Pero ¿qué será de este muchacho?, de Heinrich Böll

 Pequeño libro, que no libro pequeño


 Aquí se ve la importancia de los epítetos y su diferente valor según van antepuestos o pospuestos. Perdón por el excurso de viejo profesor de Lengua. Con los Premios Nobel pasa como con los movimientos literarios y con los grandes nombres de la Literatura: atraviesan periodos de alzas y bajas. Autores que cuando lo recibieron gozaban de enorme prestigio o lo adquirieron al recibirlo, que luego cayeron en el más absoluto de los olvidos. Tal vez algo tenga que ver con esto el supuesto hecho de la politización de los miembros de la Academia Sueca.


 Viene a cuento lo anterior al pensar en la figura de Heinrich Böll (1917-1985). Cuando recibió el Premio Nobel en 1972 era presidente del Pen Clun International, una figura reconocida y respetada. Había sido reclutado por el ejército de Hitler y había tenido que luchar en media Europa hasta que fue hecho prisionero por los estadounidenses. Cuando lo liberaron, volvió a su ciudad, Colonia, a vivir y trabajar en lo que mejor sabía hacer; escribir, desde una postura siempre crítica y desde su militancia católica que le venía de familia "Mi madre odió a Hitler desde el principio" pág.15. Otros ocultaron que se apuntaron a las juventudes nazis de forma voluntaria o vergonzante (véase el Papa Ratzinger, o su casi coetáneo Günter Grass). Él, sin embargo, nunca empatizó con algunos de sus compañeros de instituto pertenecientes a la SA: "Mi aversión a los nazis, invencible (y hasta ahora invencida)", pág. 8. Pienso que pocos hoy, salvo en su país de origen, lo recordarán. Resulta por ello cuando menos curioso que la prestigiosa GalaxiaGutenberg, de ediciones siempre cuidadísimas, haya repescado este título que parece que estaba sin publicar y sin traducir en nuestro país. BÖLL, Heinrich. Pero qué será de este muchacho? Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2013; trad. Joan Foncuberta.


Recuerdo que en su momento leí Opiniones de un payaso (1963), en la fría Salamanca de mis estudios universitarios; sin embargo, como entonces no llevaba un cuaderno de bitácora como el que me permite ahora este blog, no guardo la impresión que me causó. En algún lugar de casa debe de estar el paquete de fichas en las que anotaba brevemente mi opinión sobre lo que iba leyendo. Para el momento en que se publicó, causaba impacto en aquella pacata sociedad oscura y franquista en la que algunos libros en la librería Cervantes se pedían en la trastienda y en voz baja. Literatura social: peligro. Algo semejante sucedió con El honor perdido de Katharina Blum, que sólo conocí a través de la peli de Schlöndorf y Trotta (1975). La novela que ahora comento se sale de este rubro. Se trata de una autobiografía de sus años de estudiante de Gymnasium, previos a la obtención de su título de bachiller, entre 1933-37, en pleno ascenso del nazismo en Alemania.


Cuando Hinderburg le ofrece la cancillería a Hitler se inicia la consolidación de su poder, que se hará total tras la quema del Reichstag. Es curioso el inmediato concordato con Roma que a muchos católicos escandalizó. En ese momento Böll tenía sólo 15 años pero en su familia no se veía con buenos ojos la llegada del austriaco. "Curso tras curso los bachilleres se preparaban para morir ¿Morir por la patria era el valor supremo?", (pág. 41). Así que, si ese era el ambiente escolar, no resulta extraño que el futuro escritor prefiriera la escuela de la vida, la otra "le aburría" (pág. 8). Y lo que en un principio no parece suponer ningún cambio en su vida ni en la de su familia, va desvelando poco a poco sus perfiles más siniestros.


En la quema de libros de su instituto se da cuenta de que arden mal si no se les rocía con gasolina. Llegan luego las noticias de las detenciones, las torturas, "toallas ensangrentadas en las comisarías" (pág. 18), las desapariciones... porque de los campos de internamiento adonde llevaban a socialistas, comunistas, judíos, no se regresaba o volvían "mudos y pétreos" (pág.17). Y a pesar de todo ello la vida se muestra desbordante en los paseos en bicicleta, en la inmersión en la oscuridad de un cine, en la consecución de una chica con la que pasear. Todos los miembros de la familia se ven afectados y acaban "desclasados o sin clase por las severísimas dificultades económicas, ¿sólo nos habían rebajado de clase social o nos habían excluido de toda clase?" (pág. 22). Ello no impide sino que aviva la conciencia de su situación.
Todo ello es narrado por Böll con una ironía que comienza dudando de su propio recuerdo y por lo tanto de su narración "echo por el sendero realista, cronológicamente embrollado [...] pero puedo garantizar la atmósfera y la situación" (pág. 11). No cae en el sentimentalismo, porque reflexiona desde el presente con incisos que ponen la necesaria distancia con el pasado que narra "pero esto nos conduce más allá de la época que estoy describiendo" (pág. 63). Es preciso en los detalles, aunque dude de su memoria. Y es intenso en la brevedad de sus páginas, tan sólo 99. Recuerda la primera esvástica que se vieron obligados a colgar (aunque colocaron una pequeña), o la clara conciencia de que el país se vería abocado a la guerra. Y de nuevo la ironía "Las guerras solucionan los problemas del paro, a veces se olvida o se oculta cuando se habla de ese milagro económico hitleriano" (pág. 71).  ¿No eriza pensar que el momento actual puede volverse igual de acuciante cuando el número de desesperados que no encuentran un trabajo alcance el punto exacto de ebullición y busquen, y tal vez encuentren el supuesto salvador? Se trata pues de un pequeño libro, pero no de un libro pequeño.

José Manuel Mora.

P.S. Aunque no tenga nada que ver, leo en la prensa la muerte de Stéphane Hessel, que tanto luchó contra el nazismo también, y de quien comenté aquí su panfleto, ¡Indignaos!, el que dio nombre al movimiento de los indignados.

















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