La conspiración del silencio, de Giulio Ricciarelli

 Auschwitz

LLego del cine y no quiero dejar pasar el tiempo necesario para la cena. Necesito escribir en caliente todo lo que la película que acabo de ver ha movido en mi interior. Debo agradecer la sugerencia alla mia professoressa, Brunella, que nos ha hablado de ella en clase esta mañana. Tal vez sin su recomendación se me hubiera escapado, como tantas. Y creo que es un filme da vedere, que decimos los italianos. Se trata de La conspiración del silencio, ("Laberinto de mentiras" en el original) cinta alemana, dirigida por Giulio Ricciarelli, nacido en Milán en en 1965, actor, productor de series de televisión, que ha desarrollado toda su carrera en Alemania y que ahora dirige su primer largo. 


Aparentemente y desde el inicio tenemos la sensación de estar ante una peli perteneciente al género de juicios, en las que el abogado o el fiscal justiciero han de pelear por alcanzar juzgar a los culpables. Sin embargo ese juicio aquí se omite. La cinta se cierra con la clausura de las puertas de la sala de audiencias en la que se va a celebrar una vista que durará dos años. La historia se inicia en 1958, apenas trece años después de acabada la Guerra. Alemania parece intentar salir del agujero en que quedó tras su derrota. La ropa de las mujeres es de animados colores, la música que se escucha en la radio es bulliciosa y chispeante y hay un fiscal recién llegado a Frankfurt, cuyo carácter queda dibujado en su primer juicio por una falta de tráfico: se ha de pagar cuando se ha infringido la ley. De manera imprevista le toca hacerse cargo de una investigación sobre lo sucedido en el campo de concentración de Auschwitz. Sin embargo nadie parece saber nada de lo ocurrido allí; muchos ni siquiera lo han oído nombrar. Tras el conflicto bélico provocado por la insania de los cabecillas nazis, y que hubiera sido imposible sin la aquiescencia de la mayoría de la población, todo el mundo parece no recordar; pero incluso quienes sí saben han decidido que el país necesita de ese silencio para levantarse y echarse a andar. Y así, criminales y torturadores siguen llevando una vida normal, amparados en la prescripción de la mayoría de los delitos cometidos.


Unos documentos salvados por un preso del campo permiten empezar a tirar del ovillo para intentar desenredarlo. Y lo que en manos de un director más efectista hubiera podido dar lugar a escenas melodramáticas, aquí se evita mediante una espléndida elipsis. No escuchamos hablar a los primeros testigos, pero sí vemos los efectos que sus declaraciones van produciendo en quienes los escuchan. El rostro de la taquimecanógrafa es elocuente. Pero los testimonios podrían estar falseados; si se quiere llegar a algún lugar hay que encontrar documentación en la que sustentar la causa. Y el fiscal se enfrenta a un archivo de centenares de miles de carpetas que tendrá que revisar. Viene bien en estas páginas de origen "archivístico" que se vea la importancia de la conservación y salvaguarda de toda esa documentación oficial: listados, fichas personales, facturas, fotografías... Además, como los nazis estaban convencidos de que el Reich duraría mil años, lo anotaban y guardaban todo, aunque los vencedores estadounidenses hubieran declarados "reservados" algunos de ellos tras la victoria, o bien otros, que podrían implicar a los que se hallaban bien situados, hubieran desaparecido. "¿Es que quieres que todos los niños alemanes empiecen a preguntarse si sus padres son unos asesinos?", pregunta un personaje hacia la mitad de la investigación. Esa pregunta se la tendrán que responder incluso los protagonistas.   
 

La figura terrorífica de J. Mengele, in absentia, planea durante gran parte del metraje, como la de A. Eichmann. Al primero no lo atraparon nunca. Al segundo sí y fue llevado a juicio en Israel, juicio en el que se defendió con el argumento de que él sólo cumplía órdenes. Hannah Arendt  cubrió periodísticamente las sesiones y fruto de aquello fue el magnífico libro que escribió a modo de meditación sobre lo banales que pueden ser las personas que cometen las peores atrocidades: Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal (en otra entrada de este blog hay un comentario sobre la película que la tiene como protagonista: http://mbadalicante.blogspot.com.es/2013/07/hannah-arendt-de-margarethe-von-trotta.html).La investigación y el juicio, y ahí radica parte del dramatismo de la historia, no viene realizado por los vencedores, como en el de Núremberg, ni por uno de los pueblos masacrados, los judíos, sino por los propios alemanes encausando a algunos de sus compatriotas en algo que se convirtió en una acusación a todos lo que, bien participando, bien con su inacción, bien con su silencio cómplice habían ayudado a que todo aquello sucediera. Y no se trata de llevar a la cárcel a los cientos de miles de ciudadanos que se afiliaron al partido nazi, como acabará descubriendo el joven fiscal, sino de descubrir la verdad, de sacarla a la luz pública para que la herida sane. Romper el silencio ominoso que pesaba sobre aquella sociedad para que con las palabras dichas pudiera en parte sanar.

Se trataba de que la sociedad en su conjunto, a través de los que fueron juzgados, se reconociera responsable de la parte que a cada uno le correspondía. Esa asunción de culpa era algo que se debía a los muertos, a los desaparecidos, a los torturados. Y uno piensa cómo es posible que en España la losa del silencio siga pesando sobre nosotros, que siga habiendo cunetas sin rastrear, fosas comunes sin abrir, memorias sin limpiar. Aunque los responsables últimos de la barbarie nacional hayan muerto, aunque los delitos hayan prescrito, las víctimas merecen dignidad y recuerdo y respeto, para lo que se necesita recuperar los restos, para que puedan ser enterrados donde sus familiares decidan, para que puedan ser llorados por fin en paz. Emocionante la visita final al campo de concentración para rezar por la memoria de dos niñas. 


Huelga tal vez decir que el guión de Elisabeth Bartel y el propio director resulta medidísimo; que la ambientación y las localizaciones son espectaculares y la música justa y sin aspavientos, la necesaria para acompañar unos títulos de crédito en riguroso blanco y negro en los que se da cuenta del resultado del juicio y se homenajea a quienes fueron capaces de llevarlo a cabo. Y una interpretación ajustadísima del conjunto del elenco, aunque Alexander Fehling en el papel protagonista sea el que lleva casi todo el peso de la cinta. Ya lo había visto en Malditos bastardos que, al ser coral, deja más en la sombra su participación. Aquí está imponente. Y uno sigue lamentando que en este país no se puedan rodar pelis así. Bien es cierto que para ello sería necesario previamente haber roto la losa del silencio y haber rendido homenaje a tanto muerto sin descanso.

José Manuel Mora.

LABYRINTH OF LIES Trailer | Festival 2014 from TIFF on Vimeo.






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