Herejes, de Leonardo Padura

 Causalidades

Ha debido de ser una conjunción astral: Que mi sobrino mayor, José Antonio, me regalara por mis cumpleaños agosteños un libro; que sin saberlo él ni yo, el tema tratado en el libro-regalo venía a coincidir con el de mi última lectura: un lienzo del Barroco holandés que es robado y provoca la peripecia novelesca. Una diferencia no menor: el pintor del jilguero era C. Fabritius, el de esta cara de Cristo, como la de un judío anónimo de su época, de Rembrandt van Rijn. "Causalidades" de la vida, que no casualidades (causas que desconocemos pero que deben de existir), que decía Cortázar. Y me sumerjo de nuevo en la lectura de un autor cubano del que había oído hablar, pero del que no había leído todavía nada. PADURA, LEONARDO. Herejes. Barcelona: Tusquets Editores, 2013. Así que , hasta cierto punto, se trata de una "novedad", dado mi acendrado despiste para estar al loro de lo que se va publicando (cuando apareció, el verano del año pasado, yo estaba "casualmente" en Holanda). Y eso que, dentro de las susodichas causalidades, está también el hecho de que se trata poco menos que de un escritor de culto del que la gente se hace lenguas desde hace tiempo.


Y quién es este cubano ( La Habana, 1955) del que la solapa del libro me informa que ha trabajado como guionista, periodista (inicialmente dentro de los estrechos márgenes de la prensa oficial cubana) y crítico, antes de alcanzar la fama con una serie de novelas policiacas cuyo protagonista es un detective, antiguo policía, ahora descreído, desenfadado, cínico y derrotado por la crisis permanente que vive la Isla Grande...? Pues alguien que parece que ha ganado una cantidad ingente de premios y que ha sido traducido a más de diez idiomas. Según me comentan los que van por delante de mí en lecturas e información, parece que el imprescindible y subsiguiente debería ser El hombre que amaba a los perros. Ya veré. Lo que está claro, como anticipo de lo que sigue, es que a pesar de los siete títulos de la serie de Mario Conde, su protagonista, y a pesar de ser "novelas de género", el señor escribe tan bien que, en palabras de mi antiguo profesor salmantino R. Senabre, "las dignifica literariamente". No soy seguidor de este tipo de literatura, pero he de reconocer que cuando me metí en el mundo de A. Camilleri, con su comisario Montalbano, lo disfruté enormemente (La danza de la gaviota, ya comentada aquí). Probablemente la novela va más allá de lo policiaco y se convierte en una novela social, reflexiva, crónica de la vida habanera contemporánea, como trataré de aclarar a continuación. 


Con todos estos antecedentes cabe señalar además que, en palabras del propio autor, "muchos de los episodios narrados en este libro parten de una exhaustiva investigación histórica e, incluso, están escritos sobre documentos históricos de primera mano" (pág. 9). Volvemos otra vez a esta tendencia tan de actualidad de crear literatura a partir de la realidad contrastada. Aunque ¿no es eso lo que se viene haciendo desde Cervantes (por no remontarnos a Homero y los asuntos de Troya)? La novela está estructurada en varios "libros" (de Daniel, de Elías, de Judith, como los del Antiguo Testamento) y el primero arranca en La Habana en 1939, con un episodio dramático y de consecuencias esenciales para el protagonista, la prohibición de atraque del S. S. Louis, cargado de judíos centroeuropeos en su puerto, por lo que tendrá que regresar a Holanda, con los resultados esperables en aquel momento. Y desde ahí, toda esa primera parte va basculando entre esa fecha y el año 2007, en el que el hijo de Daniel vuelve a la isla en busca de respuestas sobre su padre y sobre un lienzo perdido, propiedad de la familia, el pequeño Rembandt. A la vez que pregunta, la tercera persona narrativa aquí es trasunto del recién llegado con toda la carga de la historia familiar y el complemento narrativo de lo sucedido a los Kaminsky una vez que se marcharon a Miami.. El paso de una época a otra está llevado con delicadeza y parece un vaivén temporal casi normal. Los contrastes entre la Cuba de Batista y la de la crisis permanente actual resultan actractivos y explicativos de la deriva de los personajes.


El segundo, el de Elías, supone un viaje a la Ámsterdam del XVII, maravillosamente ambientada en torno al estudio del maestro, a las claves de su pintura y de lo que supone pintar, sobre todo para un judío que tiene prohibido por su religión la representación, por lo que supone de cercanía a la creación, reducto divino exclusivo. Ésta es la parte, completada en el libro quinto, "Génesis", que el propio autor reconoce sacada del testimonio sobre la matanza de judíos en la Polonia de la época, aunque convenientemente novelada. Aparentemente es una historia dentro de otra, sin más conesión que el rostro retratado de Elías por Rembrandt, como modelo para un Cristo que necesitaba pintar, pero igual de apasionante que la primera. La toponimia de la ciudad, sus gentes, sus oficios, las distintas comunidades religiosas que la habitan, el espíritu de tolerancia que existía en ella y que llevó a su florecimiento..., todo está perfectamente retratado. La pasión de Elías por la pintura y sus angustias por saberse maldito ante los suyos por su pulsión prohibida, están magníficamente retratadas.


En el de Judit, el más extenso, parece que el escritor se aleja de la trama inicial. El antiguo policía se enfrenta con la desaparición de una muchacha de 18 años, de la tribu urbana de los "emo". Da la impresión de que Padura vuelve a la novela detectivesca de su serie (el escritor se autocita en referencia a otros "casos" narrados en otros títulos previos, o a otros personajes, como hizo Galdós en sus Episodios y novelas), con M. Conde cargando con todo el protagonismo investigador. El autor cubano reconoce que "es tan admisible escribir una novela policial para divertir, complacer, jugar, a los enigmas, como -si uno puede y quiere- para preocupar, indagar, revelar, tomarse en serio la sociedad y la literatura... olvidándose incluso de resolver los enigmas" (el subrayado es mío). Padura declara que un modelo en el que se fijó para su detective fue Pepe Carvallo, el creado por su admirado M. Vázquez Montalbán. Los tres libros tienen un rasgo estilístico común: un narrador omnisciente restringido, puesto que el que cuenta en tercera persona sólo sabe lo que Conde va descubriendo paso a paso. Se trataría en realidad casi de una primera persona enmascarada, ya que narrador y escritor tienen la misma edad, los mismos gustos, las mismas fobias respecto a la sociedad y el tiempo de los personajes de la narración, respecto a la Cuba de hoy. Lo que le proporciona el necesario distanciamiento es la profesión de antiguo policía del detective, que se suaviza en su madurez con su dedicación a la compra-venta de libros antiguos. Así Conde es protagonista activo, al mismo tiempo que juez y testigo de lo que ocurre a su alrededor y víctima de la realidad cubana. Es en esta parte tercera donde se pone de manifiesto el culto de Conde a la amistad,  y su fidelidad. Es un irredento nostágico, inteligente, irónico, tierno, enamoradizo a sus cincuenta años cumplidos, sin ambiciones materiales, un hombre honrado, una persona decente en fin, lejos ya del personaje. Lo que dejo a continuación es un tributo a sus gustos musicales, que no por casualidad, coinciden con los de mis veintitantos años: la banda de los Creedence.



Pero no sólo tienen en común los tres libros el rasgo estilístico antes mencionado. En los tres el protagonista de la narración es un "hereje", cada uno a su modo y dentro de la comunidad en la que habita. Daniel, "que aprendió a hablar en habanero, le decía "negüe" a los amigos, "guaguas" a los autobuses, "jama" a la comida, y "singlar" al acto sexual" (pág. 67), decide abandonar su religión y el grupo humano de su pertenencia "viviendo por elección y a gusto al margen de la tribu, en aquel rincón donde había hallado la libertad" (pág. 80). Con el paso del tiempo "seguirá siendo el mismo renegado que, 23 años atrás, rechazara a un Dios demasiado cruel en sus designios [lo que lo convierte en un hereje] al descubrir que lo verdaderamente sagrado era la vida" (pág. 160). Elías a su vez es aconsejado por Rembrandt: "La libertad es el mayor bien del hombre, y no practicarla, cuando resulta posible, es algo que Dios no nos puede pedir [...] Pero tú ya debes saber que todo tiene su precio. Y el de la libertad suele ser muy alto" (pág. 235). Y creo que aquí está el meollo de la novela y que afecta a los tres tiempos de la narración: 1645, 1939-1950, 2008, el uso del libre albedrío en sociedades autoritarias. Judy, la del tercer libro, y sus amigos los emos, "resultaban ser la punta visible del iceberg de una generación de herejes con causa" (pág. 442), frente a otra de seres "cada vez más envejecidos y derrotados [...] que habían evolucionado (involucionado, en realidad) para convertirse en la generación más desencantada y jodida del nuevo país que se había ido configurando desde la Revolución" (pág. 24).


Y queda el cuarto libro, "Génesis", a modo de colofón. En él volvemos a encontrarnos con Elías en Polonia, a través de una carta que le escribe a Rembrandt desde su exilio y en la que le cuenta el pogromo sufrido por sus congéneres a manos de cristianos, mongoles y cosacos. Hecho real que parece predecir otras cacerías posteriores. Se resuelven los flecos últimos y el escritor vuelve a apostar en las últimas páginas por el ejercicio de la libertad. Como dijo no sé quién "La libertad es posible que no nos haga más felices; simplemente nos hace libres". Y no es poco, añado yo.
Hay un par de elementos más que me han hecho atractiva la novela, como lo serán para quienes hayan visitado la isla. El estupendo oído de Padura para captar el habla habanera, que uno se trajo como un tesoro al regreso y que nos traslada a ella con sólo escucharla: "lo boto pa´l carajo"; o ese diminutivo tan estupendo de "un adelantiquitico", en el que los derivativos se suceden sin término; o para no aburrir, "Ya está un poco trabajallúa para andar en esa comemierda" (pág. 349). Por no hablar de lo magistral de su captación de los ambientes habaneros: climáticos, de luz, sonido, gentes...: "Varios años le tomaría a Daniel Kaminsky llegar a aclimatarse a los ruidos exultantes de una ciudad que se levantaba sobre la más desembozada algarabía" (pág. 17). Puritica Habana, mihelmano.
Por todo lo anterior considero la novela altamente recomendable. Son variados los públicos que podrán disfrutar de ella. No negaré que cabe la posibilidad de que reincida para saber más de esa persona, que no ya sólo personaje, llamada Mario Conde.

José Manuel Mora.

Comentarios

rodabecker ha dicho que…
Muy buenas Jose Manuel. En primer lugar te felicito por el blog y las reseñas. Decir también que me ha alegrado, después de muchos años, saber de un profesor del que guardo un grato recuerdo durante mi etapa escolar. Sobre Leonardo Padura, recomendarte su anterior novela titulada "El hombre que amaba a los perros", para mi su mejor obra. El libro gira en torno al asesinato de León Trostky tras su exilio a México y a la figura de su ejecutor, el español Ramón Mercader. En fín, un placer seguir tus reseñas. Saludos de tu exalumno Raúl Roda.
MBAD ha dicho que…
Como verás, Raúl, he seguido tu recomendación y devoré "El hombre que...". Puedes ver más arriba el comentario, por si te apetece comentar. Un saludo.