Corazón gigante, de Dagur Kári

 Bichos raros

Es curioso que la peli de la que voy a hablar tenga distintos títulos según el país en el que se proyecta. Originariamente la encabezaba el nombre de su protagonista, Fúsi. Seguramente la productora consideró que no tenía el suficiente gancho comercial y entre paréntesis aparece otro título, esta vez en inglés: Virgin Mountain. Y es cierto que en el plano metafórico se podría decir que Fúsi es una "montaña virginal". La variante en español no me disgusta, porque realmente el personaje tiene un corazón que no le cabe en el pecho enorme que lo alberga. No es muy común que el cine islandés llegue a nuestras pantallas. Yo sólo recuerdo a Baltasar Kormákur quien, además de actuar en Reykjavik-Rotterdam y que tanta inquietud me creó, es de los directores de aquel confín más conocido fuera de la isla. Habrá que añadir ahora el nombre de Dagur Kári, un cuarentón con cara de niño que estrena aquí su quinto largo (?), con considerable éxito, un filme del que también es guionista y que se sale de lo trillado. 

 























Hay pelis que se construyen sobre la historia que cuentan. Otras sobre sus protagonistas. Éste es es caso. Un cuarentón que vive todavía con su madre (¿posible complejo de Edipo, que diría Freud?), que trabaja descargando maletas en el aeropuerto de Reykjavik en una rutina sobrecogedora y rodeado de compañeros que practican con él el matonismo más descerebrado e irrespetuoso que se pueda uno imaginar en adultos (curioso que los trabajdores de las basuras, todos inmigrantes, sean más solidarios con él que los nacionales), que tiene como únicas aficiones las maquetas de la Segunda Guerra Mundial y la música heavy, y que a su edad todavía es virgen. En esta monotonía cotidiana surgen dos mujeres, una niña vecina suya y otra de su edad profundamente herida por la depresión, que tienden puentes hacia él y que lo obligan a salir del cascarón. Este hombretón enorme, a pesar de su aparente simpleza, es un ser sensible y bueno, en el buen sentido de la palabra, que decía D. Antonio. Es además generoso y sensible, un manitas con las manualidades, respetuoso y atento al dolor ajeno y a la diferencia que él mismo sufre. El gélido entorno isalndés no ayuda mucho a salir ni a socializar: una academia de baile country puede ser lugar de encuentro.


¿Cómo se ha de sentir un ser sensible como Fusi, sabiéndose distinto, incapaz de pasar desapercibido dado su volumen, y siendo diana de las burlas de sus colegas de trabajo y de las miradas extrañadas de sus vecinos? Los que hemos sido raritos de niños y hemos tenido que soportar, si no las agresiones, sí las burlas y las sonrisas malintencionadas junto a la marginación más o menos encubierta, podemos sentirnos solidarios con esta persona que soporta en silencio, disculpa, se explica ante la policía y acaba encontrando acogida en esas dos féminas tan aisladas como él. No es una historia al uso y su final tampoco se ajusta a lo trillado. Todo resulta sencillo y emocionante en una vida tan gris como la que se nos presenta aquí y que puede iluminarse de repente al descubrir Islands in the stream de Dolly Parton. Así se sienten los dos protagonistas adultos, como islas en la corriente. 


Para todo ello era necesario un actor con un físico imponente y con una capacidad expresiva a base de gestos mínimos, arrolladora: Gunnar Jónsson. No se relaciona de la misma manera con su madre, que con la niña y menos con el objeto de sus desvelos; menos aún con los compañeros. Con cada quien el tono de su voz, las miradas o su actitud corporal cambian levísima y sensiblemente. No necesita muchas palabras. Su mirada evasiva, cómplice o enamorada dicen más que la posible verbalización. Todo es íntimo, sugerido muchas veces y queda lejos de las tensiones del noir nórdico. Difícil de olvidar a actor y personaje. 

José Manuel Mora.







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