La piedra oscura, de Alberto Conejero

En carne viva

Como no tengo en este blog una etiqueta que se ocupe del rubro "teatro", las veces que he comentado algún espectáculo lo he guardado en el de "actualidad". Estoy en Madrid y he decidido que no quiero esperar a llegar a Alicante para hablar de mi reconciliación con las tablas. Las funciones que llevan al Principal suelen ser penosas por lo comerciales y, con lo que he disfrutado yendo al teatro desde los dieciséis años, cada vez voy menos. La representación era en la sala pequeña, de la Princesa, del María Guerrero, un espacio subterráneo, oscuro y con pocas butacas, cubiertas todas ellas con una camiseta manchada de sangre en el respaldo, como lápidas de un cementerio, con la escena muy cerca de los espectadores que ocupaban todas las localidades, no más de ochenta.


 La obra es de Alberto Conejero, (Jaén, 1978) y se titula La piedra oscura, ya publicada en forma de libro con prólogo del mayor experto en el poeta de Granada, I. Gibson, en el que informa de que se trata del título de una obra inencontrada de F. García Lorca, de la que sólo se conserva eso y el listado de personajes. No se sabe si el poeta la llegó a escribir o quedó como proyecto. Es lo de menos. Lo de más es lo que vamos a ver en escena, gracias a la elección del Centro Dramático Nacional que sigue optando por ceder espacio a autores jóvenes.


A pesar de la juventud del autor, éste lleva publicando y estrenando desde hace años, ha ganado premios importantes y ejerce como profesor de escritura dramática. Sin embargo no lo había oído nombrar. Es lo que tiene vivir en provincias. Dice en el programa de mano que "He escrito sobre el pasado para cuestionar mis certidumbres sobre él y como brújula de un futuro incierto [...] Ante todo una indagación sobre los que quedaron a los márgenes de la foto de la Historia [...] Para que su memoria perdure". Este planteamiento me ha traído a la mente las ideas de Chirbes en el libro comentado aquí la semana pasada. Da igual si los hechos que se muestran en escena no se corresponden del todo con lo que sucedió. Lo importante es si tienen veracidad dramática. Y ya adelanto que la tienen.


Si el teatro es, como creo, un conflicto puesto en pie a través de la palabra, encarnado por actores que dan vida a unos personajes, no cabe duda de que estamos ante teatro de gran hondura. A partir del posible encuentro en un hospital/prisión castrense de Santander entre Rodríguez Rapún, secretario del grupo teatral republicano La Barraca, y amante de Federico, y Sebastián, su carcelero, un pastor de los alrededores, enrolado en el ejército golpista con apenas 18 años,  el autor va levantando una relación de dos seres opuestos en carácter, en ideología, en clase social, en grado de madurez, quienes a través del diálogo se reconocerán como semejantes en su humanidad: dos seres humanos con un pesado fardo a sus espaldas, que abandonaron a alguien tras ellos, lo que les provoca un desvalimiento existencial, un sentido de culpa que necesitan redimir. Ambos llevan una ausencia en su interior y una herencia que preservar. Y es el progresivo acercamiento y conocimiento mutuo lo que está perfectamente escrito y pautado. Se podría haber caído fácilmente en el melodrama, o escarbado en el morbo de la historia amorosa del prisionero y Lorca. Sin embargo, las frases están escogidas con cuidado, son las mínimas necesarias para trasmitir la emoción imprescindible. La obra apenas dura una hora. Y es probablemente esa condensación y el crescendo, ininterrumpido apenas por un par de oscuros, necesarios para hacer avanzar la acción, lo que consigue que más de uno acabe enjugando alguna lágrima. 


Los que nos hemos dedicado a esto de las letras sabemos que una cosa es la Literatura Dramática, que viene estudiada en los manuales al uso, y otra el teatro, ese espectáculo fugaz y verdadero, único en cada representación, en la que cualquier cosa puede pasar y puede dar con todo al traste. Parece que, a pesar de las trabas que el tal Wert (no me da la gana ponerlo en negrita), ministro de la cosa, ha decidido ir poniendo a los teatreros, a pesar de los cierres de locales, las desapariciones de las compañías y la reducción del número de espectadores, las salas alternativas, los espacios pequeños, vuelven a atraer a un público ávido de sensaciones auténticas que las pantallitas no proporcionan. Y el director de la puesta es Pablo Messiez, un actor y director argentino del que no recuerdo haber visto nada antes. De hecho esta obra se estrenó antes "del lado de allá". Trabaja sobre todo en salas alternativas y la sala Mirador le dedicó el año pasado una especie de retrospectiva con tres de sus obras a pesar de sus escasos cuarenta tacos.


Dice el teatrero que gracias a la obra que nos ocupa sabe por qué lo hace: "Para nombrar un poco mejor y olvidar un poco menos, para hacer lo posible por no desaprecer para siempre". Ni él ni las criaturas que levanta sobre las tablas con su historia a cuestas, digo yo. Y seguramente algo de la magia que tiene la función está en el inicio casi a oscuras, sin telón (qué antigüedad), con el vigilante inmóvil como una figura de cera en primer término y el camastro del herido al otro lado casi en sombra, con un pequeño foco de luz en los pies, como en el cuadro de Mantegna. Una serie de muretes con aire de esculturas de R. Serra, delimitan celda, retrete, pasillo... y hacen más agobiante la estancia de techos bajos y luz cenital inmisericorde y de un suelo de losetas ajedrezadas y asquerosas de mugre y sangre. Se trata de un trabajo de Elisa Sanz, que firma además el vestuario (éste no lo veo tan acertado; como suele ocurrir con los trabajos de época, me parecen figurines de guardarropía surgidos del taller de la sastra minutos antes de la representación). Todo ello coadyuva a que los dos actores se pongan en situación, que se dice en el argot. Y nuevamente mi lejanía de la villa y corte hace que desconozca trabajos previos de ambos actores: Nacho Sánchez es el que tiene el fusil, el que despierta a golpe de pasodoble aunque continúe sumido en su pesadilla íntima. Posee este actor una mirada de intensidad desacostumbrada. Y aunque debe aparentar menos edad que la que realmente tiene, es capaz de aniñarse sin caer en el ridículo, haciendo creíble su desvalimiento, su miedo, su ilusión por subirse a un escenario a tocar. Va ganando conforme la obra avanza, y sobre todo desde el momento en que tiene que empezar a enfrentarse con el otro personaje.


Pero el que creo que se lleva de calle la función es su contrincante, Daniel Grao, otro ilustre y casi desconocido para mí, aunque haya hecho mucha tele y cine (lo vi en La mula) antes de este papel. La manera en que empieza escuchando, preguntando lo mínimo para saber que tiene delante a otro ser humano, el modo en que se desespera y llora de forma ahogada ("Nadie puede desaparecer del todo, ¿verdad?", le pregunta al muchacho), la forma en que va desvelando su herida, su amor por Federico, ante el que no supo estar a la altura de las circunstancias, la angustia ante la posibilidad de que cartas, poemas y obras de su amante puedan desaparecer o caer en manos de quienes no sabrán apreciarlas, lo va llevando hasta el límite del dolor, hasta el abrazo consolador que rompe la soledad frente a la muerte. Todo en carne viva, como decía el antetítulo de la entrada. Pura verdad teatral a escasos metros de los personajes/actores.


Todo el público puesto en pie obligó a salir a saludar en incontables ocasiones a los dos cómplices de lo visto. Y yo sentí, con las piernas todavía temblorosas y el corazón desbordado, que volver al teatro sigue teniendo sentido cuando lo que te presentan es una tranche de vie, que decimos los franceses. Quienes tengan en mente acercarse a Madrid a la mani de Podemos de fin de mes, deberían hacer un hueco para ir al teatro a revivir a quienes quedaron en los márgenes de la Historia, muchos de ellos en cunetas sin señal ni nombre; para ver que el amor, aunque sea oscuro, puede vencer a la muerte, como quería Quevedo. No se arrepentirán. De nada.

José Manuel Mora

P.S. El fragmento que adjunto servirá para hacerse una idea pálida de lo que se vive en escena y en directo.

Ítem más: me alegra saber que M. Ordóñez, a posteriori de mi comentario, considera que es uno de los mejores espectáculos de la temporada y advierte de su reposición para septiembre. Ítem más, en 2016, viene a Alicante, al Principal. Al teatro, al teatro...

Y más hoy, 26 de abril, al saber que en la gala de los Premios de las Artes Escénicas se ha llevado algunos de los "Max" más importantes. Estaba cantado.




Comentarios

Basi ha dicho que…
No le hagas mala publicidad a nuestro Teatro Principal, ya que, todos las temporadas, me permite disfrutar de algunos buenos espectáculos. Por supuesto que, de vez en cuando,se hacen concesiones a un teatro más comercial, pero, como ya puedes imaginar, son del gusto de buena parte del público y quien lo dirige debe tener buen cuidado en que las cuentas cuadren. En definitiva, se trata de conseguir ese difícil equilibrio entre lo comercial, que suele ser muy rentable, y lo cultural que, por desgracia, deja muchos menos beneficios.