El ciudadano ilustre, de Mariano Cohn y Gastón Duprat

"Pa' la mierda..."

Alertado por un comentario crítico y por la opinión de mi hermano, cinéfilo capitalino impenitente, decidí ir al cine, a pesar de lo cuesta arriba que se me va haciendo el que sea de noche. El Día del Espectador tenía la sala con media entrada, cosa poco frecuente en las primeras sesiones, donde suelo estar solo. Al final se escucharon incluso tímidos aplausos, lo que no es nada habitual, más entre un público entradito en años. 


Se trata de una producción argentina, y es muy buen cine el que últimamente nos llega de allí. Sin embargo no tenía idea de su director y sólo ahora que lo he buscado en la Wiki, he descubierto que se trata en realidad de un tándem, de que quien ya había visto una cinta que me sorprendió por lo novedoso y radical de su propuesta, El hombre de al lado (2009). Mariano Cohn y Gastón Duprat parece que llevan tiempo dirigiendo a cuatro manos (aparecen incluso juntos en la entrada de la Wiki), tienen su propia productora y trabajan a partir de guiones escritos por Andrés Duprat, hermano del segundo, como en este caso: El ciudadano ilustre


Me da la sensación de que entre argentinos ilustrados, que no ilustres, y medianamente inteligentes, es moneda de uso común ser hipercríticos con su propio país. Sucede en cine y en literatura, al menos por lo que yo conozco. La concesión del Nobel (impagable el discurso de recepción del premio) a un escritor "del lado de acá", que diría otro argentino de talento, Cortázar, y que salió de su pueblo con veinte años y nunca regresó, va a posibilitar a los creadores del filme hacer un buen repaso de esa sociedad pequeña, alejada de cualquier parte (Salas está a 700 kms. al sur de Bs.As.), a la que el novelista vuelve, aunque ciertamente nunca se haya ido del todo, puesto que en toda su obra siguen latiendo ambientes y personajes por muy atrás que hayan quedado en su vida. Pero, como señala el cartel anunciador, "nadie es profeta en su tierra". Y el escritor, gran misántropo, cae en la trampa de la nostalgia y decide volver a su pueblo, cuatro casas con calles polvorientas, un jardincito mísero, un centro cultural y las consabidas figuras "importantes" en cualquier comunidad pequeña: el alcalde, el potentado, la antigua novia, todos se dan cita en la recepción y agasajo del "ilustre", reina de la belleza incluida. 


Un concurso pictórico entre los habitantes del pueblo, del que el escritor será jurado, acaba siendo el detonante de uno de los conflictos de la cinta. Parece que es suficiente para que cada quien en la comunidad intente pasar factura al antiguo convecino: el que cree que su padre es un personaje de una de las novelas, quien exige una silla de 10.000$ para un hijo impedido, la muchachita que ve la posibilidad de escapar... La sátira es desternillante, aunque cargada de mala uva. De ella no se libra ni siquiera el personaje protagonista, que se ve siendo el centro de atención de una localidad donde nunca pasa nada y que es seguido con los móviles en ristre por sus conciudadanos. El único que parece librarse de esa visión ácida es el recepcionista del hotel, un muchacho con ansias de escritor, pero que sabe cuál es su lugar en el organigrama. Los cuatro días que el novelista se proponía pasar en el pueblo se acaban convirtiendo en una auténtica pesadilla. De ilustre a perseguido, tendrá que salir "por patas", que dicen allá. El mundo que él había creado en sus libros dista mucho del que la realidad le presenta. No sé qué tal habrá sentado entre los argentinos de pro, tan convencidos ellos de ser la cabeza de puente entre Europa y América. Los actores tienen bastante que ver con el éxito de la peli, Espiga de Plata en la Seminci por ejemplo. Oscar Martínez  (sic, sin tilde), parece ser una institución en su país. Yo lo había visto en uno de los Relatos salvajes de Szifron, haciendo la vergonzosa propuesta al jardinero para salvar a su hijo. Aquí el actor es el personaje, lo incorpora, lo vive, parece él mismo. Su hartura del mundo, su sensación de acabamiento, su reencuentro con el pasado, todo está vivido con hondura y verdad, a base de numerosos primeros planos. Logró el León de Oro al mejor actor en Venecia, creo que con toda justicia.


No quiero olvidarme de un descubrimiento, Dady Brieva, cómico conocidísimo allí, que aquí hace un papel en el que puede pasar del compadreo más absoluto, a ser un auténtico peligro. La escena en el karaoke-puticlub del pueblo es inolvidable. Dejo aquí la foto como muestra. Toda una ducha fría, en fin, para una sociedad con ínfulas, a la que se le llena la boca con palabras altisonantes, y que resulta ser miserable y de bajos instintos. Humor inteligente y vitriólico. Un último apunte: es un gusto escuchar la variante argentina del español sin las rehiladas porteñas, tan del gusto de los capitalinos.  
 
José Manuel Mora.



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