The Wire, de David Simon

 Droga dura

No sé ni cómo he podido reengancharme. Vi la primera temporada hace un par de años y no pude conseguir las siguientes. Felizmente mi distribuidor de contenidos ha decidido incluir en su oferta el paquete HBO, lo que me ha permitido recuperarla completa, con posibilidad de escucharla en VOS, aunque he de confesar que los diálogos eran tan rápidos que no permitían la posibilidad de leer los subtítulos completos. Y así volví a la descafeinada e impostada versión doblada. Traducir el argot es una de las cosas más difíciles, por no decir imposibles, que existen. Cuanto más cerrado es el ambiente del que parte el habla jergal, más difícil es su trasposición a otro idioma, con jergas diferentes y con hampas distintas. Acepté pues que traduttore, traditori y decidí darme un atracón, eso que los modernos llaman maratón visual. The Wire (Bajo escucha), con idea original y producción de David Simon, autor de alguno de los guiones, además. Es una obra sin duda coral, pues múltiples son también los directores que se han hecho responsables de los diferentes capítulos. Ni siquiera cada temporada, de las cinco de que consta completa, estaba al cargo de uno sólo. Y sin embargo llama la atención la coherencia del conjunto. No sé si tiene demasiado sentido escribir ahora estas líneas cuando su emisión se produjo entre 2002 y 2008 y ha provocado ¿ríos de tinta? (¿cómo decirlo ahora, en plena época de los bites?). Creo a pesar de todo que tiene tufo a clásico y que seguirá hablando a las generaciones venideras. Así pues, a ello, aunque sólo sea para dejar constancia de que fui testigo y de que me dejó honda huella.


He de citar a mi antigua alumna Mª José Zapata, pues fue la que me habló de la serie como de algo adictivo. Y a fuer que lo ha sido. Dos, tres y hasta cuatro capítulos por jornada. Y eso que, como creo que ya he dicho alguna vez, el mundo de las drogas me es absolutamente ajeno. No lo he vivido ni de refilón y por lo tanto me parece incomprensible, aunque sí que pueda entender los móviles de quienes viven inmersos en él. Me parece tan oscuro, tan sin salida, tan destructivo, que es un género que trato de evitar, tanto en cine como en literatura.Y sin embargo... Probablemente se deba a que no es, o no sólo, una serie sobre la droga, los cárteles que la mueven y sus peleas por controlar el mercado, sino también sobre la mafia sindical portuaria, los problemas de la educación en colegios deprimidos, el papel de la prensa en nuestra sociedad, los conflictos en la propia policía por conseguir ascensos y cotas de poder, y asociado a todo ello, nutriendo de fondos estas luchas, los cosntructores, los políticos, dispuestos siempre a comprar o a dejarse comprar para sobrevivir, para mejor dominar y así obtener mejor tajada. Todo ello sucede en Baltimore (léase Bolimor); no en la parte lustrosa, civilizada, sede de algunos de los campus universitarios más importantes del mundo, o de una fastuosa biblioteca municipal que visité. Se trata de ese submundo de casas degradadas, muchas de ellas cerradas y deshabitadas, en cuyas calles se trafica a la luz del día, en las que se juega al gato y al ratón con la policía y en la que los traficantes son a veces mucho más inteligentes que los polis. Una ciudad en la que hay una guerra no declarada que no parece terminar nunca y en la que sólo hay supervivientes.  
Es imposible sintetizar el contenido de la serie. Baste lo apuntado más arriba. Los créditos resultan adictivos, con cada una de las piezas musicales elegidas para acompañarlos (genial el de la temporada primera, Way Down in the Hole, de Tom Waits) y algunas de las imágenes que luego se verán. Las tramas están tan perfectamente trabadas como un encaje de filigrana. Nada se deja al azar en los diálogos ni en las secuencias. Cualquier detalle es significativo. Los personajes desaparecen porque los tirotean, o porque no resultan imprescindibles en los nuevos argumentos, aunque luego aparezcan de soslayo al final, como el inquietante griego de la segunda temporada, al que volvemos a ver en la última, cómo sigue controlando el mercado. El ritmo de la serie es a veces exasperantemente lento, como el de las propias investigaciones policiales en curso o la morosidad de la acción judicial. Pero es esa parsimonia la que ofrece cada perfil iluminado desde múltiples puntos de vista. En otros momentos todo se acelera y las balaceras inusitadas lo dejan a uno frío por lo imprevistas o absurdas. Muchas de ellas se producen sin motivos reales. Se trata de marcar el territorio, como los perros las esquinas. En ocasiones se llegan a desear esos disparos, para que los malvados acaben pagando tanto crimen de aspecto intrascendente. La vida no parece valer demasiado en esas calles. Y ello se aprende pronto, casi en la escuela. Los asesinos pueden ser niños de diez años, o chiquitas adolescentes, da igual. Todo el mundo es capaz de apretar un gatillo y no parece que se tenga en cuenta las posibles consecuencias. Siempre habrá un abogado que, si se le paga,  encuentre el recoveco legal para sacarlo a uno con la condicional, o lograr reducciones de pena. 


Al ser coral la serie, la multiplicidad de personajes la equipara a los grandes novelones decimonónicos. De hecho me parece que tiene bastante en común con Balzac o Dickens, a quien se cita directamente entre los periodistas que cubren los asesinatos en la última temporada, como modelo de escritura. Los ambientes degradados no pueden producir más que seres desconfiados, que todo lo apuestan a la fuerza y extrañamente a la "solidaridad" (curioso el cártel hecho piña, que se divide las zonas de influencia de la ciudad). Los policías no son santos, sino que además de buenos investigadores y azotes del delito, son puteros, alcohólicos (otro tipo de droga ya "legalizada" dentro de bolsas de papel de estraza), violentos en ocasiones, humanos, demasiado humanos para soportar las tentaciones, y otros capaces de ser consecuentes con sus convicciones, aunque eso les cueste su carrera. Los políticos están dispuestos, con tal de mantener el culo en la poltrona, a falsear estadísticas, ofrecer favores y puestos de responsabilidad, gestionar dinero negrísimo. Más fáciles para dibujarlos como estereotipos a base del atrezo o de los movimientos corporales tan imitables, entre los negratas hay personajes de una fuerza extraordinaria, por su inteligencia (Stringer Bell, cráneo privilegiado, que diría Valle), por su maldad intrínseca, por su crueldad gratuita, por su afán por salir del agujero (impresionante Bubbles) y recomponer su vida; personajes complejísimos en los que la violencia puede compaginarse con el tabú de la homosexualidad en un mundo tan homofóbico (genial Omar). HBO siempre ha sido rompedora y ha tratado ese asunto con visos de normalidad (recuerdo 6 Feets under o la archiconocida ahora Juego de tronos). No todo acaba bien, como en la vida misma. Que se lo digan al genial McNulty ("Cuando juegas sucio, acabas ensuciándote") o a Lester el informático y responsable de las escuchas. O al héroe de la pedagogía, Preszbaluski. Y no quería empezar a citar, pues son legión los que conforman el elenco de esta impresionante "comedia humana", de la que parece que se ha hecho un estudio antropológico. No hay juicios de valor. Esos corresponden al espectador.


Si imposible era citar la enorme lista de personajes, cómo elegir entre los estupendos intérpretes... Todos ellos están ajustadísimos. Algunos, al parecer, no son actores profesionales sino que han salido de las mismas calles en las que viven e interpretan. Uno de los que da unidad a las cinco temporadas es Dominic West. Su retrato final de McNulty en el velatorio ficticio lo retrata a la perfección. Lance Reddick compone un subcomisario tallado en piedra, firme en sus convicciones. Clarke Peters, siempre atento a las pantallas que recogen las llamadas, "a la escucha", aunque parezca estar siempre con sus trabajos manuales de miniaturas. Sonja Sohn, la mujer policía que no puede desmerecer a sus compañeros varones y que es eficiente y amante compañera de maternidad de su pareja femenina. En el otro lado del campo de batalla, Idris Elba, frío y elegante, calculador. Michael K. Williams, el individualista, estricto, honesto a su modo, Omar, de altura casi mítica para los habitantes del barrio y para cualquiera de los niños que trafican y sobreviven. Para qué seguir...



























Lo que me parece más fascinante de todo es que, una serie que terminó hace nueve años, parezca estar retratando el momento político español actual: al ver los telediarios estos últimos días, me vienen a la cabeza las escuchas, los registros policiales, los movimientos de dinero en bolsas de plástico, las mordidas y corruptelas, los intentos de ganar a fiscales y jueces para "la causa", las financiaciones ilegales de los partidos y los bolsillos llenos de las comisiones obtenidas por las recalificaciones o las grandes obras, la trata de personas. Falta sólo el componente de la droga, que aquí podría sustituirse por la burbuja inmobiliaria y por el trasvase de fondos a paraísos fiscales. De rabiosa actualidad, vamos. Un clásico, como dije al principio. Cine con mayúsculas.

José Manuel Mora.  


Comentarios

Patrik Zapata ha dicho que…
Algo que me gusta mucho con The Wire es su forma, la serie está narrada como u libro, capitulo tras capitulo. Talvez tengo que leer lo otra vez. Sobre tu recolección sobra traducción, me encanta este libro de Umberto Eco, sobre traducción: https://www.casadellibro.com/libro-decir-casi-lo-mismo-la-traduccion-como-experiencia/9788426415752/1176754 /p
MBAD ha dicho que…
Lo tendré en cuenta. Gracias.