Olive Kitteridge, de Lisa Cholodenko

 La América profunda

Y siguiendo las recomendaciones de una buena connaisseur, mi impagable amiga C. Jorques, he aquí que he caído en una miniserie (tan sólo cuatro capítulos, ¿o se trata de una peli larga?) de la HBO, uno de los canales por cable estadounidenses más rompedores. Aún recuerdo la sorpresa y el regocijo que me causaban los capítulos de aquella familia tan disfuncional que trabajaba y vivía, oh paradoja, de una funeraria, muerte y vida en simbiosis divertidísima y dramática a la vez: Six feet under. Lo último que nos está regalando es la apasionante serie Juego de tronos, a la que estoy enganchado, como tanta gente a mi alrededor. Si además entre los productores se encuentra Frances McDormand, quien además encarna al personaje que le da título, actriz fetiche de los hermanos Cohen y que tanto me gustó en Fargo o en Simple blood, pues ya van siendo bastantes motivos para verla.  Y no con demasiado retraso, ya que es de 2014.


Va de mujeres. El guión es una adaptación de Jane Anderson a partir de una novela del mismo título de Elizabeth Strout, premio Pulitzer de 2009, y a quienes no tengo el gusto. La directora  es Lisa Cholodenko de quien sólo creo haber visto Los chicos están bien, peli conservadora a pesar de tratar de una familia homoparental formada por dos lesbianas y sus hios. He titulado la "América profunda", aunque aquí no haya que irse a los estados del medio Oeste, esos pueblos perdidos en medio de ninguna parte. Aquí estamos en un pueblecito de Maine, en la costa Este, también perdido, pero entre los bosques y la costa, donde viven y trabajan Olive, una profesora de matemáticas de un instituto, de mediana edad, casada con un farmacéutico de buen corazón (Richard Jenkins, el padre de la familia "funeraria" antes citada) y un crío preadolescente.


 Una historia que se abre con la protagonista en un parque, a punto de suicidarse volándose la cabeza mientras esucha a Vivaldi , antes de comenzar el obligado flash back, es algo que por fuerza promete. La historia transcurre a lo largo de veinticinco años, tiempo que no sólo se señala en pantalla, sino que vemos avanzar a través de los modelos de automóviles, o del estilo de vida de las gentes, además del aspecto de los personajes. Se da el caso, curioso por infrecuente, de que la actriz ha tenido que ser caracterizada para actuar de joven, a pesar de sus 57 años reales. Se trata de una actitud combativa de la McDormand, que parece querer demostrar que puede haber papeles para las mujeres que han pasado la frontera de los cincuenta, como de hecho los hay para los varones.


El tiempo tampoco ayuda; suele soplar viento, hace frío y el mar no es apto para bañistas. Todas las personas que entran y salen en las vidas de los protagonistas son gente anónima, gris, de una tristeza asumida y por ello más deprimente.  La ayudante de farmacia, por ejemplo, es enternecedora en su nimiedad; también lo es, a su modo, el ricachón que aparece al final, absolutamente solo (no se habla con su hija porque es lesbiana y que lógicamente vive ¡con una mujer!) y destrozado por dentro, aunque su cuerpo aún quiera seguir dando guerra, un Bill Murray tan magnífico como suele, cuando no se pone a hacer el tonto. Aquí está genial con su descapotable último modelo, o caído en tierra con el conocimiento casi perdido. Los antiguos alumnos de Olive, que vuelven a aparecer por el pueblo, ya adultos, cargados con los mismos traumas que cuando se fueron. La familia de la que se proviene, la educación recibida, suelen ser pesadas taras para cualquiera que simplemente quiera alcanzar algo de felicidad. Esta gente es una buena opción para los terapeutas que han de tratarlos; al menos a quienes crean en las terapias, psicoanáliticas u otras. 


En cualquier caso, quien se lleva de calle la cinta es la protagonista. Esa mujer tan desabrida, tan amarga en sus reproches, tan incapaz de agradecer o de pedir disculpas, tan severa en sus juicios, tan incapaz de recibir abrazos sinceros y con un sentido del humor tan particular. Tan auténtica también. Dice siempre lo que piensa, aunque pueda escocer a quienes la escuchan, sea su hijo, su nuera, su marido o su vecina; se muestra siempre inasequible al desaliento, incluso ante grandes desgracias, a las que intenta hacer frente con toda su fuerza, que es mucha. Hará siempre aquello que sea necesario realizar. Y para hacer frente actoralmente a todo ello, la McDormand se presenta con la cara lavada, con su rostro lleno de arrugas, con su mirada cansada, tantas veces al borde del llanto, pero siempre tan contenida. Su manera de vestir, su modo de andar, de recoger la mesa o de plantar flores, incluso la de un posible adulterio, son las de una mujer cualquiera. Hace falta mucha valentía, mucha confianza en sí misma, mucho amor al personaje, para ser capaz de soportar esos primeros planos que la captan en un desamparo total. Sola consigo misma, sin más asideros que su perro.

Con todo lo anterior no es de extrañar que la depresión acampe en el ánimo de muchos de sus personajes, aunque como la propia Olive dice eso es algo que "va con la inteligencia". Y ella, inteligente es un rato. Probablemente muchos de los que vean la serie podrían detectar en ella algún rasgo que recuerde a la propia madre. A fin de cuentas la historia, tal vez por el lapso temporal que abarca, no habla de otra cosa que del envejecimiento, la soledad y la muerte. Para mucho espectador de los "sálvames" varios y de islas perdidas en nuestro país, no sea éste un plato de gusto. Quienes apuesten por la intensidad de la vida misma no se sentirán defraudados. Dadas todas las características señaladas, no puede uno estar más que de acuerdo con la declaración de la actriz respecto a la serie: "Se trata de un acto subversivo". Gràcies, Carme, per la recomanació. Segurament no l'hauria trobat pel meu compte. A lo mejor este comentario lleva a otros a emocionarse con estas vidas sin lustre, tan parecidas a las de todos nosotros.
José Manuel Mora.
 


Comentarios