De la "cancelación" y otras lindezas.
Con tanto viaje no había modo de acabar lo que he tenido entre manos últimamente. Me lo recomendó Adrián, de 80 Mundos, con el que he coincidido varias veces en lo que me ha propuesto. De no haber sido por él, no creo que hubiera elegido este título, del que no tenía ninguna noticia, tampoco de su autor. QUENTIN, ABEL. El visionario. Barcelona: Ed. Libros del Asteroide, 2023. Trad. Regina López Muñoz. 370 págs. El libro ha recibido múltiples premios en Francia y ha sido finalista del Goncourt, el Renaudot y el Femina. Así pues, viene con buenas credenciales.
Quentin, (Lyon, 1985), es abogado penalista, además de dedicarse a la escritura. Ya había sido finalista al Goncourt en 2019 con su novela Soeur, y ahora, con la presente, ha provocado un gran revuelo en el milieu de los escritores del país vecino. Tal vez porque, como señalaré luego, se mete en todos los charcos: literarios, políticos, y con todo lo que tiene que ver con la "corrección" importada, como tantas otras cosas, desde los USA, que tiene como consecuencia la cultura de la cancelación, de la que luego hablaré. Antaño era París la que marcaba las pautas, ahora es el imperio del norte el que impone y exporta en tantos campos su weltanschauung, que decimos los alemanes... Y el autor ya lo adelanto, ha decidido reírse de todo ello. Ya en la foto que dejo aquí muestra un aire de enfant terrible.
No sé si decir que el argumento es lo de menos. Un viejo profesor, Jean Roscoff ["Le guardaba rencor a Léonie por parecerse demasiado a mí. Mi hija había heredado mi segura tendencia al fracaso" (pág. 14); buena tarjeta de autopresentación], que fue en sus tiempos juveniles de los ochenta, un académico de izquierdas, especialista en Historia de la Guerra Fría, es ahora un oscuro personaje. Y vuelve a describirse: "El cáncer de la nostalgia. Tenía sesenta y cinco años. Estaba tumbado al pie de mi cama, con la cabeza en estado de fusión y la bilis al borde de los labios. Era mi destino y mi ingrata vocación, ser Jean Roscoff, la promesa incumplida" (pág. 24). Cuarenta años después se halla divorciado, fuera de juego por jubilación, y con deseo de volver a la arena cultural por medio de un libro sobre un poeta estadounidense desconocido, Robert Willow, que murió en Francia en los sesenta y que había publicado un poemario, Le Voyant d'Étampes, de cuya existencia nadie parecía tener noticia. Una pequeña editorial decide arriesgarse y publica una edición de tirada reducida. Él mismo reconoce que "Willow era un pretexto que yo utilizaba para lograr mi propia rehabilitación" (pág. 113), en un ambiente en el que "el saber circulaba, estéril, en un espacio cerrado. La Universidad." (pág. 75). Y antes de entrar en el meollo del libro, la sátira que lo tiñe todo, incluso a sí mismo, lo deja a los pies de los caballos. "Yo quería follarme al mayor número de chicas posible [1984-1990] a cambio de jurar lealtad a las fuerzas del progreso [que él veía representadas por el P. S. de Mitterand]" (pág. 151). Como tantos otros de su generación "veía en la lucha antirracista una oportunidad de realizarme sexualmente" (pág. 152).
José Manuel Mora.
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