Prólogo para una guerra, de Iván Repila

 Explosión verbal

De nuevo la recomendación de mi librero de cabecera me lleva a un autor y a un título de los que no tenía noticia. "Esto es lo que hay que leer ahora", me dice. Y como en general me fío de su criterio me llevo el libro a casa. REPILA, IVÁN. Prólogo para una guerra. Barcelona: Seix-Barral (by Planeta), 2017. Y esta vez sí parece que lo que voy a reseñar constituye una auténtica novedad editorial. Aparte de que también me parece que es una novedad en el panorama literario del momento, tan apegado a novelas históricas o autorreferenciales. 
 























¿Quién es este tal Repila? Nacido en Bilbao en 1978, este chiquilicuatre llevaba ya dos novelas publicadas anteriormente: Una comedia canalla (2012) y El niño que robó el caballo de Atila (2013), traducida al inglés, al francés, al italiano y hasta al coreano o al persa (¡!). Con toda seguridad su figura debe de ser más conocida en su tierra, puesto que ha trabajado como gestor cultural preparando encuentros, congresos, festivales de teatro, música y danza. Parece que hay interés en comprar los derechos de autor para producir películas basadas en ellas. Y así llegamos a esta especie de fábula estructurada como un trabajo de arquitectura: desde los primeros dibujos, pasando por el anteproyecto, el proyecto de ejecución y la construcción, hasta llegar a la ocupación final. El libro se cierra con un anexo "el cuaderno rojo", con forma de poemas en prosa escritos por uno de sus protagonistas, Emil Zarco, que no por casualidad es arquitecto. El otro polo sobre el que se sustenta la trama es el Mudo. Ambos son personajes dolientes, profundamente heridos. Uno intenta superar su angustia a base de construir un megaproyecto que acabará siendo monstruoso. El otro se sume en el silencio más absoluto, acompañado sólo por un perro. Un grupo de gente marginal acabará por integrarlo , defenderlo  y casi redimirlo, en una muestra de solidaridad colectiva. Entre ambos hay un hilo tenue que los une, la figura de Oona, esposa del primero y figura a la que el Mudo persigue porque aparentemente le recuerda a su mujer muerta. Ambas líneas argumentales acabarán confluyendo hacia el final en un enfrentamiento definitivo, en el que se constituye como paisaje urbano creado por el primero. No quiero avanzar en la trama. Sí dejar la sucinta descripción del arquitecto: "El espejo del vestíbulo le devolvió a un hombre de cuarenta y cinco años, con antebrazos fuertes y hombros anchos, tal vez excesivamente largo, espigado, sin nalgas. Tenía los ojos vivos y las cejas grandes" (pág. 32).


 Hay un narrador omnisciente que formula las valoraciones y los pensamientos de sus personajes. Emil considera, a través del narrador que en su profesión, "la arquitectura apuesta por los siglos y nunca se oculta" (pág. 97). Algo que podría predicarse, digo yo, de la Lietarura también. Tiene el personaje "una merecida fama de arrogante" (pñag. 76), lo que a mí, lector, me lo distancia. Las piscinas diseñadas y construidas por A. Siza, en la fotografía superior, se citan como uno de los logros punteros de los años sesenta, de los modelos a seguir. A modo de introducción ante el primer capítulo se sitúa una ¿cita? (no viene en cursiva), ¿de quién? ¿del autor? ¿del personaje?: "La arquitectura es la voluntad de una época trasladada al espacio, vivo, cambiante, nuevo" (pág. 11). Y ese es el objeto que se persigue pero que cada vez parece más inalcanzable y, que si se logra, será a cambio de la autodestrucción del creador.En muchos momentos la histiria deja de ser lineal. Uno se da cuenta que lo que lee, ya lo ha leído. Se trata de una variación levísima sobre la situación anterior que permite descubrir al personaje desde otro ángulo, desde el matiz. No hay coordenadas de todo ello. La ciudad no se nombra, puede ser cualquiera de un futuro no muy lejano. De la perspectiva del constructor Emil pasa a veces a la del mirón, "Observó con atención el edificio de enfrente. los golpes de vida que las ventanas le dejaban atrapar" (pág. 70). En el intento de romper con lo anterior se va sumergiendo en un paisaje urabno desolado, lleno de aristas, de agujeros succionadores, de planos inclinados asesinos. Y los dibujos atormentados de Piranesi, han acudido a mi cabeza.


Los dos personajes atormentados, cada uno con sus razones y su historia, no parecen sin embargo tener carne dramática. Se me quedan fuera. Oona, la mujer del creador, "ansiosamente libre, era la pieza que lo completaba" (pág. 99). De otra parte se vuelve el objeto de deseo por parte del Mudo, a la que sigue a distancia y en silencio, hasta las últimas consecuencias."Oona se convirtió en la única razón de su paseo" (pág. 111). Cuando por fin desaparece de escena no se la echa de menos. La confrontación es entre los varones. Todo el dolor que albergan parece que el escritor lo ha querido trasmitir a fuerza de retorcer el lenguaje en una búsqueda de la metáfora más atrevida, de una música verabl demasiado oscura en ocasiones. La confrontación de términos resulta casi siempre llamativa, sorpendente, aunque a veces uno se pregunte el significado de muchas de esas asociaciones. "Abrir la noche en un tajo de luz y no poder cerrarla" (pág. 14). O bien, "Encontró a la mujer encharcada en el suelo sobre la pleamar de sus propios fluidos" (pág. 36). Esa explosión verbal no acaba sin embargo de conmoverme, aunque reconozca la fuerza de muchos de estos fuegos de artificio lingüísticos. A la fábula le falta concreción y a los personajes el psicologismo suficiente, a pesar del dramatismo de algunas situaciones o la intensidad de un coito  entre el matrimonio, parece estar uno viéndolos a distancia. No me parece que haya sabido redondear lo que indudablemente resulta un ejercicio en muchos casos gongorino pasado por un toque de surrealismo, de un tono ápero y a veces expresionista. A ver qué sucede en el traslado a la pantalla.

José Manuel Mora.



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