Cloacas
Hace tiempo que no reseño ninguna serie. Y no será porque las plataformas no sigan atestadas de títulos. Tengo la sensación de que la fiebre seriéfila, que creo llegó a su cénit en el tiempo de la pandemia, está dejando una bajamar con muchos cadáveres que nadie ve. Sin embargo me recomendaron ésta, con tan sólo seis capítulos, y la he acabado en tres días. Se trata de Eric, una creación de dos mujeres, Abi Morgan, quien también escribe el guión, y Lucy Fornes. Se puede ver en Netflix.
En Nueva York, años 80. Aún hay cabinas telefónicas, se utilizan la cintas VHS para grabar desde las cámaras callejeras, no hay ordenadores en los despachos... Otro mundo, en fin. Y el sida sobrevolando silenciosamente y todavía sin que se generalice, pero estigmatizando a quienes lo padecen. La ciudad que visité por primera vez en el 84 no la recuerdo tan oscura como aquí aparece, aunque es cierto que no bajé al mundo de los subterráneos de metro ocupados por los sin hogar, ciudad que las autoridades pretenden "limpiar" para iniciar el proceso de gentrificación que ahora se vive en tantos lugares. Y hay una familia con un niño de diez años, Edgard (Ivan Howe), que en su camino al colegio desaparece para desesperación de sus padres. Ella, Cassie, es una esposa insatisfecha (Gabby Hoffman). Él, Vincent (Benedict Cumberbatch), es un adicto al alcohol y a lo que se le ponga por delante, con un pasado problemático. Es un titiritero, strictu sensu, creador y manipulador de títeres para televisión, estilo Barrio Sésamo. Su último personaje es Eric, una especie de oso enorme peludo y colorista, esbozado por su hijo y que se convierte en un alter ego que piensa que le ayudará a encontrarlo. El otro hilo narrativo se centra en un policía negro y gay, Mickie (McKinley Belcher III), "armarizado" dado el puesto que ocupa y el ambiente homófobo en el que se mueve, y que se implica en la búsqueda del niño, en contra incluso de las directrices de su superior y que acaba teniendo más entidad como hilo narrativo que el que se supone principal. Y no sólo eso. También retoma la investigación antigua de otro niño negro de catorce años, cuya madre sigue reclamando su cuerpo, rabiosa por el racismo que discrimina su búsqueda. Algo huele a podrido en la comisaría, en el Ayuntamiento y en los magnates de la construcción que buitrean alrededor de la zona donde viven los homeless.
Es verdad que, siendo Cumberbatch un monstruo de la interpretación, con quien he disfrutado a modo en Sherlock y todavía más en The Imitation Game, aquí su actuación se reduce a una serie de gestos repetidos hasta la saciedad, constantemente auto inculpándose, tal vez porque las situaciones en las que se ve involucrado son también repetitivas. Ello me ha provocado cierto desencanto. Algo parecido me ha sucedido con Hoffman, madre sufriente de casi un solo gesto. Sin embargo el trabajo de Belcher, reconcentrado, sin grandes aspavientos, resulta mucho más interesante. Y sin embargo no recordaba haberlo visto en Ozark, con lo que me gustó aquella serie. La ambientación ochentera se limita a unas pocas localizaciones y a unos subterráneos que huelen a decorado. Es verdad que no ha sido la serie que me esperaba, pero también es cierto que permite verla en dos tardes sin que uno pierda el interés.
José M. Mora.
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