Viaggio in Italia, de Michel de Montaigne

 Cuaderno de bitácora

Los libros, y según qué libros, pueden llegar a nuestras manos de manera inusitada. Y así nos encontramos con algo que no habíamos previsto. Mi hermano Vicente viajó a Roma y de recuerdo se presentó con algo que la poderosa Feltrinelli había sacado en cuidadísima edición, casi crítica, me atrevería a decir. El problema es que, lógicamente, lo compró en italiano. Mis conocimientos de ese idioma son bastante básicos. Lo poco que sabía lo aprendí con las canciones del Festival de S. Remo cuando tenía dieciocho años. Es cierto que he profundizado algo más gracias a la mia professoressa, Brunella Patanè, durante los breves cursos de la Universidad Permanente de Alicante. Pero como para atreverme con un tocho de 320 págs. no pensaba que  pudiera. Mi hermano me animó y me di cuenta de que me era posible seguir el hilo, aunque lleno de lagunas semánticas, de tantas palabras cuyo significado desconocía, pero al que el contexto facilitaba. Y he aquí que he terminado mi segundo libro en italiano. El primero fue un poemario de Ungaretti, pero era en edición bilingüe, lo que ayudaba lo suyo: Vita d'un uomo, allá por el año 1977, en mis tiempos de Tudela de Duero. Lo de ahora ha sido una hazaña. MONTAIGNE, MICHEL. Viaggio in Italia. Milano: RCS Libri, BUR Classici, 2015. Y con el ítulo original: Journal de Voyage en Italie par la Suisse et l'Alemagne en 1580 et 1581. Introducción de Giovanni Greco (Universidad de Bologna), y traducción y notas de Ettore Camesasca. Estas dos últimas precisiones son importantes porque convierten el libro en casi una trabajo de investigación, en el que el traductor ha intentado, y creo que conseguido, dar a la versión italiana un cierto aire renacentista en términos y giros que supongo ya en desuso actualmente. Se acompaña de un par de mapas esquemáticos que ayudan a seguir el itinerario del francés. 


El Señor de la Montaña, Michel Eyquem, latifundista y productor de vinos, nació en el castillo que lleva su nombre, cerca de Libourne en 1533 y murió en 1592. Es el típico hombre renacentista, filósofo, político, profundo pensador, creador de un género literario nuevo que acanzaría luego enorme trascendencia con su obra Les Essais (1572 y ss.), literalmente "ensayos", puesto que se trata de un conjunto de pensamientos y reflexiones sobre Historia, otros de carácter autobiográfico con una profundidad psicológica enorme. He de confesar que compré la edición española que sacó Acantilado, cuidadísima, como suele, y que empecé a leerla. No fui suficientemente constante. La acumulación de precisiones literarias, filosóficas, históricas, era tal que me pudo y lo dejé. Mea culpa. Tal vez lo retome en otro momento. De noble cuna, curioso como buen hombre de letras, decide emprender lo que desde Goethe se conoce como Le grand tour, y que todos los que se lo pudieron permitir emprendieron durante el siglo XIX y principios del XX, franceses, alemanes, británicos... Él tenía cuarenta y siete cuando lo inició y dedicó casi un año y dos meses a realizarlo, a razón de siete u ocho horas di cavallo a giornata (pág. 305). Teniendo en cuenta el estado de los caminos de la época y que a pesar de estar en la plenitud padecía enormemente de los riñones, se puede decir que se embarcó en una auténtica aventura. Su viaje no lo contrató con Club Meditaranée precisamente. La excusa fue "tomar las aguas" allá donde las fuentes termales eran conocidas por sus beneficios, aunque él lo hizo con bastante escepticismo, a tenor de lo que cuenta.


Un hombre de su cultura, con conocimientos de latín como lengua madre (aunque la suya fuera de origen hebraico-español, por lo que supongo que también dominaba nuestro idioma), debió de tener pocos problemas para intentar desenvolverse en la lengua del Dante. Mediado el viaje confiesa que hacía sus pinitos en toscano. Es cierto que en la época el español y el francés eran poco menos que linguae francae, como hoy pueda serlo el inglés. Ello le permitía relacionarse con los dueños de las locande donde tenía que detenerse a dormir y comer, y también para tratar con tanto gentil'uomo como se fue encontrando. Estamos ante una guía de viaje avant la lettre, o dicho de otro modo, un cuaderno de bitácora que el escritor no pensó publicar y que escribió parcialmente ayudado por un familiar desconocido. Sé lo duro que es viajar y encontrar tiempo para escribir a pesar del cansancio. Llevo treinta años redactando bitácoras de mis viajes para que no caiga en el olvido mío lo vivido. Disfrutaba de la jornada a caballo y va dando cuenta de todo lo que ve, lo que lo sorpende, lo que compara con lo que conoce, lo que critica por no ajustarse a sus principios religiosos o morales. Gustaba tanto del viaje que ello mismo aliviaba sus dolores nefríticos, a lo que seguramente ayudaba su estoicismo. En vez de quejarse de no encontrar aquello a lo que está acostumbrado, tanto en alojamiento como en comida, sabe adaptarse a lo que encuentra. Su epicureísmo le hacía disfrutar de todo aquello con lo que se topa de gozoso. Además los preparaba a conciencia y, no habiendo internet, llevaba en las alforjas libros y mapas que hacían referencia a los lugares que pensaba visitar.


El contraste entre Alemania y Suiza, con la más larga estadía en Italia, es demoledor para esta última, en albergues, limpieza, belleza de las mujeres, honestidad, bienestar, edificios... Es cierto que luego suaviza su valoración de Florencia, de Roma, de Lucca, de Pisa..., pero hay que decir que su ojo es siempre crítico; de los alemanes dice: "Sono pieni di sé, collerici e ubbriaconi; mai però [...] traditori né ladri (pág. 150). Tradicionalista y moderno, cosmopolita y católico con un punto de escepticismo, no tiene empacho en entrar en las iglesias reformadas y estar atento al modo de comportarse de la feligresía, a sus cánticos, a la desnudez de sus paredes en Innsbruck... Visita una biblioteca pública en Basilea (¡hablamos del s. XVI!) y se admira de todo el saber que alberga. Le llama la atención la presencia de las estufas recubiertas de porcelana, lo conveniente de los cobertores de pluma para el frío que hace, los vinos blancos que sirven, distintos de los bordeleses, pero que sabe apreciar. El paso desde Suiza a Italia a través de los Alpes, hasta Trento, lo realiza con bastante facilidad , es cierto que lo hace en octubre, sin nieve. Cuando llega a Verona exclama ante la Arena: "il più bell'edificio da lui veduto in vita sua" (pág. 198) [Este uso de la tercera persona para referirse al escritor puede deberse al ayudante que redactaba]. Asiste a un culto hebraico en su sinagoga y se sorprende de que los asistentes se dediquen a charlar, como por otra parte observa en iglesias católicas "chiaccheravano nel bel mezzo della chiesa, il capo coperto" (pág. 196). No se fija sólo en las fuentes, plazas, iglesias de las ciudades que visita, también los arsenales, las escuelas de esgrima, los palacios y jardines. Describe los paisajes que atraviesa y da cuenta de la orografía y los cultivos que en cada lugar encuentra. De Ferrara, de Bologna, admira sus "portici ininterrotti [...] che constituiscono una grande comodità per poter passeggiare, con qualunque tempo, al coperto e senza fango" (pág. 212).

Naturalmente cuando llega a Roma, donde coincide con la celebración de la Semana Santa y la Pascua, se asombra de "una corte così grande e affollata di prelati e di altri ecclesiastici [...] una città tutta corte e nobiltà: ciascuno partecipa come può all'ozio ecclesiastico" (págs. 232 y 264), entre los cuales juzga con espíritu crítico el poder de los jesuitas. Asiste a una audiencia papal, pero me llama más la atención que presencia un exorcismo en el que "il prete proferiva parole terribili contro il diavolo, inggiurava a l'ndemoniato dandogli da gran pugni e sputandogli in viso". Así mismo presencia una circuncisión en la sinagoga, la que describe con todo lujo de detalles. Y lo que me llama más la atención, su visita a la Biblioteca Vaticana que, aunque no estaba en el lugar actual, ya contenía más de 22.000 volúmenes y permitía el acceso de los interesados en realizar consultas. Narra sin escandalizarse la boda entre hombres que le cuentan que tenía lugar en S. Giovani in Porta Latina unos años antes: "alcuni portoghesi s'eran riuniti in una curiosa confraternita, e durante la messa si  sposavano uomini con uomini, attenendosi alle stesse cerimonie che usiamo noi per le nozze [...] poi dormivano e abitavano assieme. [La cosa, claro, no podía acabar bien]. Otto o nove portoghesi di quella bella confraternita finirono bruciati" (pág. 266). Obsérvese de paso el adjetivo que usa, no sé si en tono irónico.

 No todo es un camino de rosas. Montaigne pone de manifiesto su miedo a los bandidos, que en Italia eran abundantes en calzadas y ciudades (era conveniente dejar la bolsa a los banqueros de la ciudad al llegar, para que la guardasen), donde asaltaban a viajeros no prevenidos. Cuando los capturaban eran severamente castigados y antes de matarlos los descuartizaban y atormentaban, lo que horroriza a D. Miguel. "Tutto quello che va al di là della semplice morte , mi sembra pura crudeltà. Se sorprende, pero no juzga, de la libertad con la que se muestran prostitutas y cortesanas en la calle o desde las ventanas, puesto que se considera que prestan un servicio social. Compara su aspecto, vestido y cabellos, con las de su país y parece disgustado, por no ajustarse a sus cánones de belleza. Participa en bailes cortesanos y pastoriles con buen ánimo. Al final de su viaje Montaigne demuestra que sabe defender su soledad interior y se valora por su curiosidad: "viaggiare è leggere nel gran libro del mondo".   Me parece genial la conclusión: "Qui non sono a casa, sono in viaggio, non so da dove vengo né dove vado. Che cosa possiedo, che cosa mi rimane? Me stesso". Me parece un claro ejemplo del Humanismo de la época. 

P.S. Gracias a quienes desde su idioma me han hecho amar su país, donde me encuentro como en casa: Onorina di Gaetano y Emy del Fante, mis primeras romanas. Lorenzo Lanzoni y Roberta Siliprandi, de la Emilia-Romagna con los que mantengo relación desde los tiempos de Bali donde los conocí, hace más de veinte años. Brunella Patané, espléndida profesora. Valeriano Venneri enamorado del arte. Maurilio Bianchi a través de quien conocí a  Rocco Ressa, con quien he sabido lo que es la hospitalidad de la Puglia. Fabiola Tessei y Michele Parotta, alumnos de español y profesores de italiano. Seguro que me dejo alguno. Sin todos ellos no hubiera podido leer esta maravilla del Señor de la Montaña. Vale.

José Manuel Mora.







 






Comentarios

Oscar Durántez Romero ha dicho que…
Muchas gracias por tu aportación sobre el viaje de Montaigne...solo que yo, no conocedor del italiano me he perdido matices en mi intento de traducción de las frases que reproduces en esa lengua. Llevo dos meses enfrascado en 'este señor' y me está proporcionando un disfrute indescriptible. Quizás un día reproduzca su viaje con el libro en la mano!! Salud, Oscar
MBAD ha dicho que…
No sé desde dónde escribes. Me alegro de que te haya gustado. Para eso escribo, para animar a leer.
Un saludo desde España.