Bouvard y Pécuchet, de Gustave Flaubert

 Dos tontos muy tontos

He aquí de nuevo otra de mis incontables lagunas (casi como las de Ruidera) que he decidido rellenar. Venía precedida del prestigio de su autor y de los elogios de quienes la consideran una obra capital de la narrativa del XIX. Vargas LLosa, experto en el escritor francés, sobre quien publicó un trabajo casi definitivo, La orgía perpetua, había logrado encender la llamita de mi curiosidad. Mi sorpresa fue encontrar una edición cuidada en formato de bolsillo. FLAUBERT, GUSTAVE. Bouvard y Pécuchet. Barcelona: Penguin Clásicos, 2015; ed. de Jordi LLovet, cuidadísima, con un prólogo de su mano espléndido. La traducción de José R. Monreal, parece que especialista, ha tenido alguna elección de términos de eco catalán: "ringlera", "pichel", "todo le iba bien" por "le vaía" o "le parecía bien"; o el calco "de tiempo en tiempo", en lugar de "de vez en cuando. Cosa de poco para lo esmerado de la edición, que incluye la primera parte de "la novela" y una segunda, "la copia", subtitulada acertadamente como "estupidario"; todo se completa con apéndices y notas hasta llegar a las 744 págs. 


Ya comenté aquí La Señora Bovary en 2012 y dejé claro todo el disfrute que me proporcionó. La presente se publicó póstuma por la sobrina del escritor en 1881. Flaubert (1821-1880) era un buen burgués, de buena familia burguesa de la ciudad de Ruán. Comento esto porque los personajes de la presente son dignos representantes de esa clase social a la que despreciaba profundamente. Ello le permitió vivir sin agobios económicos, dedicado a la tarea de escribir. En sus cartas a Georges Sand, amiga suya, y a su sobrina, habla de lo que se propone y de los 1.500 libros que tuvo que leerse para poder incorporarlos al corpus de su obra como material integrante del mismo convertido en literatura. Los protagonistas, dos varones en la cuarentena de aspecto y carácter opuestos, de profesión copistas, se conocen y descubren sus afinidades, "sentían un placer nuevo, una especie de expansividad, un cariño creciente" (pág. 56). Una herencia inesperada recibida por Bouvard les proporciona la libertad para dejar sus trabajos y marcharse a Normandía para vivir en el campo con ánimo de experimentar en las catividades agrícolas, lo que exige una inversión importante. El fracaso es espectacular. Pronto descubro, como lector no avisado (no haía leído nada que me preparara para lo que tenía entre manos), que ese fracaso se irá produciendo en cada una de las tentivas que se propongan. Hasta una vieja criada es capaz de valorar sus intentos: "Una estupidez más de las suyas" (pág.119). Ellos mismos se preguntan a veces la finalidad de lo que emprenden y se responden "Tal vez no tiene ningún fin" (pág.130), lo que empieza a abocarlos al absurdo. Química, anatomía, psicología, astronomía, geología, paleontología, muchos de estos saberes "iban en contra de las ideas corrientes, la autoridad de la Iglesia" (pág. 144), lo que los enfrenta a las fuerzas vivas del pueblecito en el que viven, microcosmos represntativo de la sociedad francesa de la época.


He dejado esta otra cubierta del mismo libro en otra edición, porque me parece muy representativa de los dos personajes. De un escrutinio entre un fondo bibliotecario de literatura se produce una crítica por parte del escritor, al modo en que Cervantes hace en el Quijote por medio del barbero y el cura. La dualidad de los protagonistas tiene algo que ver con las criaturas cervantinas, aunque no parece haber ni rastro del afecto que el de Alcalá siente por sus criaturas. Se vuelcan sobre los estudios de Historia, lo que da pie al de Ruán para efectuar un repaso crítico sobre los que ocuparon el poder desde Napoleón. Lanza invectivas sobre el sufragio universal y el absurdo de poner el gobierno en manos de la masa, siempre estúpida, según él, con m otivo de la Revolución del 48. Tal vez por lo infructuoso de sus tentativas se van haciendo conscientes de "el tedio de la vida" (pág.237) lo que los llevará a un intento de suicidio. Siguen con la gimnasia, el magnetismo, la filosofía, hasta llegar a una crisis religiosa que los enfrenta naturalmente con el cura. De ahí a la mística y a la pedagogía para poder educar a dos huérfanos que recogen en su casa, con resultados funestos, claro. Flaubert hace gala de su desprecio descomunal por la estupidez humana en general y masacra sin contemplaciones los pequeños ideales burgueses de su tiempo, su banalidad y su fariseísmo. Todo es relativo, lo que encierra un punto de subversión frente a lo recibido.   


La obra resultó fuente de atracción para el iconoclasta de Unamuno. También Kafka y Benjamin la tuvieron como libro de cabecera. Yo he de reconocer el esfuerzo ímprobo que hubo de suponerle a Flaubert la preparación del texto mediante la lectura de todo aquello sobre lo que se proponía ironizar y que cita (las notas finales sitúan perfectamente textos y autores). Deja casi de lado cualquier floritura estilística; es otra cosa lo que le interesa, lo que no es óbice para que de repente hable de "un agua color de tinta" (pág. 53); pinte el interior de una cueva como "una profunda gruta, resonante, luminosa, parecida a una iglesia, con columnas de arriba a abajo y un alfombra de algas marinas a todo lo largo de las losas del suelo" (pág. 140), o describa a dos personajes con esta economía de medios: "el hombre tenía la frente estrecha, fina la nariz, la mirada huidiza y los hombros robustos. La mujer era muy rubia, con las mejillas pecosas, y ese aire de simpleza que tienen los villanos en las vidrieras de las iglesias" (pág. 74). El sabio uso del estilo indirecto libre le hace volar sobre las opiniones de unos y otros. Et pourtant... Me ha provocado una irritación profunda, porque estaba claro desde el principio que la figura retórica predominante iba a ser la acumulatio a fin de conseguir la intensio. Y a fuer que lo logra. No había crescendo dramático; los personajes aparecen retratados de una vez. He estado a punto de abandonar la lectura en múltiples ocasiones y he desistido, he de confesarlo, de adentrarme en el "estupidario". No quería seguir enrabietado. En el mundo de la lectura, y en el de los libros en particular, es fundamental el sentirse atrapado. Yo he permanecido fuera, como un alumno aplicado que debe concluir su tarea. No todo nos gusta por igual. Lo que tengo ahora entre manos me ha atrapado desde el principio: Tú no eres como otras madres. Ya contaré.

José Manuel Mora.

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