Léxico familiar, de Natalia Ginzburg

De la importancia de las palabras 

En esta ocasión he llegado a este título debido a una evocación de algo lejanísimo: Debió de ser allá por los últimos sesenta, cuando alguien me sugirió la lectura del ensayo Las pequeñas virtudes (1962). Lógicamente no recuerdo nada de él. No llevaba todavía un fichero con tarjetas de mis lecturas, costumbre que adquirí en mis años de Filología en Salamanca. Y a pesar de la cincuentena de años transcurridos, es un título y una autora que no he olvidado, tal debió de ser la impresión que me causó. Por eso busqué éste que reseño ahora, del que tenía muy buenas referencias. GINZBURG, NATALIA. Léxico familiar. Barcelona: Grupo Penguin Random House, Lumen, narrativa, 2023, prólogo de Elena Medel, traducción de Mercedes Corral. 256 págs.


Se trata de una autobiografía de calado familiar aunque, si hacemos caso a las palabras de la autora en su nota introductoria, es también una novela: "Sólo he escrito lo que recordaba. Por eso, quien intente leerlo como si fuera una crónica, encontrará grandes lagunas. Y es que este libro, aunque haya sido extraído de la realidad, debe leerse como se lee una novela" (pág. 13). La autora vive en permanente conflicto: "¿Cómo narrar lo histórico desde lo íntimo" (pág. 9). Según Elena Ferrante, es uno de los 40 libros imprescindibles escritos por mujeres. Ginzburg (Palermo, 1916 - Roma, 1991), de apellido claramente judío, Levi, y de madre de formación católica, adoptó el de su marido, Leone Ginzburg, antifascista de origen ruso. Fue educada de forma laica, al no ser sus padres practicantes. Sin embargo el ambiente familiar era claramente antifascista, lo que costó cárcel a su padre y exilio a uno de sus hermanos. Leone murió torturado en la cárcel de Roma en 1944. Además de escritora, fue una política combativa, que llegó a diputada por el P. C. (léase Pi Ci) italiano. Trabajó en la editorial Einaudi, tradujo a Proust y fue amiga de Pavese, de Italo Calvino, de Pasolini, para quien actuó en El Evangelio según San Mateo y de muchos otros intelectuales de la época. Por esta novela se le concedió el Premio Strega, uno de los más prestigiosos de Italia. 


Es curioso que, estando escrita en primera persona, la presencia de la autora quedé como escondida, no sé si por timidez o por considerar que ella no es importante, o lo es sólo en la medida en que es testigo. Habla poco de ella, resuelve con un párrafo su matrimonio o  la muerte de su marido. Sin embargo su emoción se desborda al hablar del suicidio de Pavese, de quien dice que su miedo eran "aguas tenebrosas, vertiginosas y venenosas en las desnudas orillas de su vida" (pág. 240). El modo elegido por la escritora para retratar a su familia es fijarse en las expresiones que cada uno solía usar y que acaba por retratarlos. El padre, todo un carácter autoritario, pero al que se le hace poco caso. Para él, cuando no se siguen sus indicaciones es porque todos son unos "borricos". La madre, una señora de casa, protectora, remilgada, pero inasequible al desaliento, acostumbrada a tener criadas y costureras y a la que "le alegraba contar historias" (pág. 36). Una mujer, optimista por naturaleza, que salía por las mañanas a la calle diciendo: "Voy a ver si el fascismo está todavía en pie. Voy a ver si han hecho caer a Mussolini" (pág. 113).  Ese grupo humano que es consciente de su pertenencia: "Una de aquellas frases o palabras, nos haría reconocernos los unos a los otros en la oscuridad de una gruta" (pág. 37). Y ahí me he reconocido yo, como seguramente le sucederá a cualquiera, ya que cada familia tiene sus propios términos. Cuando en casa nos portábamos mal, mi madre, en tono despreciativo a mi hermano y a mí nos llamaba "sarnachos". No sabíamos lo que significaba, pero la entendíamos perfectamente. Toda esta recopilación de términos que realiza Ginzburg es "el testimonio de un núcleo vital que ya no existe [...], la base de nuestra unidad familiar" (pág. 38). 


Algunas de esas palabras van dando pistas de lo que sucede en la Italia de la época: "En casa habían entrado nuevas palabras [...], comprometedor, vigilado, seguido" (pág. 129). Mientras tanto "Turín estaba lleno de judíos alemanes huidos" (pág. 159). Y el ambiente se iba enrareciendo: "Por todas partes se sentía un oscuro miedo" (pág. 168). Lo que provocaba que "todos los judíos que conocíamos se habían marchado o se disponían a hacerlo" (pág. 170). Son breves, escuetas señalizaciones de cómo el estallido de la guerra acabó afectando a la vida de toda la familia. "Ya no había nadie que, haciendo como que no pasaba nada, pudiera cerrar los ojos, taparse los oídos y esconder la cabeza debajo de la almohada. En Italia la guerra fue así" (pág. 170). Como se puede ver por estas citas, la escritora parece decidida a contarlo todo sin llenarlo de dramatismo, con enunciados serenos. No hay excesos retóricos, el estilo es directo, lleno de anécdotas cotidianas que a veces pueden sonar repetitivas, sin sentimentalismo, a pesar de mostrar situaciones tremendas. Acabamos conociendo bien a esa familia que vivió una época convulsa, gracias a la naturalidad con que Ginzburg es capaz de retratarla. 

  José Manuel Mora.


 

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