Autorretrato sin mí, de Fernando Aramburu

 ¿Autobiografía ficticia?

A veces los libros parecen llamarte desde un escaparate o desde la mesa de novedades. Éste vino a mi encuentro desde el mostrador del quiosco de prensa, desde donde se ofrecía a la curiosidad del visitante. Me llamó la atención por ser un ejemplar de tapas duras y con un diseño de cubierta sobrio. Es cierto que lo que más me sorprendió fue el nombre del autor y el título. El primero arrasó el panorama literario hace dos años con su obra Patria (http://mbadalicante.blogspot.com.es/2016/10/patria-de-fernando-aramburu.html), que además de un fenómeno literario (lleva 28 ediciones y 600.000 ejemplares vendidos, lo que en España no es demasiado frecuente y en preparación una serie para la HBO), se convirtió en un parteaguas a la hora de contar los años de plomo del terrorismo etarra. El título, una vez más, no me decía nada, y mira que procuro estar atento a lo que se publica por estos lares. Sólo después, cuando ya lo estaba leyendo, reparé en la reseña crítica del periódico que frecuento. ARAMBURU, FERNANDO. Autorretrato sin mí. Barcelona: Tusquets Editores, 2018. La foto de la cubierta, con ese árbol talado que muestra sus anillos concéntricos donde queda plamada su edad y sus avatares vitales simboliza muy bien el contenido dlel libro. Como la primera edición es de marzo, puedo hablar de una auténtica primicia.


Sin proponérmelo, vuelvo a la literatura autorreferencial. Muchos de los títulos aquí reseñados últimamente tienen ese común denominador, da igual que se hayan escrito en EE.UU, Francia, Argentina, España (Vilas, Louis, Gornik, Manguel, Molina Foix...). No cabe duda de que si no se puede hablar de "una moda", sí que se podría decir que hay "una tendencia" bastante marcada. Es posible que este desplazamiento formal y temático desde Patria, se deba a un intento del autor por no quedar encasillado, o simplemente de dejar atrás su anterior éxito arrollador. Es cierto que el multipremiado Aramburu (Premio Real Academia Española, Premio Euskadi, Premio de los LIbreros de Madrid, Premio Biblioteca Breve, Nacional de Narrativa, de la Crítica... and so on), San Sebastián, 1959, tiene seguramente facetas temáticas y formales que desconozco, puesto que esta autobiografía ficticia (?), los cuentos de Los peces de la amargura y la ya citada más arriba son las tres únicas piezas suyas que he leído, y su obra se extiende más allá de la narrativa de ficción hacia el ensayo y la poesía, que cultiva desde joven: "Contagiado por Federico García Lorca, he contraído el fervor incurable de la poesía" (pág. 113). Al estar formado este Autorretrato por capítulos de dos o tres páginas a lo sumo, de temática variadísima, aunque con una unidad de fondo y forma pronunciada, el libro se lo lee uno en una semana. Lo digo para animar a bucear en él.


Se abre este "autorretrato" con Su vida y la mía, que supone un escueto recorrido por su peripecia vital, en el que ya quedan de manifiesto unos rasgos que se van a mantener a lo largo del libro: sencillez formal, fuerza expresiva, ternura (que no ternurismo), sentido del humor, capacidad de evocación, distanciamiento de su propio devenir, lirismo acendrado... Parece evidente que en este puzle la variedad temática (los padres, la  mujer, los hijos, el trabajo, la vida y la muerte, los recuerdos, los amigos, la angustia vital, la alegría de sentirse vivo y en comunión con la naturaleza) no parece venir de un plan preconcebido. Él mismo reconoce que tenía la idea de la presente obra antes incluso de su obra capital. No soy muy amigo de los estereotipos, se dice que los varones vascos son pudorosos a la hora de expresar y verbalizar afectos. Y sí es cierto que todo el libro, en el que no cabe duda de que habla de sí mismo, hay un pudor que vela las excesivas efusiones. La manera que tiene de formular sus posturas vitales hace que uno mismo se pueda identificar con muchas de las cosas que dice. Por ejemplo me ha resultado conmovedor la manera de retratar a los padres, que yo podría en parte suscribir con respecto a los míos: "Él mismo [el padre] era un pedazo de pan" (pág. 13); o bien, "Entro en el abrazo de la madre, que es el calor más antiguo de mi vida" (pág. 43). Ella todavía vive con 92 años. Sin embargo la sensación de orfandad que experimenta ante la ausencia definitiva del padre queda de manifiesto así: "¿No habrá, padre, un techo que proteja de tu muerte?" (pág. 118). Esta otra frase con la que expresa su manera de estar en el mundo, no es que "podría", sino que la suscribo plenamente: "Puesto a hacer la suma completa, estoy a buenas con la vida" (pág. 33). Lo que completa en otro momento con esta otra: "Hemos amado y nos han amado. No hay más y aun eso es mucho.[...] Yo me conformo con un buen paseo por la vida" (pág. 102). Y más adelante: "Me gusta la vida. Qué se le va a hacer" (pág. 125).

Perteneciente a una clase social media-baja, el escritor se da cuenta pronto de que para salir del agujero era necesario en su época, bien saber jugar al fútbol, o manejar bien el lenguaje. Se educó en colegios religiosos donde se le impuso la obligación de leer y necesitó llegar a los dieciséis para hacerlo por placer. Reconoce que se perdía en Góngora, en Darío, en Tirso o en Lope, ante el asombro asustado de su madre, quien acabó por comprar la primera estantería de la casa. Es emocionante el capítulo que dedica al elogio del castellano: "Amiga lengua castellana, la más firme y duradera de mis pasiones" (pág. 121). Como supone una declaración de ubicación vital y humana la cita del escritor francés: "Agradezco a Albert Camus que me enseñara a amar al hombre por encima de la idea" (pág. 164). Tal vez de esa cosmovisión del francés se derive también su declaración: "Ser humano es mi vocación, mi tozudez y mi condena" (pág. 128), aunque a veces esa humanidad se confiese de tendencia al aislamiento, tan necesario para el escritor. "Yo no tengo más alma que estar solo" (pág. 89). He hablado antes de su confesa voación poética, que se pone de manifiesto constantemente, aunque no de manera explícitamente retórica, sino con una fuerza expresiva propia de la poesía que impregna y da coherencia a todas las páginas del libro. Dejo como muestra una breve descripción de su tierra de adopción, Hannover, aunque reconoce que a pesar de poder soñar ya en alemán y ser un buen traductor de ese idioma al castellano (lo ha hecho con Max Frisch entre otros), sigue con la nostalgia de su tierra y los paisajes de su infancia: "El cielo de Centroeurpa es, por esta época, de una tristeza aplastante y mi ventana da a ese cielo. Impera el gris sobre las copas de los árboles. [...] Un gris apagado, uniforme en su apariencia de suciedad. Un gris sin grandeza, sin altura ni contraste.[...] Va para una semana que la nevada le arrebató al campo su última brizna de color. El paisaje aparece desde entonces recubierto por una capa de pureza desolada, aquietado en sus cristales gélidos. [...] Mi ventana y mi vida dan al norte" (págs. 20-21). Esa orientación tenía, y hacia un cielo semejante, la ventana de mi cuarto bordelés. Cómo echaba de menos entonces el azul luminoso de mi Mediterráneo de provincias. Si el propósito del escritor era trasmitir vivencias y sensaciones que el lector pudiera compartir, no cabe duda de que en mi caso lo ha logrado con creces. Una delicia de libro.
José Manuel Mora.   

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