Expiación narrativa
¡Qué bueno es dejarse aconsejar por quienes tienen más información! Hacía tiempo que no me lo pasaba tan bien leyendo una novela. El autor me era conocido, puesto que ya había leído de él con anterioridad El inocente, de un tono completamente distinto de la que voy ahora a comentar. De ésta sin embargo no tenía referencia alguna. Carmen, mi librera, me la puso en las manos sin derecho a réplica. McEwan, Ian. Expiación. Barcelona: Ed. Anagrama, 2002, en su décima edición de 2022; versión cuidadísima de Jaime Zulaika, su traductor habitual; 435 págs. Se publicó en inglés por primera vez en 2001 con el título de Atonement. Ninguna novedad, pues. Existe una película de 2007 que no he querido ver hasta terminar el libro.
Campiña inglesa, verano de 1935. Una casa de familia más que acomodada "con ventanas vagamente neogóticas, inmutablemente sólidas y ficticias" (pág. 125), en la que una madre pelea con sus jaquecas, mientras dos de sus tres hijos, Leon, "cuya insipidez era perfectamente tolerable" (pág. 132), y Cecilia, acaban de regresar de la universidad, ésta última sin demasiadas buenas notas: ella "Era una beldad extraña: había algo esculpido y quieto en su cara, sobre todo alrededor de los planos inclinados de sus pómulos, y un destello silvestre en los orificios nasales, y una boca llena, reluciente como un capullo de rosa" (pág. 100). He querido dejar tan larga cita para ejemplificar lo detallista de las descripciones del autor. La preadolescente Briony, a sus trece años, es ya una letraherida con ínfulas de escritora: "Era una de esas niñas poseídas por el deseo de que el mundo fuera exactamente como era" (pág. 15), lo que no siempre se puede ver cumplido. Vive con angustia su paso a la edad adulta que parece no querer llegar. Tiene la sensación de que "crecer producía una sensación de frío" (pág. 141). Hay otro personaje importante, Robbie Turner, hijo de la criada de los Tallis, de ideas socialistas, y protegido por la familia, que le ha costeado sus estudios universitarios concluidos brillantemente. "Creía que sería un médico mejor por haber leído literatura"(pág. 115). En medio de una tarde de calor que da la impresión de no acabarse nunca, se nota una tensión creciente entre los distintos personajes, lo que acabará de manera dramática. Y ese dramatismo, del que no daré más detalles, cargará sobre las espaldas de Briony y condicionará toda su vida en su intento de expiar lo que hizo.
A veces una anécdota mínima puede ocupar 175 páginas de una descripción que en ningún momento es tediosa o reiterativa. En ocasiones McEwan recurre a ralentizar la acción con pensamientos de los personajes o intensifica la tensión mediante una elipsis que impide que conozcamos el desenlace de inmediato, o un flash back durante una noche en vela. Su prosa es sencilla, sin gran profusión de imágenes, aunque a veces sorprende la sinestesia precisa: "La tenue brisa que transportaba desde el lago un sabor a verde y plata " (pág. 188). O bien, "La luz que caía como joyas a través del follaje fresco" (pág. 270). El juego de cajas chinas final en el que Briony reconoce que "trabajé en tres hospitales durante la guerra [..] Los he mezclado en mi relato" (pág. 416), deja clara la conciencia de escritura a través del personaje. Y una última pirueta en la que se pone en entredicho el final que creíamos definitivo. Relato apasionante, cuajado de sorpresas que van abriendo otras posibilidades a lo que se acaba de contar. Narrador de pulso firme e ideas claras. Una gozada. Ganas de ver su plasmación en imágenes.
José Manuel Mora.
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