Quema de libros

 Del peligro de los libros

Seguro que el antiguo alumnado del MBAD recuerda cómo, al ir explicando Historia del Libro, iba también incorporando datos y fechas respecto a su destrucción. Todos los sucesos que iba presentando ante los atónitos ojos de los discentes tenían que ver con momentos de intolerancia política y religiosa. Aquel emperador chino, por ejemplo, que no quiso que quedara rastro de cualquier noticia crítica con su reinado, y destruyó todo lo existente anterior a  él. O el incendio de la biblioteca antigua de Alejandría, alentado por los fanáticos religiosos de la época.


 Más cerca de nosotros, los nazis hicieron famosa la "noche de los cristales rotos" (1938), en la que se asaltaron comercios judíos, sinagogas, y se hizo pira de los libros de las bibliotecas que ellos consideraban perjudiciales para el dominio de la raza aria. El mundo parecía pertenecerles para siempre. Más cerca de nosotros y ya vivido en los telediarios, en pleno conflicto de la antigua Yugoslavia, las bombas incendiarias hicieron blanco exacto, ¡oh casualidad! , en la biblioteca de Sarajevo, dejándola como se aprecia en la foto superior.


La literatura no ha sido ajena a estas manifestaciones y en el género que se considera "de anticipación", Ray Bradbury imaginó un mundo Fahrenheit 451, en el que los libros estuvieran prohibidos y en el que los bomberos fueran los encargados de incinerarlos cuando los encontraban. Como forma de resistencia los disidentes decidían aprender de memoria una obra determinada para evitar su desaparición. Al llegar la hora de la muerte, ya había habido tiempo de transmitirla al sucesor en la corporeidad del nuevo"libro humano". Inolvidable la versión cinematográfica de F. Truffaut ( http://youtu.be/M9n98SXNGl8).


Pues bien, una vez más, la actualidad pone de actualidad un nuevo horror. En algún programa de viajes había visto y sabía de la existencia de las maravillosas bibliotecas de Tombuctú, que recogían ejemplares aportados hasta las puertas del desierto por viajeros insomnes o gente que huía y quería salvar sus tesoros bibliográficos. Tombuctú, ciudad de santones con sus mausoleos, de cruce de rutas comerciales, de difusión del Islam en África durante los siglos XV y XVI, de cultura viva en definitiva. .




Cuidados con mimo, caligrafiados con esmero, expuestos, catalogados y clasificados, dentro de la limitación de medios de un país como Malí, en el que muchas veces ni siquiera lo imprescindible se tiene al alcance; pero con la dignidad que a veces es lo único que queda a quienes carecen de lo esencial. Así se mostraba de ufano el bibliotecario de la foto. Existía de hecho una escuela dedicada a la restauración y nueva copia de los ejemplares que pudieran irse estropeando. Con fondos de Suráfrica se había comenzado la digitalización de unos 30.000 manuscritos históricos conservados en el Instituto de Altos Estudios e Investigaciones Islámicas Ahmed Baba, algunos datados en el s. XIII. 


Malí es un país tan extenso como dos veces Francia. Lógicamente, en semejante extensión, la variedad de razas, lenguas y religiones era grande. Sin embargo la tolerancia estaba bastante extendida entre cristianos, musulmanes y animistas. Hasta que se instaló la inestabilidad traída por las guerrillas islamistas, que se asociaron con los tuareg, de prurito independentista en el norte. Bastó la guerra de Libia y su final abrupto, con huida armada de muchos de sus combatientes, para que la zona norte del país se convirtiera en un polvorín, con declaración de independencia incluida, y establecimiento de la sharia como única norma válida para la vida de sus habitantes. Si se le añade el golpe de estado dado por los militares en la capital y la corrupción generalizada, el enfrentamiento civil era cosa de tiempo. Cuando por fin las tropas francesas han acudido en auxilio de las milicias oficiales (no por altruismo, no nos engañemos, sino por defender su estatus de antigua metrópoli y por evitar que desde allí se preparen atentados contra el flanco sur europeo), lo primero que se les ha ocurrido a los yihadistas ha sido destrozar lo templos de barro de Tombuctú, considerados patrimonio de la humanidad por la UNESCO, al considerarlos con su religiosidad, y quemar los fondos de las bibliotecas que iban encontrando.


Una vez más los libros parecen despertar una enorme inquietud en quienes no toleran que se piense de manera diferente a como ellos lo hacen. Y suelen pagar cara la capacidad que tienen de despertar el espíritu crítico, de hacer volar la imaginación, de presentar la existencia de otros mundos, en quienes los tienen entre manos. No se sabe todavía la magnitud del desastre, pero no deja de ser un mal día para quienes amamos los libros.

José Manuel Mora.

Comentarios

hiparco ha dicho que…
Cuando se ataca a los libros se quiere, como si no hubiera sido posible ya con la destrucción de la vida y de la paz de los habitantes, aniquilar el alma de la gente, sus creencias; puede que no se consiga, a menos que haya un total genocidio, pero sí se revela la intención devastadora con el patrimonio de la Humanidad. Soy optimista, porque creo que el espíritu es indestructible.
L.E. ha dicho que…
Qué pena me ha dado el artículo... La vida es tan efímera... tan fugaz... ¿cómo podemos perder el tiempo haciéndonos tanto mal...? Más allá de los libros (que no deja de ser algo material) pero... ¿y esas vidas que se van a la par de los libros por la intransigencia de unos cuantos? ¿ese patrimonio? ¿y esas culturas...?
LEMG