La embriaguez de la metamorfosis, de Zweig

 Cómo asimilar los cambios


Lo malo de las obras completas es que, si te acaban enganchando, puedes tener una indigestión de autor. No es el caso, no teman. Mientras que la anterior lectura del austriaco me pareció casi un ejercicio de estilo (V. Novela de ajedrez en estas mismas páginas), aunque apasionante, ésta que paso a comentar me ha conmovido especialmente por diferentes motivos que trataré de exponer. ZWEIG. Stefan. La embriaguez de la metamorfosis. Barcelona: Acantilado, Quaderns Crema, 2012. Esta vez he decidio colocar la cubierta del libro que manejo y que la incluye. La traducción del alemán, de Adan Kovacsics, aunque ajustada incluye términos y expresiones que me han rechinado, por ajenos a lo que es nuestro uso habitual.


 Ya creo que dije en otra parte que acabó suicidándose junto a su esposa ya que, según sus palabras, “es mejor finalizar en un buen momento y de pie una vida en la cual la labor intelectual significó el gozo más puro y la libertad personal el bien más preciado sobre la Tierra”. En febrero de 1942 la victoria del Eje parecía inevitable y Zweig no quiso afrontar su triunfo ni el declive físico que se avecinaba. No quiso ver cómo la Europa que conoció se desmoronaba. Y no se sentía especialmente feliz teniendo que huir de un país a otro y sintiéndose extranjero en todos, lejos de la patria que lo había consagrado como uno de los mejores escritores y traductores de la Austria de entreguerras. Comento el detalle del suicidio porque tiene que ver con algo que se incluye en la novela.


Ya dije en la anterior entrada que su Novela de ajedrez quedó entre sus papeles con la intención de que se publicara, y así se hizo de forma póstuma. Sin embargo esta "Embriaguez" parece que ocupó y preocupó a su autor durante más de 15 años. La abandonaba y la retomaba sucesivamente. Así que quedó inconclusa y sólo vio la luz en  los años ochenta del pasado siglo. ¿Consideró que no estaba para publicar? ¿Le parecía que necesitaba un final que no supo encontrar? Cada quién puede pensar a su gusto. El caso es que aquí tenemos casi 300 páginas con suficiente entidad para ser leídas y comentadas.


Estamos en la hoy idílica Austria y que en 1926, tras la descomposición del Imperio Austrohúngaro (pequeño homenaje a Berlanga, que lo metía en sus pelis, aunque fuera con calzador) como resultado de la Gran Guerra europea debía ser un lugar bastante oscuro. Una generación de jóvenes perdida en los barrizales sanguinolentos, que tan bien retrató Kubrick en Paths of glory; y una población de supervivientes que malviven, enfermos, hambrientos y sin esperanzas, como la joven protagonista, Christine, empleada en una estafeta de correos pueblerina, sin horizonte alguno a sus 28 años en la que los lugares de trabajo " conservan obstinadamente el inequívoco olor oficial, rancio y austriaco" (pág. 1257). 


 Sin ansias de nada, pues nada más concoce. De repente llega a sus manos un telegrama (lo que en la época se empleaba en contadísimas ocasiones) de una hermana de su madre, casada con un holandés, quien ha hecho fortuna en los USA. La invitan a pasar una quincena de días en la Engadina, la parte italiana de Suiza. Y lo que es más importante, con todo lujo de detalles. La chica de repente se hace consciente de que el dinero lo puede todo y que basta un corte de pelo, algo de maquillaje y unos vestidos nuevos, para dar el pego entre lo más selecto de la sociedad de la época (como el Davros actual), y así se ve cortejada por jóvnes cachorros adinerados, por viejos deseosos de compañía joven... No se hace más preguntas y, a la inquietud inicial, sigue un dejarse llevar por las circunstancias que la convierten en alguien alocadamente feliz, en un ambiente propio de los años veinte: música sincopada, cohes relucientes.... Una chica llena del optimismo y la confianza que las apariencias (y el dinero de la tía) le proporcionan y que nunca antes había tenido ocasión de experimentar. Hay en todo el descubrimiento de ese nuevo mundo un análisis de sentimientos y sensaciones de la muchacha en los que Zweig se muestra una vez más como maestro indiscutible: todos los sentidos corporales ayudan a que la protagonista, y a su través, nosotros, vaya dejando entrar a través de sus poros todo lo que la vida le había negado hasta ese momento.


No conozco el título original pero el de la traducción, la "embriaguez", comporta la vuelta a la realidad, que suele ser amarga y dolorosa. Más cuando la pobre chica desconoce el porqué se ve desposeída de forma abrupta de todo lo que la había hecho gozar de unos días inolvidables. Hasta aquí la novela tiene casi una estructura de cuento que me ha recordado la peripecia de Cenicienta, que es llevada en volandas desde los fogones al palacio, para ser devuelta nuevamente a la cruda realidad. Sólo que en esta historia no hay príncipe con una chinela de cristal en la mano a la busca del ensueño desaparecido. Christina vuelve a la que fue su realidad aceptada hasta que conoció otro mundo. Y ahora no hace más que preguntarse: "¿Por qué yo no?", llena de amargura y rabia incontenible.


Se produce entonces un giro en la narración que no me propongo desvelar para que futuros lectores se sorprendan como me ha sucedido a mí. Como ya he señalado antes, la novela quedó inconclusa y sin publicar. No sé si ese final abierto añade fuerza a lo narrado y permite al lector imaginar el desenlace que le parezca oportuno. No creo que sea en nigún caso optimista, puesto que antes de la deriva última, ante los dos protagonistas se ofrece la opción del suicidio como sola salida (seguramente al propio autor ya se le había pasado por la mente mientras escribía, pues la justifica como la única que nos diferencia de los animales, que no pueden tomar la decisión de acabar con sus vidas cuando lo creen oportuno) al marasmo de sus vidas. La parte del hotel de citas podría haber sido ilustrado por Otto Dix o Grotz, con su brocha expresionista y amarga.


Como en otras de sus protagonistas femeninas, como en Carta a una desconocida, la sutilísima descripción del carácter de Christine está maravillosamente lograda. El autor nos lleva de la mano a través de la evolución de todas sus alegrías y pesares, de modo que en todo momento vemos las opciones vitales de la muchacha como la únicas posibles. No hay cambios imposibles, sino cambios medidos y explicados. La situación de falta de horizonte de tantos austriacos que, después de haber sido llamados a filas, se ven abandonados por el Estado que los reclutó, es la que explica la diatriba contra el poder establecido, y en consecuencia las opciones radicales que esa realidad podrida sugiere. Hay casi una intuición de como la desesperación de tanta gente impulsó el populismo fascista en la década de los teinta. Consideraciones ideológicas aparte, la novela resulta apasionante, a pesar de que en un primer momento nos pueda parecer de anécdota sencilla, por la precisión psicológica en el análisis del carácter de la protagonista, por el perfecto encuadre en que la historia se desarrolla en aquella mittleurope que daría lugar al horror nazi pocos años después, por la capacidad de las descripciones, por la tersura de su prosa.

José Manuel Mora.

P.S. Para tranquilidad de los posibles lectores de este blog, la próxima novela será de un autor diferente, aunque no digo que no retome a Zweig más adelante.







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