Los destrozos, de Bret Eastone Ellis

¡Viva lo escabroso!

De nuevo una reseña en el Babelia, de un libro cuyo autor me resulta familiar, me lleva a traérmelo a casa. No tengo memoria de lo que leí en ella, así que lo hago casi a ojos cerrados. ELLIS, BRET EASTONE. Los destrozos. Barcelona: Ed. Random House, 2023; traducción de Rubén Martín Giráldez; 674 págs. de limpia y apretada prosa, lo que para mi degeneración macular por efecto de la edad, empieza a ser un reto. Lo he leído cada vez a mayor velocidad, tal era el crescendo narrativo. 


La misma cubierta me advierte de que se trata del autor de American Psycho, título que asocio más con la película de 2000, que no vi. La novela se publicó en 1991. Bret Easton Ellis (Los Ángeles, 1964) suscitó gran polémica con aquel libro, recibiendo críticas laudatorias y también otras muy negativas. He querido dejar una foto suya de aquella época, aunque el señor ya anda por los sesenta. En el que voy a comentar, ya señala que, escritor precoz como era, andaba embarcado en la redacción de Less than Zero  (Menos que cero, 1986), con apenas diecisiete años. La novela lo hizo millonario con sólo 21, lo que no sé si lo marcó de alguna manera, viniendo como venía de una familia de clase media. Señalo esto por lo que diré más tarde. Su obra ha sido traducida a más de 20 idiomas.


El relato es autorreferencial, en la medida en que la primera persona se enseñorea de todo él y confiesa que lo escribe con 57 años. Tiene como protagonista a un muchacho de 17 a punto de graduarse en un instituto privado de Los Ángeles, Buckley, de carácter exclusivo, en 1981. Sin embargo al final se nos advierte que se trata de una obra de ficción, salvo por el detalle de que quien lo cuenta se llama como el escritor y anda enfrascado en la redacción de una novela, como he señalado más arriba. Parece que este volverse sobre sí mismo del autor es algo que ya ha realizado en novelas suyas anteriores: "Lo mío era contar historias" (pág. 106), nos dice. Lo que se inicia con un ambiente muy cinematográfico, como de peli de un grupo de adolescentes muy exclusivo, con coches de marca, amigos de drogas, sexo desinhibido y alcohol, ["todos éramos inocentes y estábamos seguros, protegidos por el privilegio y ligados por el estatus, la clase y las ambiciones que nuestros padres tenían con respecto a nosotros" (pág. 141)], se ve alterado por la llegada de un alumno nuevo, Robert Mallory, sobre el que pronto fijará su atención el narrador, que se siente atraído por él, al tiempo que lo hace objeto de sospechas que tienen que ver con un número de asesinatos de chicas de su edad, cometidos por un asesino en serie,  El Arrastrero, según la prensa. "Había comprendido intuitivamente que la hermosura de Robert iba a alterarlo todo a nuestro alrededor" (pág. 115). Hay otra descripción del alumnado que no me resisto a dejar aquí: "Son todos unos putos robots consentidos, protegidos en sus mansiones donde les dan todo lo que desean" (pág. 229).


Todo lo que va contando parte de la vivencia de un adolescente  profundamente solo. Bret vuelve siempre a un hogar vacío, la casa de Mulholland, porque los padres están en Europa y tan sólo la presencia de Rosa, una hispana que limpia y cocina para él, y su perro, son los que alteran sus noches de angustia, que intenta apaciguar a base de pastillas y droga, y que lo tiene embotado, actuando de forma mecánica muchas veces, salvo cuando se deja llevar por el deseo  y la atracción oculta que siente por un par de compañeros, ["Nunca sabrían nada de mis tardes de ensueño nadando desnudo con nuestro compañero de clase Matt Kellner en Encino, ni de mi mano acariciando la cara interna del muslo de Ryan Vaughn en el multisalas" (pág. 46)], con quienes acaba manteniendo intensas y ardientes relaciones sexuales, lo que le sirve para mostrar la batalla del escritor contra el neopuritanismo y lo políticamente correcto que invade a la sociedad estadounidense actualmente. Es como un afán de épater les bourgeois. Lo que empieza como un Bildungsroman al uso, la típica novela de aprendizaje, que debe de tener bastante de su propia biografía, acaba transformándose en una novela tan negra, que daría de sí para una buena serie casi de terror. En medio de piscinas que parecen sacadas de Hockney, se agazapa el peligro, la crueldad con las mascotas, los "destrozos" de las víctimas cuando son halladas. Y en ese cambio de tono se nos presenta un retrato de la pérdida de la inocencia, en medio de un paisaje sociológico muy lejano a lo que yo haya podido conocer en mis años como profesor de instituto, a la vez que un detallado y exhaustivo recorrido por avenidas, restaurantes, centros comerciales, playas de moda, clubes exclusivos, con una banda sonora de la época que servirá para ambientar estados de ánimo... Todo con una minuciosidad que me ha llegado a poner nervioso, al no conocer los lugares que nombra. Por no hablar de la insistencia en señalar las marcas de la ropa que visten o el nombre de los perfumes carísimos que se ponen. Es una clara marca de estilo para el escritor. Y desde ese plano estilístico hay que decir que se muestra sobrio. Su prosa es limpia escueta, con poco adorno retórico.


Frente a tanta profusión de detalles, para mí innecesarios, sí que me parece magistral el modo en que planifica la tensión, a base de anticipar hechos, apenas sugeridos, que aumentan el suspense hasta que aparecen en plenitud. Ellis es en eso muy hitchcockiano, como en la manera de presentar la muerte cuando aparece y que le lleva a ser consciente de la finitud. "Fue uno de mis primeros momentos cercanos a la adultez, cuando me di cuenta de lo poderosa que era la memoria" (pág. 287). Otra de las cosas que me hacían atractivo al personaje Ellis, con sus recuerdos inventados o no, es su cinefilia, su admiración por De Palma, Kubrick, aunque me distancie su displicencia ante la realidad en plena época de Reagan: "La política ha seguido importándome lo mismo hasta el día de hoy" (pág. 142). Es decir, nada. En definitiva, me ha parecido una radiografía de un sector social privilegiado de la costa angelina en los años ochenta, que envuelve una trama bastante angustiosa de crímenes, drogas y sexo adolescente, muy bien escrita, a pesar de los peros que he señalado más arriba. Como escribe el propio Bret (personaje/escritor) sobre su pandilla de colegio: "Éramos adolescentes preocupados por el sexo, la música pop, el cine, la fama, la codicia, lo material." (pág.411). Buena panorámica de grupo.

José Manuel Mora.







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