Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, de H. Murakami

MURAKAMI, Haruki.

Crónica del pájaro que da cuerda al mundoTusquets: Barcelona, 1994.

Hay libros que cuando comenzamos a leer nos sumergen irremediablemente en un mundo paralelo al nuestro que es una analogía, una metáfora de la existencia humana, pero libre de la acción manipuladora de la sociedad actual.

Tooru Okada, protagonista de la historia, vive una serie de acontecimientos en los que extraños personajes se suceden en el transcurso de los días para cambiar su presente y su futuro. Cada uno de estos personajes cumple una función metafísica en relación con el protagonista. Así, cada conversación llevará al descubrimiento de una nueva parte del yo que éste desconocía, ampliándola o modificándola.

La parsimonia de Okada llega a sorprendernos de tal forma que, en ocasiones, somos incapaces de entender sus reacciones ante las situaciones que se le presentan. El personaje busca la limitación de la naturaleza humana, empujándose hacia lo prohibido y lo extremo. El pozo se convierte en el símbolo del presente y de la vida. Será un lugar mágico que le hará traspasar las fronteras de la realidad y la fantasía.

Los sueños son puras revelaciones de los acontecimientos y a partir de ellos se cuestionará la realidad para acercarse indirectamente a la misma.

Murakami vuelve a ahondar en la diversidad del ser humano, evocando un mundo onírico que tiene mucho en común como la mitología clásica. La influencia de la literatura griega está presente en toda la obra, sobre todo, en el análisis de las pasiones y las situaciones incomprensibles que relata.

Pero lo mejor de todo es el estilo del autor, una escritura deliciosa, amable y precisa que describe el mundo desde la desnudez interior, tal vez para algunos, puntillosa y detallista, pero ésta es una de las claves para llegar a la comprensión del mensaje. Después de su lectura, un simple elemento del mundo nos hará recavar en la memoria del pájaro que da cuerda, de la realidad y del sueño, del amor y el odio, donde el valor de las pequeñas cosas no tiene medida.

Raquel Sánchez Lara