The Beatles: Eight Days a Week. The touring years; de Ron Howard

 Remember


Es poco frecuente que en mi ciudad, Alicante, se estrenen  documentales, por lo que tampoco es que vea muchos. En televisión, tal vez sí. Lo que me ha llevado al cine esta vez ha sido el anuncio en prensa de que sólo se proyectará durtante una semana y luego habrá que verla en canales alternativos. El cine estaba lleno de gente joven de mi edad, incluso un compañero de aquel bachiller, de aquellos tiempos en el IES "Jorge Juan", ahora ilustre profesor universitario, M. Ángel Lozano. Creo que todos íbamos buscando lo mismo. Parece que los entendidos y los fanes han visto todo lo que sobre el grupo de Liverpool se ha rodado hasta ahora. No era mi caso. Es cierto que en televisión se han visto fragmentos de reportajes, entrevistas, conciertos, pero yo no había visto una obra concebida globalmente, con imágenes restauradas y sonido remasterizado. Su director, Ron Howard fue el creador de la peli Una mente maravillosa, lo que también era una garantía. Así que me senté en mi butaca dispuesto a volver atrás en el tiempo. The Beatles: Eight Days a week-The touring years.


La segunda parte del título alude a los años de gira (1962-1966), sin ir más allá en la historia del grupo. Lo que se inició como una aventura de quinceañeros en algunos clubes de Liverpool, con una simbiosis creativa y afectiva muy fuerte entre John y Paul, derivó pronto en un fenómeno sociológico que ya entonces se denominó beatlemanía. Su música, su atuendo, su corte de pelo, se salían de lo establecido y conectaban con los que vino en llamarse la generación del babyboom, la que nació después de acabar la Guerra Mundial y que parece que fue el resultado de una sensación de esperanza a pesar de los horrores vividos. Aquella gente joven ya no tenía como referentes a sus padres, para quienes eran unos auténticos bichos raros, además de que como confiesa el propio Paul a un periodista, "No se trataba de cultura juvenil, era simplemente ganas de pasárselo bien. Y eso lo trasmitían plenamente en sus actuaciones, lo que contagiaba a los espectadores, incialmente jovencitas histéricas que lloraban al oírlos gritar, pero no sólo, sino a varones encallecidos que ocupaban las gradas de un estadio de fútbol hasta los topes y que cantaban como un sólo hombre, como muestran las imágens para mí inéditas. Y eso que las condiciones en que cantaban en los estadios distaban mucho de ser las adecuadas. Los bafles no eran capaces de tapar los gritos del respetable, y se hacía necesario acoplarlos a los altavoces del estadio. Aunque parecía que su próposito era simplemente cantar, los tiempos eran tan convulsos en los USA (segregación racial, guerra del Vietnam), que su negativa a actuar en estadios del sur, segregacionistas, acabó conviertiéndose en una postura política, como las declaraciones de John a propósito de su fama superior a la de Jesucristo, lo que desató la furia de los cristianos integistas, la quema de sus discos, las necesidades de protección. Todo coadyuvó a cansarlos, además de que ellos eran conscientes de que ganaban bastante con las ventas millonarias de los discos, y que disfrutaban mucho más en las sesiones de grabación donde podían hacer música, escucharse, improvisar. Su último concierto al aire libre fue en la azotea de su compañía de discos en Londres. Más adelante llegarían las derivas musicales personalizadas, las desavenencias y rivalidades, la muerte de John... Eso ya no lo vemos, aunque lo que se nos muestra está estupendamente montado, con un ritmo trepidante, trufado de entrevistas a John Savage, Sigourney Weaer , Woopi Goldberg, que ponen carne y alma a través de su propia experiencia, además de las que hacen al periodista estadounidense que los acompañó en su gira. Cuando ya han pasado los títulos de crédito, queda todavía el concierto remasterizado del inmenso estadio del Seals Stadium, con lo que uno se va a casa con la banda sonora en la cabeza.


Que la peli empiece con el She loves you, me retrotrajo a mis primeros guateques de quinceañero. Soy un poco más joven que ellos, pero aún llegué a tiempo de bailar al ritmo que tocaban. Ahora sin embargo he disfrutado de otras cosas con más distancia. Y desde mi experiencia musical actual, he de reconocer que las armonizaciones de sus voces, su sentido del ritmo, en torno a pequeñas historias de amor, son estupendas. Se establece un parangón en el filme con Mozart que no sé si es demasiado exagerado, pero es cierto que fueron muchas las canciones excelentes que nos dieron en aquellos años. Supongo que la peli seguirá rodando por las rede o en streaming. Creo que había que verla rodeado de gente que respondía con comentarios y carcajadas a lo que sucedía en la pantalla.

José Manuel Mora.

P.S. By the way... ayer me tocó sesión infantil con mis sobris Pablo y Carmen y vimos El Principito. Curiosa la relectura. 


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