El archivo de Egipto, de Leonardo Sciascia

En la Sicilia de la Ilustración

Cualquier excusa es buena para descubrir nuevos territorios literarios y físicos. En otra de mis imperdonables lagunas, he de confesar que no había leído nada del autor al que me dirigía. Sin embargo, y como suelo hacer cuando visito un país, procuro llevar en la maleta algún autor del lugar. Este verano tardío y septembrino nos llevará a Sicilia. Ya hay aquí comentadas obras de Lampedusa o Camilleri, por poner sólo dos ejemplos insignes de literatura siciliana. A Pirandello lo monté en la Universidad de Salamanca en un empeño estudiantil que no salió demasiado mal. Así que era tiempo de descubrir algún nombre nuevo; en esta caso: SCIASCIA, LEONARDO. El archivo de Egipto. Barcelona: Tusquets, 1988. La editorial catalana lo publicó con el título con el que también se conoce: El consejo de Egipto, dado que el original italiano viene intitulado Il Consiglio d'Egitto.Lo de "el archivo", por razones obvias, dado el nombre de este blog,  me picó la curiosidad y me llevó a elegirlo en primer lugar. Vendrán otros a la vuelta.


Leonardo Sciascia (Agrigento, 1921-Palermo, 1989) pertenece a la generación de escritores de la postguerra mundial. De hecho la novela que comento se publicó en 1963. Fue maestro ejerciente, antes de convertirse en periodista y finalmente escritor, tareas todas ellas que pudo compaginar, incluso con la de político afín al P. C. del que terminó por distanciarse para militar en el Partido Radical de Panella. Acabó siendo considerado "conciencia crítica de Italia" al denunciar la corrupción política y la violencia mafiosa. Esa conciencia crítica se pone de manifiesto en la presente novela, dado que la época en la que se ambienta, 1783-1795, se presta a ello, con la llegada de las ideas jacobinas a la estática Sicilia, tierra donde la nobleza tenía asentados sus derechos desde tiempos inmemoriales, y a los que no parecía dispuesta a renunciar "la campiñ averdadera, dura, concreta, de los beneficios, sin idilio y sin arcadia" (pág. 13). El autor, con exquisita ironía, parece estar escribiendo una novela histórica y muy probablemente habla de lo que sigue siendo una realidad en la época de la redacción de su libro. Hay casi una única nota positiva respecto a sus paisanos: "Se consideraba que casi todos los sicilianos ponen la amistad por encima de cualquier otra cosa" (pág. 42).


¿Qué puede poner en peligro todos esos privilegios heredados por los nobles sicilianos desde la época feudal? De un lado la aparición de un manuscrito en árabe que al parecer habla del Profeta Mahoma y que se le da a traducir al abate Vella quien, viendo posibilidades de trepar en la clasista sociedad palermitana, comienza a inventar la traducción del supuesto original. "Creación a partir de la nada, o casi de la nada, de toda la historia de los musulmanes de Sicilia" (pág. 15) en el Archivo de Sicilia. Como decía Machado, "también la verdad se inventa". Y así el monje "Hacía surgir , con estudio paciente y fantasía gallarda, imanes emires y califas" (pág. 17). Estaba tan pagado de su obra que consideraba que era "mayor merecimiento inventar la Historia, que transcribirla sin más" (pág. 37). Ello no podía inquietar a los jerifaltes isleños, pero pronto empezó a dejar caer que todos los privilegios de los que estos gozaban podían estar asentados en falsías y comienza a tramutar su invento de acuerdo con los favores que recibe de aquellos que desean que sus posesiones no se vean afectadas. " Sobre todo a partir del descubrimiento de un segundo manuscrito: El archivo de Egipto. Y ahora el noble "teme que el nuevo Archivo traiga a la luz algún dato que perturbe la normal percepción de sus rentas" (pág. 42). Y el "abate era un hombre que necesitaba inducir a temor" (pñag. 24). Y lo logra, hasta que su impostura se encuentra con la conjura del abogado Francesco Paolo di Blasi, personaje real, que trae consigo a la isla fragores de fronda jacobina, que lee y comenta a los enciclopedistas y que se conjura para levantar una república. Las fuerzas vivas, nobleza y clero, junto con la Justicia a su servicio se encargarán de dar al traste con sus proyectos.


Di Blasi consideraba que "Nuestra sociedad en sí misma constituye una impostura jurídica, literaria, humana" (pág. 78), razón por la cual veía lícito promover una auténtica conmoción social en su isla a través de su conjura revolucionaria. Lo paga caro, naturalmente. "Sentía la infamia de vivir dentro de un mundo en el que la tortura y la horca pertenecían a la ley a la justicia" (pág.104). El abate mientras tanto cae también en manos de los que veían su labor con ojo crítico y no creían que fuera cierto lo que traducía. Su soberbia y su prurito de ingenio lo llevan a confesar su superchería. Ambos son los dos grandes personajes de la novela. El resto conforma un paisaje humano parcial de la isla, los posibles afectados por las consecuencias que podría traer tanto la publicación de los "archivos", con el desmontaje de sus privilegios, como el triunfo de una revolución a la francesa, que los arrollara e hiciera desaparecer. Nobles, eclesiáticos, damas, abogados, jueces, gobernantes... Todos unidos por la despreocupación y la molicie en la que han vivido durante siglos y que ahora se pone en entredicho. El estilo de Sciascia es austero, aunque a veces nos brinda unas descripciones breves y magníficas: "La luz que caía oblicua, desde la alte ventana, sobre el folio color arena, otorgó relieve a los caracteres: una cuadrilla grotesca, aplastada, seca, de hormigas negras" (pág. 4). O bien, "La faúa se fundía en la línea de cobre cálido del horizonte crepuscular" (pág. 8). Y no sólo paisajes, sino actitudes: "Su mirada lenta y viscosa se deslizaba como la miel sobre los escotes de las damas" (pág.7), perfecta ilustración de quien debe estar sometido a celibato muy a su pesar.
En fin, ganas de volver a pisar una isla por la que pasé desalado y en la que sólo me paré un par de días para ver corriendo Palermo y Taormina. Ahora será todo más reposado, espero. Daré cuenta de ello en próximas entradas.

José Manuel Mora.
 


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