Un pedigrí, de Patrick Modiano

Recuento notarial

Yo ya sé que es difícil hacerse una idea de un escritor, de sus preocupaciones, de su estilo, por un solo libro leído. A veces hay excepciones: Galdós aquí, o Cortázar allá, nos ofrecen bastante información de cada uno con leer Fortunata y Jacinta, o bien Los premios. Se da el caso de que, a pesar de conocerlo de oídas, que no es manera de conocer a un escritor, yo había oído hablar del autor que me va a ocupar en estas líneas y de uno de sus títulos más emblemáticos: Los bulevares periféricos. No voy a escribir una tesis sobre los avatares de los premios Nobel. Hay tantos que no lo obtuvieron (M. Proust, por ejemplo), o que sí lo lograron y nadie más ha vuelto a recordar (como nuestro J. de Echegaray), que cada año son puestos en tela de juicio cuando se van a conceder. Todo el mundo sabe las presiones que la Academia Sueca sufre para atender al sexo del premiado, a su continente de origen, a la lengua en la que escribe o las condiciones sociopolíticas del momento que pueden inclinar la balanza en un sentido o en otro. Este año, cuando todos apostaban por P. Roth, (del que tampoco he leído nada, he de reconocer), el agraciado ha sido un francés, lo que ha hecho que los mandarines de la cultura especulen sobre el renacer de las letras galas entre otros imponderables.  
 

MODIANO, PATRICK. Un pedigrí. Barcelona: Anagrama, 2007. Es un librito de apenas 130 páginas, muy bien traducido por Mª Teresa Gallego Urrutia, que ha recibido diversos premios por su labor, entre otros el Nacional de Traducción. Ya me pareció modélica su tarea en la difícil obra de G. Flaubert aquí comentada, La señora Bovary. La cubierta elegida por los de Anagrama me parece excelente ya que pone en relación el título (ese "pedigrí" estupendamente castellanizado), con la imagen que la ilustra, ese Attention, chien méchant del cartel bajo la mirada dulcísima de un perrito que no parece haber roto un plato en su vida. La asociación con la vida del escritor que nos cuemta la obra, es tan irónica, como la imagen y el cartel de marras.



Y vamos ya con el librito en cuestión. No lo elegí yo; me lo sugirieron los de Pynchon&Co., cuando me interesé por conocer algo del premiado. Y, dado que tenía un aire autobiográfico, lo acepté pensando así saber algo de su vida y su modo de escribir, que es la manera de estar en el mundo que tienen los escritores. No parece haberse dedicado a ninguna otra actividad. Nacido a las afueras del périferique parisino en 1945, con 38 años había ganado el prestigiosísimo premio Goncourt de 1978 por su obra La calle de las tiendas oscuras.En la presente, arranca en el momento en que sus padres se conocen en 1942, en plena ocupación del país por las tropas alemanas, y siendo su padre judío "Escribo judío sin saber qué sentido tenía en realidad esa apelación para mi padre y porque entonces constaba en los carnés de identidad" (pág. 7), lo cual ya es bastante indicativo, pienso yo. Anoto el dato que él aporta por si sirve para entender el papel de outsider de la figura paterna a lo largo de toda la infancia y adolescencia del escritor. De la madre también aporta una breve descrpción bastante significativa: "Mi madre era una chica bonita de corazón seco. Su novio le había regalado un chow-chow, pero ella no le hacía caso y lo dejaba al cuidado de diversas personas, como hizo conmigo más adelante" (pág. 9). Ambas personalidades coadyuvarán en la sensación de abandono que el pequeño Modiano experimentó a lo largo de sus primeros 20 años, hasta alcanzar la mayoría de edad, momento en que la historia queda en suspenso.No los juzga con acritud; intenta entenderlos: "Mis padres [...] dos mariposas extraviadas e inconscientes en una ciudad sin mirada. Pero qué le voy a hacer, ése es el terruño -o el estiercol- de donde vengo" (pág. 20).


Ante toda esta relación de aconteceres infantiles y juveniles uno puede suponer que será fácil la sintonía con todo lo que él vive. Sin embargo da la impresión de que Modiano no quiere ponerse fácil ni lacrimógeno. Es una opción. Actúa como un notario que hace recuento de sucesos, con toda la precisión que la profesión requiere. "Que el lector me disculpe por todos estos nombres y los que vendrán a continuación (se refiere a las calles y edicificos en los que vivió o a los que acudía de visita). Soy un perro que hace como que tiene pedigrí [...] no queda más remedio que esforzarme por encontrar unas cuantas huellas" (pág. 12). Escribe todo el rato en primerísima persona, con total distaciamiento, como si no fuera él quien protagonizara su historia. Aun cuando se refiera a los amigos de sus padres o sus compañeros de internado, todo pasa por su tamiz, su perspectiva inamovible: "Pero no hay que hablar en lugar de los demás y siempre me ha resultado violento romper los silencios, incluso cuando duelen" (pág. 33). Hay mínimas concesiones a cuestiones de estilo, dado lo seco de su pluma. Las descripciones son en realidad meras enumeraciones: "Piedra negra y hojas de castaños al sol. El teatro verde. La montaña de hojas secas contra el muro de basamento de la terraza" (pág. 39). En algún momento añade un detalle que resulta iluminador de su personalidad : "El éter tendrá esa curiosa propiedad de recordarme un sufrimiento pero borrarlo en el acto" (pág. 35), curiosa paradoja entre memoria y olvido. O bien el recuento de sus lecturas juveniles, algunas de las cuales compartí con él en mi adolescencia: J. Verne, M. Twain, Stevenson... Incluso a la hora de rememorar la muerte de su hermano y compañerico de infancia lo hace del modo siguiente: "Mi padre me comunicó, en el coche, la muerte de mi hermano [...] Nunca olvidaré su mirada (la del hermano) en el domingo aquél" (pág. 45). Y eso es todo. O este otro momento de emotividad contenida: "Voy a ver a una doctora [...] me pregunta '¿Tiene usted padres?' Ante esta solicitud y esa ternura maternal tengo que contenerme para no echarme a llorar" (pág. 77). Con todo ello no es de extrañar que el escritor se plantee que "A veces, me gustaría dar marcha atrás y volver a vivir todos esos años mejor de lo que los viví. Pero ¿cómo?" (pág. 105). ¡Ah, la imposibilidad de volver sobre lo vivido/ido...! A pesar de tanta frialdad no hay recor en el corazón del escritor y eso le honra. La novelita podría haber sido un ajuste de cuentas y, sin embargo, "A veces, como un perro sin pedigrí, y muy dejado de la mano de Dios, siento la pueril tentación de escribir negro sobre blanco y con todo detalle cuánto me hizo padecer [ mi madre] con su dureza y su inconsecuencia. Me callo. Y se lo perdono. Todo queda tan lejos ya..." (pág. 92).
Ése es el tono de la novela: clara, precisa hasta el exceso en los detalles, bien escrita, pero fría y distante, casi brechtiana. "Y van sucediéndose acontecimientos mínimos que le resbalan a uno sin dejarle demasiadas huellas. Uno tiene la impresión de que todavía no puede vivir su vida de verdad y de que es un pasajero clandestino" (pág. 115). Pasajero al que la academia sueca parece haberle dado por fin pasaje de primera. A no ser que me lo recomienden personas fiables, no sé si volveré sobre tan peculiar escritor.

José Manuel Mora.

P.S. Y tardaré bastante en volver a subir la siguiente recensión, porque lo que tengo entre manos tiene m´ças de mil páginas. Ya contaré.




























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