El autor, de Manuel Martín Cuenca

 Deus ex machina.

Nada más empezar esta historia me ha venido a la mente La colmena, de Cela. Inmediatamente se me ha confirmado, porque se explicita entre el profesor del taller literario y el alumno que pretende ser escritor. Lamento no conocer la novela de la que parte el filme, El móvil (1987), escrita por un autor que me gusta mucho, J. Cercas, de quien hay comentados varios títulos en estas páginas. El guión lo firma el propio director, Manuel Martín Cuenca, de quien creo que sólo he visto La flaqueza del bolchevique, pero hace ya tanto tiempo que no recuerdo nada. Esta que voy a comentar ahora, El autor, creo que será difícil que se me olvide. Por varias razones. 


Una de ellas es que trata el tema de la creación literaria, de sus dificultades, de la necesidad de primero mirar, escuchar y vivir para poder escribir después. Ya sé que la imaginación también puede ser fructífera, que se lo digan si no a Vargas, a García Márquez o a Cervantes. En cualquier caso admiro tanto a los que inventan, como a quienes reflejan, como el espejo al lado del camino de Flaubert. También trata del gozo que produce el hecho mismo de escribir, aunque luego no se vea compensado por la crítica o el halago de los lectores. Yo creo que se escribe siempre para alguien ("Hipócrita lector, mi semejante, mi hermano"), pero también es cierto que ver crecer la resma de folios que uno va produciendo (o aumentar las líneas en la pantalla del ordenador), sabiendo que son fruto del trabajo propio, de la propia reflexión, de las vivencias acumuladas, produce una honda satisfacción. Son dos de las lecciones que trasmite el profesor al aspirante a novelista. La tercera es la necesidad de encontrar la propia voz a la hora de narrar y crear buenos personajes, aunque sea "poniendo los cojones encima de la mesa", como dicen que hacía Heminway. A todo ello se pone Álvaro, quien se siente tal vez espoleado por el éxito de su mujer, autora de superventas.

 
Y hay en este voyeurisme reminiscencias cinematográficas también. Cómo no recordar a Hitch y su Ventana indiscreta... Surge así el otro gran tema de la cinta, la tentación de intervenir en las vidas de las personas a las que se observa, con el riesgo que eso comporta. Es casi un cliché que los escritores digan que dejan actuar a sus personajes y que no saben hacia dónde los llevará eso, como si fueran entes autónomos que acaban sorprendiendo a quienes cuentan sus vidas. Creo que no deja de ser otro cliché. Muchos narradores redactan un plan previo de escritura y plasman en fichas la personalidad de cada uno de los personajes. Aquí "el autor" pretende actuar sobre la realidad, manipulando a sus vecinos, para que aquella y estos acaben proporcinándole las pistas que le permitan continuar su narración. Pero la cosa encierra sus peligros, como que los "personajes"/vecinos acaben teniendo sus propios fines, que no incluyen lo que el autor esperaba de ellos, como sucedía en Seis personajes en busca de autor, de Pirandello, o en su antecedente español, Niebla, de Unamuno.Cada uno de los vecinos, la imparable y frustrada portera, los inmigrantes mexicanos al borde del regreso, el militar fascista jubilado, son retratos cabales, inquietantes en un momento dado, tanto como puede acabar siendo el propio Álvaro para conseguir su novela.


Javier Gutiérrez, a quien ya admiré en La isla mínima por el que ganó un Goya, es pese a su escasa estatura un actor con un poderío expresivo corporal y facial que puede llegar a resultar intimidante a pesar de su aspecto de ciudadano normal. La formación teatral en el grupo Animalario lo delata. La valentía con la que se adentra en este sujeto frustrado y manipulador es extraordinaria, tanta como para poner sus desnudos genitales encima de la mesa reclamando inspiración. Igual de valiente me parece Adelfa Calvo, seguramente muy conocida para quienes siguen las series televisivas españolas, pero no para mí, que no lo hago. Está magnífica cantando en un karaoke el tema de J. L. Perales, a quien también se escucha en los iniciales títulos de crédito con sabor a linotipia y hojas de libro, preciosos. Y algunos de los monólogos ante sus alumnos de Antonio de la Torre tienen toda la mala leche necesaria para dejarlos demudados. Cine español pues, con garra, con capacidad de mantenerte enganchado hasta el final y al parecer hecho con no demasiado dinero ni tampoco demasiados medios técnicos, aunque la luz del verano sevillano está maravillosamente fotografiada en ese piso desnudo en el que vive Álvaro, así como la penumbra desde la que espía.

José Manuel Mora.




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