La Británica

¿Signo de los tiempos...?

Como recordará el alumnado del MBAD de las clases de Historia del Libro, hubo un tiempo, allá por el s. XVIII, en la época de la Ilustración que los humanos pensaron que se podía abrcar el saber universal. Sin embargo, puestos al intento de recopilarlo, un tal Diderot, vio necesario rodearse de un buen plantel de especialistas que le ayudaran en el intento de confeccionar L'encyclopédie ou dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers (1751-72), lo que indicaba la casi imposibilidad de la gesta. Al otro lado del Canal, entre 1768 y 1771, se pone en marcha, por parte de una empresa privada, y con la intervención de 100 editores a tiempo completo y unos 4000 contribuyentes expertos, la Encyclopaedia Britannica, mucho menos progresista que la francesa, y publicada en Edimburgo, de la que dejo una imagen a continuación.

Fue tal el éxito que, en su tercera edición, de 1801, ya contaba con ventiún volúmenes. Desde 1870 se asoció con The Times, saltó el Atlántico y acabó siendo avalada por la Universad de Cambridge. Se distribuía por correspondencia o incluso de puerta en puerta. A principios del s. XX fue vendida la marca comercial a una empresa de Chicago, donde reside desde entonces. Se hizo famosa por su erudición y estilo literario (Borges hablaba de ella maravillas), pero fue adelgazando sus artículos para ampliar mercado en EE.UU. A partir de 1933 estableció una política de actualización mediante revisiones continuas, lo que suponía reediciones mejoradas y ampliadas, hasta alcanzar la Macropaedia los diecisiete volúmenes de artículos largos (frente a los doce de la Micropaedia, de artículos cortos). Como toda obra humana fue criticada por la inexactitud de algunas de sus entradas, o por su parcialidad ideológica de tinte conservador.

La "bagatela" proporcionaba la ilusión de tener a la mano todo el conocimiento humano, y en esa misma línea fueron apareciendo otros intentos como la Larousse, que presumía de dar acceso al "Parnaso de las Artes y las Ciencias". Yo me lo creí y me la compré en 1991. Sólo cabía a la entrada de casa, lo que suponía levantarse del estudio para consulta. Sin embargo era tal éxito del formato que también se intentó en España con la famosa Espasa Calpe (1908-1930). Como se sabe, estos que ahora podemos considerar mamotretos, se situaban a la entrada de las bibliotecas públicas, en la sección de referencia. Y parece que todo ese espacio se podrá ir dejando a otro tipo de ejemplares (no sé qué pensará D.Insa al respecto), ya que la Británica deja de publicarse en papel desde este mes de marzo, cosa que se venía previendo desde que en 1994 fue publicada en cederrón y luego en deuvedé por cincuenta módicos dólares.

Para acabarlo de rematar, y dada la velocidad de extensión de la cultura del ordenador en nuestra sociedad occidental (con la aparición de enciclopedias asociadas a los distintos navegadores y sobre todo con la llegada de la Wiki), la Britannica decidió subirse a la red a través de una página de acceso libre y de contenidos restringidos y de otra completa, que es de pago. En realidad, las enciclopedias parecían estar pensadas para el mundo digital antes de que éste se inventara. Permiten albergar todo el saber acumulado y el que se va produciendo, siendo actualizado casi al instante, todo al alcance de un clic.

Y esto lo digo yo que, al ser del Peistoceno (Superior, ¿eh?) todavía discutía con Raúl en clase, porque no me fiaba de la Wiki. Ahora es una herramienta que consulto para cualquier entrada de las que elaboro para este blog. Rectificar en mi caso es, si no de sabios, sí al menos de alguien a quien le resulta mucho más cómodo abrir otra ventana de Google para la consulta, (¿signo de los tiempos?) en vez de llegarme hasta las estanterías de la entrada para consultar el volumen correspondiente. Sin embargo, no pienso desprenderme de ellos. Forman parte de mi historia personal, como el resto de volúmenes de mi biblioteca particular.

José Manuel Mora.

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