Vivir es fácil con los ojos cerrados, de David Trueba

El quinto Beatle

El efecto Goya se ha vuelto a producir y después de la entrega de los premios y del parlamento de agradecimiento del cineasta Trueba al recogerlo, (mejor goya como escritor y director del filme Vivir es fácil con los ojos cerrados), he procurado ir a ver su última peli, por ver si me desintoxicaba de tanto hospital. Sigo a este autor, que ejerce de guionista y de filmador, desde los tiempos en que escribió Amo tu cama rica (1991) y que me fascinó al rodar Soldados de Salamina (2002) en espectacular B/N, y eso que ya había leído la novela de J. Cercas, tan apasionante por otra parte. Me encanta también su tarea como columnista en El País.


Y me encontraba un poco reticente porque pensaba que iba a ser un paseo por la nostalgia más desatada, lo que podía tener aparejado este filme al estar ambientado en la España de 1966, la de la bomba de Palomares, la de la escapada de El Lute, la de la visita de los Beatles a nuestro país, la de mis dieciocho años... Y sin embargo el escritor ha tejido la historia, casi una road movie, con pocos mimbres: un profesor de inglés de la época (cuando el 90% de los bachilleres estudiábamos francés) "al que no le cabe el corazón en el pecho pero que está más solo que la una" , una muchachita embarazada que se escapa de la casa de acogida donde está confinada, y un mozalbete de dieciséis que no quiere cortarse el pelo, todos en dirección a Almería, donde John Lennon está rodando una peli, y con el que el profe quiere hablar.



Se trata de una historia contada en tono menor, sin aspavientos, sin ganas de explotar el lado cómico del asunto, pero con unas caídas muy divertidas. No hay ternurismo en el tratamiento, cuestión en la que el director hubiera podido caer con facilidad dados algunos elementos de la trama. Trueba respeta a los personajes y los conduce con mimo. Ha escrito para ello unos diálogos enormemente creíbles, que suenan auténticos a mi oído de viejo lingüista. Y ha creado unas situaciones nada forzadas: la escena de cama entre los dos jóvenes está rodada con gran delicadeza, y en la de la taberna con los lugareños no se excede en la violencia, muestra la justa del rancio machismo de la época. 


Se ha rodeado de un excelente plantel de actores: F. Colomer, que ya prometía con su naturalidad en Pa negre y que aquí revalida su capacidad expresiva; Natalia de Molina, que me emocionó al recoger su goya repitiendo la frase del guión: "No quiero que nadie decida por mí", que todo el mundo entendió correctamente y que está emotiva sin melodramatismo y con un acento malagueño muy logrado; y el gran J. Cámara, que demuestra que es grande con un solo plano, aquél en el que el niño almeriense le pide "una caridad" y que hace que la saliva se le atragante, al personaje y a quienes seguimos la peripecia. Por no hablar de las actuaciones breves pero contundentes de J. Sanz, de Ariadna Gil, o del estupendo y aquí contenidísimo Fonseré al que tantas veces he visto desmelenarse con Els Joglars. La banda sonora es magnífica y acompaña sin apabullar, hasta que al final suena en el viejo magnetófono, tan viejo como el 850, o el hotelucho junto a la playa, suena, digo, Strawberry fields for ever del definitivamente desaparecido Lennon y entonces uno se remonta a los tiempos en que aquella canción se escuchaba en el picú de los primeros guateques y la melancolía se apodera de los corazones de los espectadores que tenemos una edad. Cada vez me resulta más atractiva la bonhomía, la sinceridad, la honradez de Trueba.

José Manuel Mora.


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