Negación, de Mick Jackson

 Holocausto

Cada vez es más evidente que si quiero escibir algo que me valga la pena, lo he de hacer en caliente. Hace ya una semana que vi el filme que voy a comentar y seguramente no será lo mismo que recién visionado. Un sólo pase, en un solo cine y con media docena de espectadores. ¿Minoritario? No debiera serlo ni por el género al que se adscribe, el de juicios, como por el tema, el negacionismo del holocausto. Y sin embargo... El título es justamente Negación y la dirige el británico Mick Jackson en 2016, de cuyo nombre no guardaba memoria. Ya había visto de él The Bodyguard (1992), que no me mató de pasión y la presente se sitúa en las antípodas. Veamos por qué.


Una profesora estadounidense,  Deborah E. Lipstadt (1947), se dedica además a investigar y ha escrito un libro sobre el exterminio de los judíos por los nazis: La negación del Holocausto. Un supuesto historiador británico, David Irving, ferviente admirador de Hitler, llega a la rueda de prensa de la presentación del libro y comienza a provocar negando los hechos y ofreciendo dinero a quien demuestre con documentos que él no tiene razón. La escritora decide denunciarlo por libelo en Gran Bretaña, país de procedencia de Irving, en 1966. Todo ello son hechos reales. La causa se prolongó hasta los inicios del s. XXI. Parece increíble que más de medio siglo después del horror, haya que seguir peleando por lo evidente. La profesora se encuentra además con una dificultad añadida: en Gran Bretaña la carga de la prueba recae sobre el denunciante, ella que deberá demostrar la falsedad de las tesis del británico y la voluntad de herir con su odio a las víctimas de la tragedia, sin que se pueda decir que hubo por parte de ella intento de calumniar. Para ello contrata a un abogado, excelente historiador, que decide establecer la defensa sin llamar a declarar a ninguna de las víctimas que todavía viven. En ese duelo judicial se centra el núcleo de la película.


No hay jurado, además. Se trata de convencer al juez, única persona que dirimirá el litigio. Dicho así no parece más que un nuevo filme sobre juicios. Sin embargo, a la confrontación entre Lipstadt e Irving, se añade la que enfrenta al abogado y la querellante, de temperamentos absolutamente contrarios. Ella es joven, efervescente, peleona. Él, mayor, reflexivo, observador, buen conocedor del alma humana. Chocan por las estrategias y eso aumenta la tensión del juicio. Seguramente algo tan básico como esto podría haber resultado insuficiente para una peli jolivudiense, pero el combate dialéctico entre los negacionistas de cualquier pelaje y los defensores de los hechos establecidos se vuelve apasionante y se revela como todavía absoluta y tristemente necesario.


Parte del éxito estriba en un guión modélico y sobre todo en un elenco de actores creíbles: desde el repelente Irving, encarnado magistralmente por Timothy Spall, quien ya me dejó patidifuso en Mr. Turner (2015), a la siempre eficaz , en quien llevo fijándome desde El jardinero fiel (2005), y que aquí está especialmente ajustada en su fogosidad luchadora, y su sometimiento a otras costumbres, las británicas, y a la manera de trabajar del abogado experto, tan lejos de lo que sería su actuación.


No puedo olvidar a Tom Wilkinson, el típico actor británico que deja huella en cada personaje que incorpora, y la lista es larga, desde En el nombre del padre (1993), Sentido y sensibilidad (1995), Full Monty (1997) o Shakespeare in love (1998). Aquí. la simple opción por no mirar al querellante, logra sacar a éste de sus casillas. Su mirada reconcentrada ante los restos del campo de concentración o su meticuloso recorrido del perímetro de las alambradas, que luego se revelará vital. Y su vena sans façon, que esconde una botella de buen vino entre los legajos de su despacho. Toda una lección interpretativa.


Dentro de esta relajación última, tampoco comenté Stefan Zweig: adiós a Europa, dirigida por Maria Schrader, a quien conocía como actriz de la serie aquí comentada Deutschland 83. Tiene algo que ver con la que acabo de reseñar, puesto que se centra en los últimos años del escritor austriaco, del que ya he comentado algunas obras, dado lo que me atrae su modo de escribir y su cosmovisión, y que acabó teniendo que exiliarse ante la mancha de aceite del nazismo, que se extendía por toda Europa. Acabó su periplo en Brasil, después de haber pasado por Nueva York, donde siguió ejerciendo su mediación para conseguir permiso de entrada en los USA para gente que había acabado atrapada en Europa. Él quedó atrapado en sí mismo, en su angustia vital, en su impotencia, en la desesperación que le producía ver cómo desaparecía todo lo que había amado, cómo se convertía en un ciudadano sin patria y que no parecía ya pertenecer al tiempo en que vivía. Junto con su compañera de vida decide quitarse la vida en 1942, ante el miedo al triunfo definitivo y generalizado del nazismo (no destripo nada, se sabe desde antes de entrar en el cine). Una de las cosas más impactantes de la cinta es el modo en que la directora decide mostrar los cadáveres, a través del reflejo en la luna de un armario. Hermosa elipsis. Mato, pues, con esta entrada, dos pájaros de un tiro.

José M. Mora.

 

Comentarios