Una historia de las imágenes, de D. Hockney y M. Gayford

 Imágenes

Un obsequio para la persona que quieres puede convertirse en un regalo para uno mismo. Al estar jubilado he tenido ocasión de empezar a ojearlo/hojearlo yo primero, y ya no he podido despegarme de sus páginas hasta concluirlo. Sin llegar a ser lo que en el mundo de los especialistas se conoce como libro-objeto artístico, es de factura tan cuidada que supone una auténtica delicia pasear las yemas de los dedos por sus páginas satinadas de imponente gramaje y bellísimamente ilustradas. La tapa dura, las hojas de respeto en tono verde mar, el azul turquesa de fondo para el índice, el rojo de la portadilla... todo coadyuva a la degustación ocular. Se trata de la obra de dos autores realizada alalimón. HOCKNEY, DAVID, GAYFORD, MARTIN. Una historia de las imágenes. De la caverna a la pantalla del ordenador. Madrid: Ediciones Siruela, 2018; trad. de Julio Hermoso, 360 págs (y 40€, todo hay que decirlo), que incluyen un índice onomástico detallado y muy útil sobre las 310 ilustraciones que se integran en él.


De los dos responsables del trabajo sólo conocía a David Hockney (Bradford, 1937), dado que he visto bastantes trabajos suyos últimamente en la Tate Modern de Londres y soy un gran admirador de su pintura, que supone siempre una mirada muy especial hacia aquello que pinta. No sabía que era además fotógrafo (lo señala él a lo largo del libro), y bueno; además de haber trabajado el dibujo, el grabado, la escenografía... Tiene otra obra ensayística que puede ser complementaria de ésta: El conocimiento secreto:el redescubrimiento de las técnicas perdidas de los grandes maestros, que él cita en varias ocasiones a lo largo del extenso diálogo que conforma el libro con Martin Gayford, crítico de arte y además ensayista cualificado sobre todo por sus trabajos sobre Miguel Ángel, Constable, y Van Gogh. Ya habían colaborado en un trabajo anterior, por lo que se conocen y respetan y el diálogo fluye de forma natural, complementaria, sin discusiones, tal vez con matices. 

  
¿Es lo mismo plantearse elaborar una Historia de las Imágenes, que una Historia del Arte? De aquí arranca la conversación de los autores. La segunda sería más restrictiva, al dejar fuera algunas que no se considerarían suficientemente elevadas para estar incluida. las tiras cómicas o las que aparecen en los juegos para ordenador. ¿Sólo cuadros, como se ha venido haciendo en las más academicistas, o se deben incluir también las parietales de las cavernas junto a los mosaicos, la pintura al fresco, la estampación, el óleo, las fotografías del XIX,  o las que están en movimiento desde que se inventó el cine, o, por qué no, las que realizamos con el móvil y luego retocamos con el photoshop? Y, una vez decididos por una mirada amplia e integradora, se plantean preguntas claves: "cómo vemos, qué vemos y las diversas formas en que dichas experiencias  se han trasladado a una superficie bidimensional" (pág. 19), y sobre todo están de acuerdo en que "son una forma de representar el mundo y también de entenderlo y de examinarlo, es decir una forma de conocimiento y un medio de comunicación" (ibidem). Cuando entrar a definir una "imagen", concuerdan también en que supone siempre el relato de la mirada sobre algo, ¿Lo que vemos es realidad o ficción?. Y una cosa más peliaguda para quien se plantea captar una: ¿cómo trasladamos algo tridimensional a una superficie plana con unos límites de espacio? Ambos autores presuponen que "todas las imágenes están hechas desde un punto de vista particular" (pág. 20), lo que siempre implica decisiones en el que va a plasmarlas. "Las imágenes llevan no menos de 30.000 años ayudándonos a ver" (pág. 25). Hockney está convencido de que la mente humana retiene con más facilidad una imagen que un texto por eso, añade, se realizan hoy millones a diario. Con la paradoja de no saber qué será de ellas dentro de unos años, si quedarán obsoletas, como sucedió con las películas en VHS o las que hubiéramos guardado en un disquete...
 
 
 























Y vienen las preguntas: "Todas las imágenes [...] están hechas para un público, para ser vistas y comprendidas por quienes las miran [...] tratar de responder a dos preguntas ¿por qué se hizo esta imagen? y ¿qué significa? (pág. 27). Con todo ello podemos empezar a pensar que el recorrido imagístico que el libro realiza será cualquier cosa menos algo académico. Las preguntas que los autores se hacen ante cuadros o imágenes famosísimas, las reflexiones que les exigen por la técnica empleada, por el motivo elegido, por la elección de un punto de vista, nos hacen a nosotros, los lectores, enfrentar lo que muchas veces conocemos de sobra, con otra mirada y la charla de los dos colegas nos enriquece en nuestra forma de ver. A todo ello se añade el componente temporal de las imágenes, no sólo el espacio que ocupan. ""Todas las imágenes son máquinas del tiempo [...] condensan la apariencia de algo" (pág. 78). Y ello lo aplican tanto a quien la realiza (un instante de disparo para una foto o ciento veinte horas de posado para un retrato de L. Freud), como al que dedica un tiempo a contemplarlas. A partir de las inevitables Meninas vuelven sobre la realidad y su reflejo, sobre la verdad y su representación. Las sombras ayudan a captar la perspectiva. Pero como no se centran en el mundo occidental, al mirar hacia Oriente formulan una frase: "Dicen los chinos que son necesarias tres cosas para la pintura: la mano, el ojo y el corazón" (pág. 208), razón por la cual, concluyen, no todos los que plasman imágenes nos llegan de forma semejante. 


Señalar algo tan evidente como que una diferencia entre un cuadro y una foto puede estar en la presencia o ausencia de texturas puede parecer una perogrullada, pero vuelve a ponerte en guardia ante lo que tantas veces has tenido delante. Hay una larga disgresión sobre el uso que los pintores hicieron de las lentes y de las cámaras oscuras, ya desde el Renacimiento, antes del invento de la fotografía. Apuntan que ello no desmerece a quienes las usaron, porque no todos tuvieron la misma pericia en su uso. Hubo un tiempo de convivencia entre pintores y fotógrafos; los primeros se servían de los segundos para un futuro cuadro, y a veces ellos mismos tomaban la foto y repetían lo mismo con los pinceles. Nunca obtenían el mismo efecto. De igual modo que no todos quienes han manejado una máquina de fotografiar han conseguido los mismos resultados con sus fotografías. Las relaciones que establecen entre unas y otras son a veces sorprendentes.


























 No siempre es evidente lo importante que resulta para un buen libro el que posea una buena maquetación. Yo les decía a mis alumnos de Biblioteconomía que una buena maquetación depende en gran medida del uso que hagamos de los espacios en blanco. Y aquí han decidido ser generosos con lo que rodea a cada imagen en una página: unas veces pueden ocuparla por completo, sin márgenes, con lo que el impacto lo tenemos asegurado, y otras, llenando sólo media página, aquella viene resaltada porque el resto de la misma queda en blanco. Hay una sensación de limpieza, de brillantez, de luminosidad. En ocasiones las que se ofrecen en doble página, dos o tres, permiten que dialoguen entre sí, casi sin necesidad de comentario. Por no hablar de las visiones panorámicas que se consiguen ocupando dos caras con una imagen apaisada. En fin, que el libro supone otra manera de mirar lo ya visto, de enriquecer lo que ya habíamos saboreado para encontrarle otros matices. Los autores dicen que "vemos con la memoria" (pág. 78). No cabe duda de que quienes se enfrenten a esta pequeña maravilla impresa  recordarán y verán con nuevos ojos. Una delicia de sosiego para estos tiempos de bombardeo incesante, de consumo rápido,  de imágenes en instagram o facebook, que impiden que retengamos casi nada. Aquí nos proponen paladearlas. 

José Manuel Mora.





 

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