Mandarinas, de Zaza Urushazde

 La guerra, cualquier guerra

Ir al cine, como leer libros o escuchar a quienes saben más que uno, acaba aportando información. Como preámbulo de la peli se nos informa de que un grupo numeroso de estonios fue llevado a Georgia, antigua URRS, durante el siglo XIX. Al estallar la guerra civil en 1990 entre este territorio y el que quería conseguir la independencia del mismo, Abjazia, los estonios decidieron en masa regresar a su país. No todos. Un par de hombres, cada uno por diferentes razones, ha decidido seguir viviendo en su cabaña, en medio de ninguna parte, aunque próximos al inmenso Mar Negro,  preocupados por la recogida de la cosecha de mandarinas.


Qué cosa extraña que llegue a nuestras pantallas, aunque con dos años de retraso, una coproducción lituano-georgiana... Sin recurrir a mi archivo mental, ni al que voy conformando con todas estas notas, sé que es la primera que veo de este origen. Mandarinas, de Zaza Uruszhade, director georgiano del que no había oído hablar, claro. No sé si en ello habrá influido que fuera seleccionada como candidata al Oscar a la mejor película de habla no inglesa y a los Globos de Oro. No puede ser más humilde: un casi único escenario, las dos granjas; los dos campesinos enfrascados en sus quehaceres en medio de una abrumadora soledad y dos soldados, uno georgiano y el otro checheno que, al caer heridos, son recogidos en casa de Ivo, el granjero de más edad. No hay apenas más mimbres. Un tema musical que se repite a lo largo del filme de manera casi monocorde, minimalista, puntual y certeramente. Así pues se trata de una cinta sin más pretensiones. ¿O no?


Lógicamente lo que el director quiere plantear es el hecho de que, cuando los seres humanos se miran de frente, de cerca, y se reconocen como tales, humanos, el odio tiende a difuminarse. En la trinchera son desconocidos con un enemigo enfrente al que abatir. Dentro de la casa del hombre que les ha salvado la vida, el respeto a sus años, el agradecimiento a su acogida, el tiempo que pasa (señalado por ligeros cambios en el atuendo y actitud de los personajes), los va transformando. La dignidad de esa casa humilde y del trato recibido va haciendo mella. "Es mi guerra", dice uno de los contendientes. "Las guerras no son de nadie", responde Ivo. O bien pertenecen a los que las provocan por intereses personales, mientras que son otros quienes ponen los muertos. No voy a decir que se acerque al alegato de Kubrick en su  maravillosa Paths of glory. Ésta es una conmovedora obra maestra. La que comento ahora es de tono menor, sin grandes aspavientos y con unos diálogos muy ajustados, pero igualmente emotiva. No resulta edulcorada, la guerra se hace presente de la manera más brutal cuando todo parece ir bien. El personaje de Ivo está muy bien retratado (no comento el nombre de los actores porque naturalmente me son absolutamente desconocidos), con pocos trazos y la sobriedad de su rostro; “Nadie mata a nadie bajo mi techo a no ser que yo lo diga”; buen resumen de su filosofía. Acabaremos al fin sabiendo las razones de que no haya partido a Estonia con el resto de sus compatriotas. Todas las guerras son crueles. Las civiles lo son más, por absurdas. Más todavía si las razones se envuelven en sentimientos "nacionales", mezclados con motivos religiosos y racistas, que acaban provocando el desastre. Puesto que ahora, cuando escribo, sé que permanecerá una semana más en cartel, creo que puede ser una buena opción, dado el secarral de nuestra cartelera.

José Manuel Mora.




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