Mi vida querida, de Alice Munro

Tono menor

Es cierto que hace ya medio siglo (¡!!!) pero cuando yo estudiaba Bachiller superior, en las clases de Literatura de Dª María Pascual, la única catedrática de Lengua del único instituto de toda la provincia, ella citaba media docena de autoras a lo largo del año, con el inseparable "la" que las precedía: La Coronado (Dª. Carolina), la Avellaneda (Dª. Gertrudis), Fernán Caballero (Dª Cecilia), la Pardo (Dª. Emilia, "Es mucho hombre esta mujer", dijo de ella su compañero literario y esporádico amante, D. Benito) y Rosalía (de Castro, claro). Luego había que esperar a la posguerra, ya que en el programa no venían ni la Chacel, (Dª Rosa), ni Mª Teresa León, exiliadas y rojas, para incluir una voz nueva: Laforet (Dª. Carmen), casi de rabiosa actualidad. Y el libro de texto no iba más allá, ni en el tiempo ni en los nombres. Luego, en la Facultad, descubrimos a Sor Juana, a Teresa de Ávila, Mª de Zayas, y en un salto, a las casi contemporáneas: Aldecoa, Martín Gaite, Rodoreda, Matute... La lista se iba ampliando.
Seguramente y por los mismos motivos, el listado de las autoras premiadas con el prestigiado Premio Nobel, desde que se concede, 1901, no sobrepasa la docena. Del mismo modo que los varones son abrumadora mayoría, también lo son los de raza blanca y europeos o anglosajones. Poco a poco la Academia ha ido abriendo sus criterios, aunque siempre han estado en entredicho las razones de su elección, influidas por cuestiones de conveniencia política o cupos  continentales o lingüísticos. Conviene señalar también que ni están todos los que son (a M. Proust no lo incluyeron entre los galardonados, tampoco a la Yourcenar, Dª Margarita), ni son todos los que están, porque muchos han pasado a mejor vida literaria, la de los manuales, aunque ya nadie los lee ni los recuerda (que se lo digan a nuestro insigne Echegaray).


Ya quedó reseñada en estas páginas otra obra de la autora que paso a comentar: Lunas de Júpiter (dic. 2011), y que fue para mí toda una sorpresa porque traía una voz nueva por el tono, por los temas, por los paisajes. Ahora, fruto de nuestra amistad cómplice, la Planelles, Dª Ana, ha decidido obsequiarme con un libro recién salido del horno. MUNRO, Alice. Mi vida querida. Barcelona: Lumen, 2013. Del horno de la escritora, pues es de 2012 y su colección de cuentos más reciente, y del horno editorial español que, como suele suceder, reedita los títulos que posee en el momento en que el escritor/a es premiado con el suculento premio sueco, con el cuidado exquisito con que Lumen suele hacerlo: tapas duras en negro mate, precioso diseño de cubierta... Y aquí tenemos a esta viejecita (Ontario, 1931), de mirada entre chispeante e inteligente y en cualquier caso, vivaz, con pinta de no haber roto un plato en su vida pero que, por lo que cuenta en sus historias parece conocer bien los entresijos del alma humana. Dicen los paratextos de la solapa que se la conoce "como la Chéjov canadiense". Y es verdad que comparte con el escritor ruso la manera de presentar las historias como si en ellas no sucediera nada. Vidas anodinas que discurren como si nada pudiera alterarlas y en las que, de pronto, un suceso inesperado trastoca para siempre su devenir y deja una marca indeleble en las vidas de las mujeres protagonistas, porque son casi siempre mujeres.


Muchas de sus heroínas suelen haber estudiado (maestras, poetisas), ejerzan una profesión después, o no. Y la autora es consciente de que debe dejarlas hablar por sí mismas, aunque muchas veces use la tercera persona para narrar: "El hecho de tener ideas propias, por no hablar de ambiciones, o simplemente leer un libro de verdad, resultaba sospechoso en una mujer en aquella época" [se habla del filme Los 400 golpes, de Truffaut, 1959], (pág.12). Trabajan, tienen familia, viven pequeñas "aventuras" sin mayor trascendencia, muchas de ellas no creen en Dios ("Ella nunca había tenido tiempo para Dios", pág. 169) , aunque sus valores se correspondan con los de su sociedad y puedan provocar un intento de chantaje ante una infidelidad. Y es muy frecuentes que sean lectoras: "Se reunía con otras mujeres del pueblo a leer y a comentar los grandes libros" (pág. 87), aunque su trabajo fuera el de cajera en un cine tras la IIª Guerra Mundial. De repente, como en Grava, la protagonista en los años 70 es la madre de la narradora, en 1ª persona, quien: "Se sintió viva de verdad [al abandonar al marido], en adelante iba a vivir, no a leer [...] La cuestión era ser feliz, a toda costa" (pág. 116).


La manera de narrar es muy particular. En ocasiones la autora se maneja con sutileza gracias al uso de la elipsis. En otros casos hay cambios súbitos en el hilo argumental, que luego se explican mediante el flash-back; o bien dan cuenta de un suceso sin prepararlo, como si ya se supiera o se estuviera en antecedentes, lo que resulta en sopresa para el lector, aunque se explique a posteriori. En otros casos  aistimos a un final, abrupto porque en realidad se produjo antes, aunque lo desconociéramos, lo que ayuda a mnatener la tensión narrativa. Y ese tono menor que parece presidir el desarrollo de estas vidas parece ser el mismo por el que la autora opta a la hora de elaborar su estilo. Es bastante despojado en general, aunque también en eso nos sorprende: "Una especie de añoranza sombría, una tristeza lluviosa y etérea, un peso que orbitaba alrededor del corazón "(pág. 20); "Entonces se hizo el silencio, el aire parecía de hielo" (pág.38); "La algarabía de pájaros invisibles lo reprenden" (pág. 187); Munro, a través de sus personajes, parece decidida a centrarse en lo esencial: "Qué manera de desperdiciar la vida tenía la gente, todos a la rebatiña de emociones pasajeras, sin prestar atención a las cosas que importaban de verdad" (pág. 93). Y a ser comprensiva y tolerante con las debilidades humanas: "Fue culpa del sexo de los seres humanos en una situación trágica [...] no había que andar todos avergonzados y culpándose por ello " (pág. 209). Me ha resultado particularmente emocionante A la vista del lago, con esa viejecita desorientada en busca imposible de su médico especialista. O la pelea matrimonial de un par de viejos en Dolly. Una par de pequeñas pegas a la traducción de Eugenia Vázquez, que en general es correcta. No sé por qué usar la expresión "pareció un refresco más propio de damas" (pág. 217), en lugar de señoras, como hemos dicho siempre; o bien "aunque no dejaba de exclamarse de lo cambiado que estaba todo" (pág. 202).
Así pues estamos ante un libro íntimo, que se demora en personajes y sucesos, donde todo parece transcurrir sin alteraciones, pero donde la tensión se nota subyacente, con pequeños estallidos que nos sacuden un momento. Es verdad que el ambiente es a veces chejoviano. Para lectores sin prisa, para gente que no sea amante de las emociones fuertes, que para eso ya están los programas televisivos, ni fanáticos de los novelones de miles de páginas (aquí los cuentos suelen alcanzar la veintena), que para eso ya disponen de los bestséllereres..

José Manuel Mora.










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