La llamada, de Leila Guerriero

 Poliédrica

Mi acercamiento a los libros ha sido siempre muy variado. He intentado diversificar las fuentes de las que me servía para orientarme en esta silva de varia lección. Las sugerencias de aquellos en cuyo gusto confío, una reseña laudatoria que despertaba mi interés, un premio de prestigio... Ésta ha sido la primera vez en la que llego a un título a través de un comentario escuchado en la radio. Tal vez el que fuera Juanjo Millás quien planteaba la recomendación, hizo que me acercara a 80 Mundos a comprarlo. GUERRIERO, LEILA. La llamada. Un retrato. Barcelona: Editorial Anagrama, 2024; la foto de la cubierta, 1979, es de Dani Yako, a quien va dedicado por haber hecho la pregunta que desencadenó la redacción de las 430 páginas que lo conforman. En tres meses, seis ediciones nada menos.


Mi relación con la Argentina viene de largo. En 1971 conocí a una lectora de español, mendocina, que supo allanarme mis días bordeleses, llenos de lluvia y desubicación. También de feliz inconsciencia veinteañera. Su hermana pequeña llegó para estudiar, y con ella aprendí a tocar a la guitarra las zambas de allá. Me hablaban de las "villas miseria" y de las acuciantes necesidades que se vivían. Por eso, cuando se produjo el golpe militar, seguí atento las noticias que iban llegando, aunque uno no acabara de hacerse plena idea de lo que allí  se estaba viviendo. Todo ello, más la autoría de Guerriero (Junín, Argentina, 1967), periodista, novelista, editora de revistas culturales, a quien sigo en las páginas del periódico y en la radio, unido a la temática que Millás había presentado, hizo que me decidiera a bucear en unas páginas llenas de horror, de contradicciones, de sentimientos dolorosos, de vidas rotas. El retrato de una mujer compleja a través de los ojos de otra que graba y escribe lo que le cuenta, además de recabar información de todos aquellos que conocieron de un modo u otro a Silvia Labayru, la protagonista de la historia, cuyo bello y juvenil rostro aparece en la cubierta de la obra. "Este libro es el retrato de una mujer. Un intento" (pág. 35; la cursiva es mía). Estos comentarios de la autora sirven de contrapunto a las declaraciones de Silvia. 


La dictadura duró de 1976 hasta 1983. Además de los 30.000 desaparecidos a manos de los milicos en los terroríficos vuelos de la muerte, hubo secuestros, ajusticiamientos, torturas, entre las que se encuentra la que sufrió Silvia, de veinte años, embarazada de cinco meses, torturada con picana eléctrica, y que parió encima de una mesa en la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada), que fue usada como cuartel general del terror, centro clandestino de detención y exterminio y que ahora funciona como Espacio Memoria y Derechos Humanos. La niña fue de las pocas que pasó a brazos de sus abuelos, lo que posibilitó el posterior reencuentro con su madre. Allí "nacieron 30 bebés que en su mayoría fueron separados de sus madres y se entregaron a represores que los criaron como hijos propios" (pág. 22). Guerriero comienza a entrevistarla en 2021, con el barbijo puesto todavía, durante un año y siete meses, y ella le reconoce: "Me da temor no poder expresarte lo que pasó, porque tengo esta  manera tan fría de contarlo" (pág. 28), ya que como dice más adelante "Uno puede relatar, pero lo que cuesta mucho es relatar el afecto vinculado a los recuerdos. Estando sola me he propuesto evocar las sensaciones, las emociones.  Y es un túnel. No puedo. La soledad, el miedo, la incertidumbre" (pág. 78). Sí fue capaz sin embargo de testificar en el juicio por violencia sexual de 2020, donde los violadores fueron condenados a perpetuidad. "Nuestra inmolación no sirvió mayormente para nada" (pág. 93), confiesa en las entrevistas, y añade, "no me siento ajena ni exculpada de la responsabilidad de que yo pertenecí a una organización que mató a un montón de gente" (pág. 96), los Montoneros.


A Silvia ya la habían detenido en el 73 y 74 por panfletera y condenado a tres meses de cárcel. Su padre logró que la sacaran, al ser persona de abolengo militar. Pero ella siguió militando hasta que la secuestraron. "Le pregunto con más facilidad por la tortura que por la violación" (pág. 120); de hecho "al hablar de las violaciones utiliza frases de poca temperatura" (pág. 164). Sin embargo es capaz de confesar: "El daño que me hicieron ellos es irreparable [...] Me partieron por la mitad esos hijos de puta" (pág. 246). En el 77 nació Vera. No se la entregaron a su abuela materna, sino a los padres de Alberto Lennie, su marido entonces. Los padres de Silvia creyeron durante mucho tiempo que su hija estaba muerta. Cuando Silvia salió, pudo hacerse cargo de la bebé a pesar de tener los pezones destrozados. Luego vendrán los reproches: "Y vos, ¿por qué te salvaste?" (pág. 178). Algunos supusieron que si había logrado salir viva era porque había colaborado, porque había denunciado a compañeros, porque sufría del síndrome de Estocolmo. Esas dudas la acompañaron hasta el exilio en España. "El tema del traidor y del héroe es un asunto arduo" (pág. 190), sostiene Guerriero. Y aún así confiesa: "sólo quiero encontrar tantas facetas como sea posible para contar esta historia" (pág. 220). Y lo hace de forma obstinada, entrevistando a familiares, amigos, conocidos...
  

Y, a pesar de todo lo que Guerriero va averiguando, la figura de Silvia emerge como una mujer vital, elegante, emprendedora de negocios en el exilio español, gozadora, capaz de volver a casarse, de tener otro hijo, de enamorarse perdidamente de su primer novio, Hugo, a los 65 años. De ir y volver constantemente a la Argentina. Y los encuentros con la periodista se suceden. Y la gran virtud del libro es conseguir que todo fluya en esas conversaciones sin forzar nada, de modo caótico, repetitivo, con humor, como vienen los recuerdos, a veces con olvidos, otras, deformados. La sombra de la periodista la persigue discretamente y acaban formando un tándem. "Aunque hemos hablado mucho, hay cosas que nunca me va a contar" (pág. 408), porque en definitiva "a pesar de todas estas conversaciones, no ha podido transmitir de manera cabal cuál es el color verdadero del pliegue en el que -todavía- vive el espanto" (pág. 419). Y esta cita me lleva a dos consideraciones finales: lo bien escrito que está todo el libro, la fuerza de las imágenes que usa Guerriero: "La vista de la ciudad es amplia y agotadora: un exceso de paisaje" (pág. 29). O esta otra: "Buenos Aires lleva días sumergida en una ola de calor imperial [...] El aire es una materia pastosa, un aglomerado de luz enferma, derretida" (pág. 60). Y dejo para el final lo que debiera haber situado al principio, el título. ¿Cuál es el referente de esa "llamada"? Dice Silvia: "Llamadas hubo tantas. La de la militancia, la de su padre, la de -¿muy cursi?- este amor" (pág. 373).  En definitiva, un libro casi imprescindible para entender una época y a un ser humano excepcional. Silvia Labayru.

José Manuel Mora.  

Comentarios