Trilogía sucia de La Habana, de Pedro Juan Gutiérrez

 Regreso a La Habana

Tener amigos es estupendo. Más si son amigos de la lectura y, no sólo recomiendan, sino que prestan libros. Eso me ha sucedido con Antonio y Pilar, responsables de mi vuelta a La Habana tras tantos años. Me advirtieron de que el libro en cuestión, como su título indica, era algo subido de tono aunque, como uno va estando curado de espanto, no le di demasiada importancia. Volveré luego sobre el asunto. GUTIÉRREZ, PEDRO JUAN. Trilogía sucia de la Habana. Barcelona: Anagrama, 1998. No se trata, pues, de ninguna novedad en esta ocasión, pero estoy seguro de que puede ser una buena compañía si uno piensa viajar a una ciudad que parece haber detenido su fulgor en un punto de los años cincuenta. De todos modos, allá va.


Habrá que empezar hablando del autor, por si a algún lector (siempre genérico) tan desprevenido como yo no lo conoce. Se trata de un chico joven de mi edad, de Matanzas, nacido en 1950. Hay otra coincidencia con el libro y es que se ambienta entre 1994 y 1995. Mi primer viaje a la Isla Grande fue en 1996, así que la ambientación se corresponde con la Cuba que yo conocí. Según indica la solapa, se trata de un artista multidisciplinar (pintor, escultor, además de poeta, periodista y escritor de unas cuantas novelas), que antes trabajó como vendedor de periódicos y helados desde los once años, lo que le hace conocer la calle bastante bien. De hecho ha habido momentos en que a medida que leía, contrastaba las indicaciones urbanas en el mapa del buscador (no quiero hacerle publicidad gratis), y era una delicia rememorar recorridos de mis andanzas habaneras. Estoy seguro de que es un tío de rompe y rasga. Y eso que él mismo, en su página, advierte de que son sus personajes los que escriben sus libros, no él; que lo que él hace es meterse en la piel de sus personajes. Quiero decir, que a pesar de la primera persona no hay que pensar que se trata de una autobiografía.


Aunque la Wiki incluye al autor en la corriente del Dirty realism (Realismo sucio) en su vertiente caribeña, no diría yo que Gutiérrez case bien con las características que de este movimiento plantea la propia página. Es verdad que el contexto es fundamental para lograr el retrato que se nos presenta de la ciudad; pero de la concisión expresiva de la que se habla en la entrada consultada no hay mucho en el habanero. Valga un solo ejemplo: "Al norte el Caribe azul, imprevisible, como si el agua fuera de oro y cielo. Al sur y al este la ciudad vieja, arrasada por el tiempo, el salitre y los vientos y el maltrato" (pág. 15). Y ya estamos ubicados desde el principio. El título, en lo relativo a la "Trilogía", tiene que ver con la forma de agrupar cada uno de los ¿relatos? breves, pinceladas con la técnica del aguafuerte, fogonazos en carne viva, en tres grandes bloques, cada uno con unas citas literarias introductorias (Calvino, Green, Heminway) y unos títulos definitorios: "Anclado en tierra de nadie", "Nada que hacer" y "Sabor a mí". Sólo en el tercer apartado se separa el autor/personaje "Pedro Juan", para dejar paso a otros protagonistas y en ese caso narrar en tercera persona. Sin embargo el conjunto desprende un aire a cosa vivida, aunque sepamos que se trata de un ardid literario. Lo que sí resulta evidente es un cierto tono elegíaco: "Es imposible desprenderme de las nostalgias porque es imposible desprenderse de la memoria [...] de lo que se ha amado" (pág. 57). Y junto a este sentimiento de pérdida, el tono de denuncia, explícito a veces, y soterrado en otros casos, como veremos: "En tiempos tan desgarradores no se puede escribir suavemente. Sin delicadezas a nuestro alrededor, imposible fabricar textos exquisitos. Escribo para pinchar un poco y obligar a otros a oler a mierda [...] Así aterrorizo a los cobardes y jodo a los que gustan amordazar a quienes podemos hablar (pág. 85; el subrayado es mío). Toda una declaración de intenciones, que se completa con esto otro: "Lo mejor es la realidad. Al duro. Lo tomas tal como está en la calle. Lo agarras con las dos manos y, si  tienes fuerza, la levantas y la dejas caer sobre la página en blanco" (pág. 103). Él parece sobrado de fuerza expresiva y libertad para decir cómo ve lo que le rodea.

 
 

 





 Una de las primeras palabras que uno aprende al llegar a Centro Habana y trabar  relación con cualquiera de los que se acercan a ofrecerte servicios, es el verbo "resolver". Se pasan la vida intentando resolver, dado lo difícil de la situación, dada la miseria en que viven, da igual que sean profesores de facultad, que cardiólogos que se ofrecen como taxistas, o estudiantes que se postulan como guías particulares. Dejo de lado quienes tratan de venderte cigarros, cambiarte "fulas" a buen precio o que se ofrecen directamente a sí mismos por no tener otra moneda de cambio. "La miseria los destruía a todos, por dentro y por fuera. Ésta era la etapa del sálvese quien pueda, después de aquella otra del socialismo y no muerdas la mano del que te da de comer" (pág. 173). Y sin embargo, "En medio de la debacle la gente ríe, sobrevive, intenta pasarlo lo mejor posible" (pág. 296). La prueba, un paseo por el Malecón al atardecer, o recorrer la Isla de una punta a otra como hice yo, parando en casas particulares. 







 























 Aunque también es cierto que la sensación que se percibe es la de que "nadie sabe adónde pertenece ni qué debe hacer [...] todos vagamos con desespero detrás del dinero" (pág. 325). No es un escritor complaciente y no sé cómo lo sobrellevan los prebostes del régimen porque sus diatribas son manifiestas: "Cuba en plena cosntrucción del socialismo era de una pureza virginal, de un idealismo estilo Inquisición" (pág. 17), de ahí la tendencia a hablar bajo de la gente, ya que las paredes oyen. "Sólo un arte irritado, indecente, violento, grosero, puede mostrarnos la otra cara del mundo, la que nunca vemos, o nunca queremos ver para evitarle molestias a nuestra conciencia" (pág. 105). Y aquí se incluyen quienes van a la Isla para no salir de las playas de Varadero o del Hotel Nacional. Todos los adjetivos de la cita anterior son aplicables a la escritura que practica Gutiérrez. En el momento que te paras con la gente "Hablamos de los temas de aquel momento: comida, dólares, miseria, hambre, Fidel, los que se van, los que se quedan, Miami" (pág. 21). Esa fue al menos mi experiencia.



























No sé si el autor conoce la Retórica latina que se estudiaba en las universidades medievales. Se pretendía con su aprendizaje que los estudiantes dominaran el arte de bien hablar y bien escribir. Una de las figura retóricas más habituales es la acumulatio, que luego se practicó mucho en el Barroco, y a la que parece que son muy dados los cubanos. Pienso en Carpentier, en Cabrera, en Lezama... Según mis profesores salmantinos, con ella se conseguía la intensio, necesaria en los momentos de voltaje emocional. Pues bien, creo que el escritor ha construido todo el libro sobre esta base. La suciedad que se incluye en el título tiene que ver con un amplio muestrario escatológico: "Es que el sexo no es para gente escrupulosa. El sexo es un intercambio de líquidos, de fluidos, saliva, aliento y olores fuertes, orina, semen, mierda, sudor, microbios, bacterias. O no es. Si sólo es ternura y espiritualidad etérea, entonces se queda en una parodia estéril de lo que pudo ser. Nada". (y esto en la pág. 11). Nadie se puede llamar a engaño de lo que viene luego. Porque, junto con el dinero, el sexo parece ser la otra palanca que mueve el mundo, como ya advertía el viejo Arcipreste de Hita. Los paladares delicados es posible que no soporten tal acumulación apretada en unas cuantas páginas. La vida mancha, que decía Urbizu en su peli.


Tiene el escritor, como buen habanero, un oído especial para la cadencia del habla de su ciudad, sobre todo cuando se deja llevar por unos diálogos vivísimos, como tomados por una grabadora. No hay al final un listado de correspondencias con el castellano peninsular, pero el contexto ayuda bastante.En ocasiones se trata de términos isleños como los que se acumulan en esta única frase: "Oye, acere, ¿qué volá?. Tengo un bisnecito pa' ti" (pág. 13). En otros casos son palabras que el propio escritor recrea: "mirahuecos", "mariguana", "murmullar, "rumorar"; aparte, por supuesto de los sinónimos relativos al acto sexual, "templar", el más común entre ellos, "singar", y todo lo relativo a los genitales tanto masculinos como femeninos. Con ser abrumadora toda la parafernalia antes citada, hay algo que me molesta, como ya me sucedió allá: el ver que, como en todas las sociedades en que el esclavismo es relativamente reciente, si son los negros quienes trabajaron para los blanquitos peninsulares, éstos, a pesar de la mezcla racial evidente, no dejan de ser bien racistas. Las referencias a los olores y sudoraciones, la falta de preparación profesional de las mulatas o los negrazos, su violencia casi congénita se pone de manifiesto de modo constante. Al igual que las mayoritariamente despectivas citas de los que no andan singando con cualquier hembra que se les cruza: "Entonces me dediqué a algo más fácil y que da más dinero. Me metí a pinguero. Pero con las viejas. Con las turistas. No tengo estómago para los maricones" (pág. 224). El machismo cerbal que les dejamos en herencia a todos los latinoamericanos no deja de estar presente.


La opción que ha escogido el escritor es absolutamente respetable, porque además es real, aunque no sea tan monotemática su presencia en la isla como él la presenta. Yo prefiero quedarme con esta otra del malecón al atardecer embelleciendo tanta ruina, sabiendo que existe, habiendo conocido cómo la gente que habita estas casas lucha por "resolver" a diario, cómo se hacinan en sus interiores, cómo muchas de ellas, al contrario de los personajes que pueblan el libro, mantienen una dignidad a prueba de cualquier cosa. La mayoría de las fotos que ilustran estas líneas son de mi primer viaje a la Isla Grande, tan maravillosa, que me hizo volver con la excusa de un encuentro cierto de maestros de toda Latinoamérica. Inolvidable.

José Manuel Mora.








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