En la orilla, de R. Chirbes; representación teatral

Pútrido

Suelo redactar estas notas en caliente, más cuando se trata de una representación teatral o una peli, para salvar la impronta que deja en mí lo visto. No ha podido ser así en esta ocasión y escribo una semana después de la representación. El autor en el que se basaba la puesta es de los que he ido conociendo a destiempo y con gusto. Había leído el original en formato novela allá por 2013 (hay recensión en estas páginas) y sabía que iría a ver la función en el único pase en nuestra ciudad, Alicante, donde se estrenaba antes de empezar la gira. ¿Cómo citarla? ¿Con el nombre del novelista? Me he inclinado al final por el de quienes han realizado la adaptación teatral. FERNÁNDEZ, ADOLFO; SOLO, ÁNGEL. En la orilla, a partir de la novela homónima de Rafael Chirbes. La dirección corre a cargo también del primero de los citados. Cualquiera de las ciudades de nuestro maltratado territorio hubiera sido adecuada para su estreno. Aunque la enfermedad se extendiera por el resto de las tierras peninsulares con iguales o parecidos efectos, es verdad que por aquí hicimos gala de ella y encumbramos social y políticamente a los causantes del destrozo a base de votarlos de forma ininterrumpida.


Cuando uno lee un libro, forja en su mente la imagen de sus personajes a partir de las descripciones que en él se nos proporcionan, lo mismo con los paisajes que muestran y que en este caso se corresponden con el marjal (terreno pantanoso, marisma, humedal con abundante carrizo donde se puede cazar y pescar, que ha acabado convertido en vertedero y que Chirbes conocía bien: ¿La Marina Alta?, ¿La Valldigna?, ¿Pego? Seguramente lo que veía desde su casa de Beniarbeig) en el que al inicio, tanto de la narración como de la representación, aparece un cadáver descuartizado, que encuentran dos magrebíes, de los llegados en busca de trabajo y una vida mejor y que pasan el día pescando. Esos terrenos han sido en muchas ocasiones colmatados para poder construir en ellos, en ese afán de alicatar hasta el techo que cundió por aquí (no hay más que seguir la carretera de la costa para observar el destrozo), hasta que la crisis hizo estallar, como en una enorme mascletà, la burbuja inmobiliaria y se llevó por delante bienes y personas, dejando a tantos con las vergüenzas al aire. Es el caso del protagonista, Esteban, carpintero que heredó el negocio de su padre, represaliado en la posguerra por ser de los de "la cáscara amarga", y de quien ahora, postrado en silla de ruedas, se hace cargo, aunque quien lo cuide sea en realidad una inmigrante colombiana. La necesidad de cerrarlo y despedir a sus trabajadores a causa de un inminente embargo será una de las consecuencias inesperadas de la crisis, tras haber intentado medrar asociándose con quien no debía. Se trata de una víctima a la vez que de un verdugo. Los otros dos personajes son el especulador inmobiliario y el antiguo hippy reconvertido en comentarista culinario de altos vuelos.  Y un tercer personaje que aparece sólo al final: Leonor, antigua amante de Esteban y luego casada con el constructor.


Como en la novela, no hay una auténtica progresión dramática, puesto que la situación está empantanada, nunca mejor dicho, aunque bien es cierto que la tensión entre los personajes estará a punto de estallar en el momento de máxima confrontación. Hay elementos que se van acumulando y que nos van dando a conocer cada vez mejor a los distintos personajes. Algunos actores representan varios papeles con soltura y diferenciación. Ha tenido que ser dificilísimo para el adaptador seleccionar con qué materiales quedarse para levantar la función, pero lo ha conseguido plenamente a pesar de un único espacio escénico de E. Valenzuela: unas tablas como de embarcadero, que se convertirán en una mesa de restaurante, o en un refugio de caza, la casa del viejo o la orilla del marjal. Todo muy funcional y bien servido por una iluminación acertada, con proyecciones en el fondo del diorama muy adecuadas, incluida la imagen de Chirbes, que aparece al final de la representación.


Otro de los atractivos de la función para mí estribaba en la actuación de César Sarachu como Esteban, que tanto me gustó en Reikiavik, también comentada aquí. Tal vez tenía yo otra imagen del personaje en mi cabeza, tal vez me dio la impresión de que el estreno lo traicionó. Por momentos me pareció monocorde; en otros casos dio con el punto exacto de angustia y de dramatismo. Seguramente el rodaje de la gira acabará por redondear la representación. Es cierto que la riqueza de voces en la novela la convertía en un laberinto tan intrincado como el del marjal y que conocer la trama me privaba de la sorpresa en la representación; por ello, y por comparación, salía ganando la primera. No le sucederá seguramente a quienes se enfrenten con la obra por primera vez. A los espectadores alicantinos ya no les sirve el comentario que acabo de pergeñar, que diría mi padre. Sin embargo a mí me ayudará a recordar que  fui a un teatro lleno por completo, lo que es una alegría, con la gente puesta en pie al final, bravos incluidos. Gran acierto y logro de Paco Sanguino en este segundo semestre. Ya tengo la entrada para el otro gran bombazo en abril, Incendios, de Wajdi Mouwad. Ya contaré.

José Manuel Mora.










Comentarios

Unknown ha dicho que…
Soy seguidora incondicional de tu blog compañero😘😘