Tú no eres como otras madres, de Angelika Schrobsdorff

 Ah, las madres...

Es bastante aleatoria la manera en que uno se decide por un libro o por otro, más en estos tiempos, en que me encuentro liberado de servidumbres académicas. No voy a decir que lea al buen tuntún, pero el viento sopla de dónde quiere y eso me lleva a elegir en una u otra dirección. En este caso una vagamente elogiosa crítica leída en el periódico hace ya tiempo (por lo que no recuerdo nada de ella), me llevó a anotar el título en la lista de "pendientes". Es cierto que la editorial, "de provincias" (lejos de los grandes cículos del poder editorial en Madrid o Barcelona), pequeña, y de "reciente" creación, apenas diez años de catálogo cuidado y con selecciones interesantes, además de una primorosa presentación, hace que me fíe del fajín ("Libro del año 2016" para los libreros de Madrid, con 20.000 ejemplares vendidos) y de la obra, de la que no conocía ni a la autora (de apellido impronunciable para un oído latino), ni el título, a pesar de que la escritora lo publicó en alemán ya en 1992. SCHROBSDORFF, ANGELIKA. Tú no eres como otras madres. Cáceres: Periférica & Errata Naturae, 2016, 1ª ed. (la que yo he leído hace ya la novena entre marzo y noviembre; buen ritmo), 587 págs. He de confesar que la fotografía de la cubierta también me resultó muy sugerente.   


Angelika Schrobsdorff (Friburgo, 1927 - Berlín 2016), como la protagonista, de quien es un trasunto, emigró con su madre a Sofía, para regresar a Alemania en 1947. Me entero por la solapa del libro que se casó con Claude Lanzmann, nombre que me sonaba por haber dirigido la película capital sobre el holocausto judío: Shoah. Acabó trasladándose a Israel en 1983, desde donde el libro está narrado: "Fue aquí, en Jerusalén..." (pág.126), tras vivir entre París y Múnich más de una década. Además de este título es autora de otras diez novelas y un par de libros de cuentos. Ha escrito siempre en alemán y es considerada una de las grandes de la literatura germana de la segunda mitad del siglo XX. Además de a nuestra lengua, ha sido traducida al inglés y al francés. Las ventas en su país son millonarias y se la considera ya un clásico. Aquí ha sido vertida por Richard Gross, que ha sido capaz, creo, de trasladar los giros afectivos, siempre difíciles de hacer llegar a un idioma diferente, por no existir equivalentes precisos. Veamos si es para tanto.


Ya el título nos pone ante una declaración de intenciones. La escritora parece dispuesta a retratar a su madre, Else, que nació en una familia de judíos  alemanes en 1893, aunque la abuela Minna, de origen sefardita, pretenderá educarla atendiendo a un plan: "No deberá ni podrá ser otra cosa que hembra y madre" (pág. 15). Sin embargo, tal vez lo esperable en este tipo de narraciones es que la escritora hilvane recuerdos para componer la figura de la madre. No es el caso. Las fuentes que la autora confiesa, sean éstas ciertas o no, son: el diario de bebé que la abuela Minna llevaba desde el nacimiento de la niña (cosa bastante frecuente en la época, al parecer; mi madre escribía uno, aunque la escuela, la casa y la crianza la hicieron desistir pronto y no conservo más que pocas notas iniciales; lástima); las cartas que Else adulta escribió a su amiga Ennie y a Fritz, su primer marido. Se completan con las que se cruzaron mútuamente su hijo Peter y ella, recuperadas a posteriori  ("Ennie me dio dos cajas de cartón con el legado escrito de mi madre y de mi hermano" pág. 80); y por último con un pretendido guión cinematográfico escrito por Else en el que, con nombres supuestos, va contando lo central de sus vivencias y amoríos en el Berlín de los locos años veinte. Se trata pues de "un relato real". Pronto vemos que las pretensiones de la abuela se verán frustradas porque a Else "no le importaban las reglas de comportamiento" (pág. 20). Si a eso se le añade que "tenía carisma" (pág. 20), y a juzgar por su éxito entre los varones de su entorno y en su círculo social parecía ser cierto, no es de extrañar que apareciera como "distinta... no sólo por ser judía y ejercer por ello cierto encanto exótico, quizá incluso prohibido, sobre sus conciudadanos alemanes, sino por ser "autónoma y estar muy adelantada a su generación" (pág. 22. La cursiva es mía). La primera parte del libro, "Lo completamente distinto", hace referencia a todo aquello por lo que Else se siente atraída, entre otras cosas, Fritz, "el mayor amor y el peor partido de mi vida [pero que] le abría la puerta del ancho y maravilloso mundo del amor, el arte y la cultura cristianos" (págs. 27-30; la cursiva vuelve a ser mía). Ambos eran individuos sin conciencia histórica. Cada uno vivía pendiente de lo que la sociedad de la época ofrecía: teatro, música, literatura, fiestas...



































De gran determinación, se queda embarazada en pleno primer conflicto bélico europeo, convencida de que "hay que tener un hijo con cada hombre al que se ama" (pág. 58). Ese librepensamiento, o ese no querer estar atada a ninguna convención la llevará a vivr una intensa historia à quatre, lo que supongo que no dejaría de causar auténtica conmoción en su entorno. Todo ello se vive en un milieu privilegiado de chóferes, casas junto al Wansee o en Grunewald, fiestas interminables, intercambio de parejas, dinero a expuertas, sin preocupación alguna, mientras en la sociedad en torno se cuece a fuego lento el huevo de la serpiente nazi. Sólo a posteriori, en el exilio de Sofía, es capaz de confesar a su hija: "[los años locos fueron] el preludio de una época nueva, moderna, emancipada, que no tuvo oportunidad. ¡Una grandiosa danza de la muerte! La cantidad de gigantes del arte y del intelecto que el Berlín de entonces escupió de la noche a la mañana es simplemente increíble. La mitad eran judíos. Y bien, conseguimos matarlo todo: a los judíos, el arte y el intelecto" (pág. 127). Aunque en plena vorágine no fueran conscientes de nada. Y en una de aquellas fiestas aparece el que será el padre de la autora, Erich  Schrobsdorff. "Estaba ante una mujer con instinto femenino y capacidad intelectual varonil, una combinación que, moviéndose en los círculos reaccionarios de la alta burguesía en que se movía, todavía no había visto" (pág. 137). Y claro, se enamoró. ¿Cómo podían compatibilzarse ambos?: "una mujer judía que vivía en la anarquía absoluta, lo mismo que él vivía en el orden absoluto" (pág. 144). Ese es el misterio de Else ("la judía que enriquece tu vida, como mis correligionarios enriquecen la vida de Alemania"; pág. 144, se dice Else a sí misma) por el que la hija sigue preguntándose años después: "Nunca sabré cómo Else logró arreglárselas con los tres hombres ni cómo repartía sus favores entre ellos" (pág. 144). Pero tiene claro que su madre "siempre eligió el amor, la alegría, lo 'completamente distinto' (pág. 150). Para hacerse una idea es posible que ayude la descripción que hace la hija de su madre: "ese dechado de gozo vital, esa fuente de ternura y calidez, esa llama de inteligencia diáfana y lúcida" (pág. 160). 



Cuando la tercera de los hijos nace (1927), Angelika, y va cobrando conciencia de su entorno, aunque no de las dificultades, perfectamente escamoteadas por su madre, va opinando en primera persona: "No me gustan los humanos. Les tengo miedo. Pero quiero a los animales" (pág. 185). La hija va viendo con ojo crítico a la madre: "los abuelos Kirschner [...] me trasmitieron una sensación de abrigo incondicional, sensación que nunca encontraría en mi madre" (pág. 183), aunque ésta acabara "por convertirse en el personaje central de mi vida" (pág. 184). Y, junto a tanta felicidad infantil y tanta inconsciencia de madurez, se producen los primeros atisbos de lo que viene: 1933, "Las SA y las SS  [...] marchaban por la ciudad bramando [...], poniendo orden con los puños y las botas en aquel degenerado, desnaturalizado y judaizado antro de corrupción que era Berlín" (pág. 223), hasta convertirse en "una dictadura que lenta pero firmemente privaba de los derechos humanos a aquellos que no eran de sangre alemana" (pág. 240). 



En 1935 los padres se divorcian y a Else "Berlín comenzaba a repugnarla. Agonizaba bajo el abrazo estrangulador de los nazis [...] un Berlín nuevo, teutónico, lleno de banderas y desfiles [...] de brazos en alto y talones chocados" (pág. 261). En 1938, con once años, la niña sigue viviendo en su mundo de infancia aunque a su alrededor se van agazapando el dolor, las persecuciones, y en un futuro cada vez más próximo, el exilio en Bulgaria, "la Cenicienta de Europa" (pág. 348). En ['Fiasco', parte segunda], las carencias materiales, el frío, el miedo, los bombardeos de los que se supone que las han de salvar, las muertes en los campos de concentración o de batalla de los seres más queridos se van poniendo de manifiesto.


Y sin embargo, en medio de tantas privaciones, frío, nieve, hacinamiento, la placidez de la aldea de Bujovo en Bulgaria acabará por conquistar a madre e hijas. "Todo era claro, sencillo, auténtico" (pág. 471). Descubren que es posible querer más "a la gente sencilla que a la fina" (pág. 569). Allí conocerá Angelika el primer amor y acabará pasando de niña a "mujer inexorable" (pág. 530). Se casará su hermana Bettina y esperarán el final de la guerra para volver a una Alemania completamente arrasada, física y moralmente: racionamiento, hambre, estraperlo, ocultamiento de pasados inconfesables... Y las comparaciones surgen solas: "La suya [de Erich] era una desgracia aseada; la nuestra, una miseria áspera" (pág. 425). No destripo nada. La escritora practica un recurso curioso desde un punto de vista estilístico: la clásica prolepsis, perdón, flashforward, que decimos los ingleses. Unos adelantamientos en el tiempo que nos hacen conocer lo que sucederá, aunque eso no reste en absoluto interés: [Peter] "Yo quisiera no morir nunca, quiero tener mi vida siempre. La tuvo durante 27 años" (pág. 121; la cursiva es mía). Esta información que se anticipa es escueta y queda uno con ganas de saber los pormenores. Buena técnica narrativa.  Otra de las que hace gala con maestría es el uso de los distintos estilos narrativos, mezclándolos, directo e indirecto en una sola frase sin transición: "Dios me libre', gimió Fritz, que las mujeres histéricas le horrorizaban, dijo" (pág. 75). De todo ello uno no es consciente mientras dura la lectura. El libro se bebe, tan apasionadamente como vive Elsa su vida, aunque al final lleguen los lamentos por lo que pudo haber sido y no fue, los pentimenti: "Me arrepiento tanto de no haber sido una madre mejor" (pág. 586). O este otro: "La vida pasa deprisa, y cuando se acerca a su término, una se pregunta ¿por qué la he dilapidado así?" (pág. 586). Es verdad que vivió a tumba abierta, pero también lo es que luchó por mantener a sus hijas junto a ella y las defendió como pudo de penurias y sinsabores, aunque no siempre con acierto. Del mismo modo que ella no hizo caso de los consejos maternos, sus hijas rechazarán los que ella les brinda. El libro concluye con unas cartas bajo el epígrafe: "Y sin embargo la vida ha sido bella" (pág. 535). Cualquiera lo diría en medio de tanto horror. Apasionante, a pesar de todo, la mano maestra de la narradora.

P.S. Lamento los cambios tipográficos, que no se deben a mi capricho, sino al de la maquinita. 

José Manuel Mora.


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