Sobran las palabras, de Nicole Holofcener

Tono menor

No sé si habrá sido cuestión de la gripe que estoy pasando o que la sobreabundancia de encuentros festivos en estos días de principios de año me lo impidió, el caso es que fui al cine la semana pasada y (además de cola en la taquilla, había gente en la sala; cosas de la sesión de media tarde que no frecuento) al volver a casa no me senté a redactar las líneas habituales sobre lo que había visto. Who cares, que decimos los ingleses... Pues yo mismo ya que, de no hacerlo, dentro de poco no recordaré no ya la impresión que me causó, sino el hecho de haberla visto. Así que con algo de distancia, aquí dejo constancia (y "sin haberlo deseado / he compuesto un pareado", en homenaje al alumnado que me escuchó esta broma durante tanto tiempo).


No voy a decir que los protagonistas sean "gente joven de mi edad", porque están en la cincuentena, que también es una edad peligrosa, ya se sabe: nido vacío, parejas que se suponía para siempre, rotas por la costumbre o las manías de cada quien, la creencia de que a partir de un cierto momento ya es casi imposible encontrar una nueva oportunidad... De todo eso habla la peli y de muchas más cosas. Los dos personajes principales no tienen profesiones glamurosas: ella es masajista, con la camilla a cuestas de domicilio en domicilio; y él es nada menos que documentalista de unos estudios de televisión, encargado de digitalizar e indizar el material que alberga el estudio para que puede ser fácilmente recuperable en caso de necesidad. (alumnado del MBAD en paro, habrá que pensar en irse a países donde estos saberes sean valorados y reclamados). Los archivos siempre pueden ser lugar excitante de encuentro, como se aprecia en la imagen siguiente.


La directora y guionista,  Nicole Holofcener, está también en ese arco de edades y parece que sabe de lo que habla. Seguramente sabe también que los desastres a los que nos enfrentamos con el tiempo conviene relativizarlos y no hacer de ellos un drama insuperable, como suelen los adolescentes. (Tiene además experiencia en ambas lides y la wiki me chiva que fue guionista de un par de episodios de una de mis series de cabecera A seis metros bajo tierra, que deseaba que no terminara nunca). Así que lo personajes de esta historia se conocen, se ilusionan, se equivocan y siguen viviendo... como la vida misma. Los dimes y diretes en comunidades reducidas provocan las coincidencias y los desencuentros, los desajustes emocionales de una relación que se creía sólida. 


Y para cosntruir esta historia, aparentemente banal (digo aparentementemente porque, con lo avanzado líneas arriba, la directora ha querido transmitir algo más que mero entretenimiento), se necesitaba de unos actores cómplices y creíbles: Julia Louis-Dreyfus, a la que no había visto antes y   James Gandolfini, del que conocía su existencia, aunque no hubiera visto ni un solo capítulo de la serie que lo hizo famosísimo como mafioso de Nueva Jersey. No tenía pues que hacer el esfuerzo de quitarme de encima su caracterización anterior, porque aquí la encarnación del gordito feliz y tranquilo está clavada desde su primera aparición. Es de una humanidad y una solvencia que lo hacen creíble de forma rotunda. Lástima que días después de acabar el filme y de su estreno falleciera con apenas 51 años.
 

El asunto de la caracterización de la protagonista se asienta, además de en su expresividad y su risa contagiosa, en el modo en que se construye a la  vez que se relaciona con otras mujeres: su amiga (Toni Collette, a quien sigo desde La boda de Muriel ), su hija y la amiga de la preuniversitaria, la cliente que con sus confidencias irá desmontando la relación que ella ha ido elaborando con el documentalista... Hay aquí algo del sororismo que se aprecia en la serie Sexo en Nueva York, de la que la directora también elaboró el guión de algunos de sus capítulos. Estamos pues lejos de las taquilleras pelis de adolescentes pero la historia, mutatis mutandis, podría tener bastante que ver en lo que a encuentros/desencuentros se refiere, pero en un tono inteligente, divertido, humanísimo. Hay vida después de los caurenta. Incluso después de los 50. Si no, id a verla. Ya diréis.

José Manuel Mora.







Comentarios