Perfectos desconocidos, de Álex de la Iglesia

 Encerrados con un solo juguete

De entrada he de decir que no soy un fan del director del fime. He disfrutado mucho de algunas de sus primeras pelis, El día de la bestia con un impagable Álex Angulo, y muchísimo con La Comunidad, que para mí era un duelo entre dos "monstruas", Terele Pávez y Carmen Maura. Pensé que empezaba a desbarrar cuando vi Crimen Ferpecto y ya del todo con Balada triste de trompeta. Y así dejé de ir  a ver lo que estrenaba. En casi todas las que cito hay un denominador común: se trata de cintas corales, en el sentido de que más que por las individualidades, el director se interesa por lo que le sucede a un grupo de personajes. Y aquí vuelve a suceder. Álex de la Iglesia reúne a siete personajes que van a participar en un ritual comunitario. Perfectos desconocidos hace referencia a la paradoja que se da en un grupo de amigos, que lo son desde hace veinte años y que sin embargo acaban mostrándose como unos seres que no saben la verdad más íntima de cada uno de ellos, ni siquiera la de sus propias parejas. 


De la Iglesia ha partido de un original italiano del mismo título: Perfetti Sconosciuti, dirigido el año pasado por P. Genovese y de enorme éxito en Italia, y que ha guionizado su escritor habitual, Jorge Guerricaechevarría. En la propaganda del italianao se pretende resumir el contenido del mismo con una frase: "Tenemos tres vidas, una pública, una privada y una secreta". Esta última sería la más peligrosa, como se pone de manifiesto a lo largo del metraje. Noche de luna llena con eclipse incluido. Cena que reúne a siete personas en la que la mayoría se conoce desde hace tiempo. Y, una vez en la casa donde se cena, se produce una situación ya vista en Buñuel, en El ángel exterminador (1962) y que venía a reproducir de alguna manera la idea de Sartre  presente en su Huis clos de 1944, aquello de que L'enfer cést les autres. El infierno pueden llegar a ser los demás si comienzan a hurgar en nuestra intimidad, o más bien, en nuestros secretos, gran parte de los cuales se guardan ahora en los teléfonos móviles y en las cuentas de contactos en las que estamos, las famosas redes sociales. Todos guardamos algunos, incluso con nuestras propias parejas, como se pone de manifiesto en el filme. Y todo ello está en consonancia con el libro que tengo entre manos, Berta Isla, de J. Marías, del que hablaré aquí a finales de mes. Los demás conocen de nosotros tan sólo lo que nosotros queremos que conozcan, y en general solemos mostrar nuestra cara más amable, más digna de ser amada. 


Lo que se inicia como un juego va derivando gradualmente hacia lo que puede llegar a convertirse en un drama. Al principio lo que se revela a través de llamadas, mensajes, fotos y guasas no son más que elementos de la cotidianeidad, pero poco a poco van siendo detalles de aquello que solemos esconder a los que nos rodean. ¿Qué necesidad hay de contarlo todo? ¿No merece la pena guardar siquiera algo para nosotros mismos, aunque ese algo afecte también a otra persona? ¿Se puede ser sincero con todo el mundo y todo el tiempo? ¿No nos dejaría eso completamente inermes ante los demás, ante la sociedad en la que vivimos y que también es igual de hipócrita que nosotos mismos? Son preguntas que surgen a lo largo del desarrollo de la cena. Todo ello viene servido por unos diálogos muy bien escritos, chispeantes al inicio y tendentes a la amargura al final y una planaificación que combina perfectamente los planos generales con los primeros planos a un ritmo ajustadísimo: miradas, silencios, pequeños gestos muy medidos... Para que esto funcione tiene que contar el director con un plantel de actores de categoría. Y lo tiene. Todos ellos están superlativos: el maestro E. Fernández y la cada vez mejor madurada B. Rueda. La contención de la vis cómica de E. Alterio, con una mezcla de ironía y cinismo. Y P. Nieto, que ha tenido el valor de encasquetarse una peluca y unas gafas a pesar de las cuales derrocha humanidad. Todos están certeros en su evolución, ayudados en algunos casos no sólo por las revelaciones de los móviles, el antiguo juego de la verdad de nuestra adolescencia, sino por el vino en abundancia; ya se sabe, in vino veritas. Por una vez De la Iglesia ha dejado sus excesos a un lado y nos ha servido una comedia amarga, como lo es a veces la vida misma.

José Manuel Mora.

P. S. Al final de este escrito, como al final de la peli, no quiero olvidar, como casi había hecho, comentar los títulos de crédito, que me han parecido de una estética sesentera, casi. Las imágenes aztecas que los acompañan son además bellísimas, así como la música que suena de fondo. No es el caso con la del filme, que a veces me ha parecido excesiva. Vale.




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