Fuocoammare (Fuego en el mar), de Gianfranco Rosi

 El cementerio marino

 Hacía añísimos que no iba al cine a la última sesión por miedo a dormirme. Los hábitos televisivos hogareños tienen efectos secundarios. Sin embargo anoche rompí con esa regla autoimpuesta, ya que quería ver el documental en V.O. y ese era el único pase. Dos espectadores en una sala enome (¿fin del cine tal como lo conocíamos?...). Sufrí una pequeña decepción ya que, al estar rodada en el sur, el idioma de los personajes era el dialecto siciliano y me resultaba prácticamente imposible entender nada. Las personas cultas, médico, locutor, hablaban un italiano estándar más comprensible. Menos mal que era subtitulado. Fuocoammare, en su título original (Fuego en el mar, precioso oxímoron), venía promocionado con un Oso de Oro de la Berlinale, que ese año presidió Meryl Streep. Y por casualidad, dos días antes el programa Salvados, de J. Évole, abría temporada con un documental con la misma temática: Astral, que parece tuvo una gran repercusión en cines y luego en su pase por televisión. Hay sin embargo diferencias.


 No conocía nada de Gianfranco Rosi, director, guionista, al parecer especializado en documentales. Sacro GRA en 2013 ganó el León de Oro en Venecia. De modo que no parece que sea un indocumentado. La cinta arranca en alto: una petición de socorro en medio de la oscuridad del mar y de la noche. We're sinking! Y la petición repetida de los posibles salvadores reclamando las coordenadas de ubicación de la embarcación que se está hundiendo. Al día siguiente la radio en la pequeña isla de Lampedusa, al sur de Sicilia, retrasmite la cifra de muertos en el naufragio. Unos más entre los 1600 rescatados muertos entre enero y abril de 2015, en ese inmenso cimétière marin en que se está conviertiendo el Mediterráneo, que no en balde se llama así por estar entre dos tierras, las del sur del horror y las del norte de la abundancia. Y durante el resto del filme se alternan escenas de salvamento en el mar por parte de la Guardia Costera, con las de la cotidianeidad de una isla en invierno, que en algún momento me trajo a la cabeza a Tabarca. Una abuela que cocina, un chaval, Samuele, de familia de pesacadores, que se prepara una buena honda para cazar pájaros, un locutor que pone música solicitada por los oyentes (única banda sonora; el resto sólo tiene los sonidos ambientales), un médico que igual pasa consulta (genial la escena en la que el niño se autodiagnostica ante el doctor una crisis de ansiedad), que tiene que supervisar la llegada de los cuerpos muertos...


Y, entrelazadas con todas estas escenas de cotianeidad, las dramáticas de los rescates de las lanchas, tanto da si son de madera con sentinas repletas de muertos, como si son bañeras hinchables sobrecargadas hasta el extremo, para que los traficantes de seres humanos obtengan mayores beneficios, aun a riesgo de las vidas de los que se embarcan en ellas. Cuál no será el horror del que huyen todas estas personas, que lo hacen sin saber nadar (aunque en medio del mar no sirva de nada a las pocas horas), con lo puesto (es decir sin nada), pero con la idea fija de un futuro mejor y el miedo en los ojos tras haber pasado por la guerra y la miseria primigenias, la explotación, las violaciones, la sed y el hambre del desierto. Ya en tierra firme uno de ellos exclama "No hay caminos en el mar", mientras sus compañeros cantan una melodía lastimera que se va convirtiendo en grito. Y aquí comienzan las diferencias con el documental de Évole: éste se demora en la transformación meritoria de un yate de lujo en un barco de salvamento de una oenegé y en la filmación de unas cuantas escenas en las que se ve cómo la gente desesperada se lanza al agua para que los suban al barco salvador, poniendo así en peligro su vida (precioso el detalle en el que un niño ofrece la mitad de un chicle a su salvador), mientras se espera al traslado de barcos de guerra de las fuerzas armadas de los países ribereños. Y no es poca cosa.


El documental de Risi en cambio, los sigue hasta tierra firme en los botes cubiertos con pásticos para que no se mojen más: los primeros auxilios, las fotos para una posible identificación de personas de mirada extraviada; las escenas en el centro de acogida donde se prepara un partidillo entre jugadores de países diferentes; la entrevista espeluznante a una madre en estupendo francés, que dice saber a todo lo que se exponía, pero que está convencida de que logrará un futuro mejor para su bebé; la dramática escena del llanto de una mujer que sabe que nadie más subirá a bordo y que acabará relajándose al echarse una botella de agua por la cabeza; la sonrisa confiada de un muchacho, convencido de que se le abren un sinfín de oportunidades en Europa. Y los que son subidos a bordo en sacos mortuorios por los que ya no se puede hacer nada, salvo preservar muestras de ADN para una posible y futura identificación.


Hay quienes han criticado a Rosi por su posible amarillismo en el desarrollo de su documental. Yo creo que hay realismo necesario, ante la impasibilidad con que los países de la UE se están tomando el problema. Parece que hayan dejado sola a Italia y a Grecia en el trabajo de contención y recogida de recién llegados, huidos de guerras y hambrunas y protegidos teóricamente por las convenciones intrnacionales. España parece haber logrado frenar algo el flujo imparable con las vergonzantes vallas de Ceuta y Melilla. La presión viene ahora sobre todo desde las costas de Libia, donde se concentran los traficantes de personas. ¿Qué será de ellas luego, una vez llegadas a los países "de acogida"? ¿Qué podemos hacer los espectadores de esta interminable tragedia? La colaboración solidaria con las oenegés es una decisión personal. La exigencia a nuestros gobiernos para que destinen mayores fondos a los países de origen ha de ser constante (para lo cual es imprescindible elegirlos bien y no corruptos o xénofobos y racistas). El flujo es imparable, como lo ha sido en otras épocas de la humanidad. No se detendrán. Se llama instinto de supervivencia. En Calabria, de momento, están siendo recibidos en pequeñas localidades a punto de despoblarse y ayudan en la reconstrucción de localidades que se venían abajo. La UE tendrá, tiene ya, un problema grave de natalidad insuficiente. Toda esta gente joven que llega podría revitalizar la decadente Europa. Algo hay que hacer, desde luego. Y pronto. 

José Manuel Mora.

P.S. Noticia de hoy (20 / 10 / 2016): "La Guardia Costera ha salvado la vida a 700.000 personas desde 1991 [...] Italia dedica grandes recursos a los naufragios". Apud  El País. Pues eso.





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