquetas de nuestro blog. Ánimo, pues.
CORNWELL, Bernard. Azincourt
Barcelona: Edhasa, 2009



“Porque el que hoy vierta su sangre conmigo, será mi hermano […]”

Recuerdo el verano en el que leí por primera vez Henry V de Shakespeare. No acababa de conectar con la obra hasta que llegué a la famosa arenga que el rey Enrique V dirige a sus tropas. En mi opinión, es uno de los monólogos más emotivos de Shakespeare, donde vemos a un rey dirigirse cara a cara a sus desmoralizados hombres, animándoles a luchar contra un enemigo inconmensurablemente más potente: el ejército francés. Shakespeare nos está retratando las figuras humanas que participaron en uno de los acontecimientos míticos en la historia de Inglaterra: la batalla de Agincourt (1415). Aquel 25 de octubre de 1415, unos harapientos y mermados soldados ingleses se enfrentaron y derrotaron a un fresco y más numeroso ejército francés.


Aquel episodio histórico me fascinó y siempre he intentado aprender más y más sobre este hecho. Desde luego, disfruté como un niño con las adaptaciones cinematográficas de Henry V y de 300, donde el cielo de nuevo se oscurecía al paso de miles de flechas persas. Decía Leónidas que los guerreros espartanos serían recordados porque “unos pocos se enfrentaron a muchos.” Hoy podríamos decir que la memoria de aquellos espartanos y su gesta épica anidan en el imaginario de nuestras sociedades consumistas gracias a la impactante película de Zack Snyder (y por supuesto a la belleza de los dibujos de Frank Miller). Cada sociedad necesita su vehículo de transmisión. Hoy en día, la imagen es infinitamente más impactante y duradera que cualquier texto escrito. ¿O no? Hace poco terminé de leer una novela que en mi opinión podría definirse como una novela fílmica. Se trata de Azincourt (2008), del maestro de novela histórica Bernard Cornwell. Azincourt cuenta la historia de un anónimo arquero, Nicholas Hook, envuelto en la gran campaña del rey Enrique V para reclamar el trono de Francia. realizadas por Lawrence Olivier (1944) y Kenneth Brannagh (1989). Todos aquellos que hayan visto las películas seguro recordarán las escenas impactantes donde un enjambre de flechas atraviesa fulgurante el cielo para ir a estrellarse contra el reluciente acero de las armaduras francesas. Curiosamente, años después volví a recordar aquellas imágenes al ver la película.


Siempre me ha gustado la trepidante acción que una buena novela histórica es capaz de aportar. Había llegado a considerar la trilogía de Atila de William Napier y la saga del centurión Macro y su optio Cato creada por Simon Scarrow como verdaderas novelas en imágenes. Pero después de leer Azincourt todas mis ideas se vinieron abajo. Azincourt supone un paso más allá. No sólo es trepidante; es sobrecogedora. Previa a la batalla de Agincourt, el ejército inglés hubo de tomar la ciudad de Harfleur. La descripción que de este asedio hace Cornwell me dejó sin aliento: vemos soldados afectados por la disentería, atacados por cientos de flechas bajo una lluvia incesante, embarrados hasta las rodillas, rodeados de zanjas y túneles intentando en vano acceder a una fortaleza francesa que poco a poco se va convirtiendo en su enorme cementerio. Por su efectismo, son escenas dignas de ser comparadas con los primeros cuarenta minutos de mi película bélica favorita: Salvar al soldado Ryan. Sin embargo, el plato fuerte viene con las flechas. Sí, las famosas flechas que convirtieron a los arqueros ingleses en los soldados más famosos de la Europa del siglo XV. Las escenas donde miles de arqueros ingleses arman sus brazos, apuntan al cielo y sueltan sus saetas son inolvidables. Casi podía oír el silbido de sus plumas cortando el viento y los sonidos chirriantes provocados por el choque contra el frío metal francés. Desde luego, volví a recordar vívidamente las imágenes de aquellas adaptaciones cinematográficas de la obra de Shakespeare y sentí que no había leído una novela más, sino que mis pies se habían embarrado tanto como los de aquellos arqueros ingleses. Luego me di cuenta de que el barro lo producía la arena de la playa que mi hija me estaba echando en los pies. Pero eso es otra historia.

Julio Peiró, MBAD 2009-2010

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